Juan Pablo Castel, María Iribarne Hunter. Dos personajes que desde hace más de medio siglo integran la galería de “seres imaginarios” con que la genialidad creativa de los autores latinoamericanos ha poblado la literatura del siglo XX. En este caso el padre de las criaturas es el gran escritor argentino Ernesto Sábato, cuya primera novela, El túnel (1948), retomo y enriqueció la gran tradición que nace con Fedor Dostoievski. Para muchos críticos y analistas, la figura del pintor Juan Pablo Castel, equiparable a la de Raskolnikov, “es uno de los casos de neurosis mejor descritos en la literatura de ficción”, mientras que María Iribarne simboliza la tremenda incapacidad del ser humano para establecer comunicación –es decir comprensión- con sus semejantes, como lo expresa el pintor cuando la describe como “una mujer diferente, con una sensualidad desconocida, una sensualidad de los colores y olores, que sin embargo lejos de producirme alegría, me entristecía y me decepcionaba”, y a la cual termina por asesinar, como única forma de poseerla.