Todo estudio que concierna a la pasión del odio (pasión que como tal es ubicable ya en la problemática del espejo) deberá tener en cuenta que la audibilidad e inaudibilidad, la aceptación y el rechazo de la invocación originaria, se dan en un tiempo que no es mítico ni histórico dentro del cual lo inexistente es llamado a advenir en relación con una voz encarnada. Freud descubrió que el odio precede al amor que viene a recubrirlo y, por lo tanto, el odio es primero pero no primario. El sujeto se constituye en una relación con el Otro que es de “exclusión interna”, en un rechazo primordial que es también aceptación. Ese momento lógico, de coalescencia y soldadura, de corte y anudamiento, propicia ese montaje escénico en que el hombre odia al otro que hay en él, el más cercano y el más extraño.