Contenido: La corrupción en la Biblia
La corrupción en el Antiguo Testamento
La crítica a la corrupción en el Pentateuco: leyes que protegen contra la avaricia de los poderosos
La crítica a la corrupción en los profetas: la intervención de Yahvé
La crítica a la corrupción en Qohélet: la resistencia silenciosa
La corrupción en el Nuevo Testamento
La crítica de Jesús de Nazaret, en la tradición de los profetas
La crítica de la carta de Santiago: la avaricia de los ricos
La carta a los Romanos: la corrupción como pecado estructural
La corrupción de este mundo: paradigma neoliberal globalizado
La globalización neoliberal: desigualdad y corrupción
Relación dialéctica entre desigualdad y corrupción
Los datos de la corrupción en el mundo
La imposición de la globalización posmoderna neoliberal
Las consecuencias del modelo globalizador neoliberal: idolatría e injusticia
La religión globalizada y la idolatría
Elementos sistémicos de la idolatría del Mercado
España, un caso especial
Una historia reciente peculiar
La institucionalización de la corrupción
La salida de la crisis, un caso de corrupción institucional
La Iglesia y la corrupción
¿La corrupción en la Iglesia como fruto de la era constantiniana?¿Una era constantiniana de corrupción?
La corrupción como mundanidad espiritual en el papa Francisco
Simonía, pederastia y moral sexual
La simonía: compraventa de la salvación
Pederastia y moral sexual
El espíritu del clericalismo
El papa Francisco contra la corrupción
Francisco contra la corrupción en el mundo
Francisco contra la corrupción eclesial Incluye índice y bibliografía pasta blanda
Resumen
La corrupción en sí no se perdona, porque es un pecado estructural y está ligado a un sistema injusto, que la Biblia llama satánico, identificándolo con las «bestias», a las que Ap 13 manda sin más al infierno. Ciertamente pueden ser perdonadas las personas corruptas; cuando cambian de mente y de conducta (que eso significa conversión, es decir, meta-noia), como anuncia Mc 1,14-15, pero nunca la corrupción en sí, porque es intrínsecamente mala. Hay pecados personales de corrupción que pueden y deben denunciarse con nombre y apellido, pero la corrupción en sí, como estructura demoníaca, ha de ser superada y destruida sin posibilidad de perdón, como ha denunciado la Biblia en su conjunto y, de un modo especial, el mismo Jesús.