CONTENIDO: Una niña en vueltas de grandes
Me críe con las milicias, pero ahora quiero ser autónomo
Lidiando pandilla, guerrilla y familia
Esas guerrilleras son arrechas para el plomo
La orden era que tocaba picar a la gente
Quiero decirle a la sociedad que nos acepte
Estudiaba y aprendía con el chuchito secuestrado
De la sangre que vi, me volví alérgica al color rojo
Entre y salí de la guerrilla por cosas del destino
A mí me gustaría que la guerra fuera sin armas
El que no sirve para matar sirve para que lo maten
Resumen
William Ospina escribe en el prólogo a este libro: tres veces me he estremecido igual en mi vida: leyendo el libro la violencia en Colombia, que Eduardo Umaña Luna, German Guzmán y Orlando Fals Borda publicaron en los años 60; leyendo la Crónica de una muerte anunciada, que Gabriel García Márquez público en 1981; y leyendo este libro (...).
Lo primero que vemos en estos testimonios pacientemente recogidos y sabiamente seleccionados por Guillermo Gonzales Uribe, son seres conmovedoramente solitarios. Maltratados primero por sus padres, ultrajados o explotados por sus parientes, auxiliados en vano por piadosos desconocidos, estos seres nuca obtuvieron en el hogar amparo ni en la sociedad comprensión. Muy a menudo los seres que los han querido y protegido desaparecieron o fueron asesinados. Su infancia fue un laborioso aprendizaje del recelo, del miedo, de la incertidumbre y de la venganza.
Esos niños amantados por el odio, con los que ha sido tan avara “la leche de la ternura humana”, conservan en la nuez de su ser un fondo de inocencia, de generosidad y de alegría, y merecen que una sociedad menos egoísta y menos hipócrita sepa poner en sus manos algo mejor que el metal de los fusiles y de la metralla. Casi todos ellos lo único que anhelan de un país q les de dignidad, que les de amor, educación, trabajo y futuro. Que un día no sean solo diez o veinte o cien los que hayan sido arrancados a las tenazas de la guerra, sino que como lo balbuce con grandeza uno de ellos, casi describiendo la democracia verdadera, que es un horizonte respetuoso y civilizado para el conflicto: “a mí me gustaría que la guerra fuera sin armas (…) o sea, una guerra, pero no una guerra-guerra, sino como diálogo; simplemente con palabras, planteamientos, propuestas y decisiones”.