Michael Beard es un físico que recibió hace años el Premio Nobel por un descubrimiento que en los medios científicos se conoce como la combinación Beard-Einstein -y aquí comienza la feroz e irresistible ironía de McEwan, porque combinación implica también simbiosis, confusión-, y desde entonces se ha limitado a vivir apoltronado en sus laureles. Beard tiene ahora cincuenta y pocos años y se encuentra en el tramo final de su quinto matrimonio, un final que no se parece en nada a los de sus cuatro uniones anteriores, menos emocionales y más convencionales.