Somos de Hoy #1

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Somos de Hoy ´

Nuevas Expresiones De Ciudadania Juvenil En Cali


Jorge Iván Ospina Gómez ALCALDE DE SANTIAGO DE CALI Mariluz Zuluaga Santa SECRETARIA DE DESARROLLO TERRITORIAL Y BIENESTAR SOCIAL Esperanza Perea Martínez COORDINADORA DEL EJE DE JUVENTUDES SECRETARÍA DE DESARROLLO TERRITORIAL Y BIENESTAR SOCIAL Pbro. Darío Soto Soto FUNDADOR CORPORACIÓN JUAN BOSCO Malby Elisabet Restrepo Martínez DIRECTORA CORPORACIÓN JUAN BOSCO Publicación realizada en el marco del proyecto ACCIONES AFIRMATIVAS DE INCLUSIÓN Y DE CONVIVENCIA PARA JÓVENES EN SITUACIÓN DE CONFLICTO, CONVENIDO POR LA ALCALDÍA DE SANTIAGO DE CALI Y LA CORPORACIÓN JUAN BOSCO. Edwin Muñoz Escobar, Antropólogo Elizabeth Escobar Escobar, Socióloga AUTORES Luis Eduardo Domínguez Hernández COORDINACIÓN EDITORIAL Fundación Recurso Humano Positivo CORRECCIÓN ORTOGRÁFICA Y DE ESTILO DISEÑO Y DIAGRAMACIÓN 978-958-99545-0-8 ISBN Editorial RH Positivo Julio de 2010 El contenido de esta publicación puede ser reproducido total o parcialmente sin necesidad de previa autorización. Sin embargo, deberá reconocerse explícitamente el derecho patrimonial de la Alcaldía de Santiago de Cali-Secretaría de Desarrollo Territorial y Bienestar Social, y la autoría del antropólogo Edwin Muñoz y la socióloga Elizabeth Escobar. Para cualquier consulta o comentario contáctenos a través del correo electrónico jovenes.unnuevolatir@gmail.com


“La razón nunca descifrará lo que nuestros corazones no pueden comprender” JAMIE SAMS (1994, p.69) La medicina de la tierra


PRESENTACIÓN La juventud, como objeto de estudio en las ciudades latinoamericanas, en general, y en particular en Colombia, se encuentra a la orden del día. Los medios de comunicación se afanan en divulgar sus acciones o las representaciones que desde la perspectiva adulta se han construido. Éstas representaciones enfatizan en la vulnerabilidad o en la anomia social de la que se presume es causante la población juvenil; pero más allá de ello están los y las jóvenes, pidiendo a gritos, a través de sus diversas expresiones urbanas, sus movilizaciones, motivaciones e intereses, espacios para ser escuchados(as) y visibilizados(as) como actores sociales. Responder a esas solicitudes responsablemente es el motor que nos impulsa a interesarnos por comprender sus dinámicas sociales, interactuar con ellas y forjar nuevas formas de participación ciudadana, no solo construyendo con la población juvenil un objeto de investigación rigurosa, sino valiéndonos del conocimiento creado para formular y desarrollar estrategias alternativas que permitan inclusión social y participación juvenil activa en Santiago de Cali. Ésa es la apuesta de la Administración Municipal, en cabeza del Alcalde Jorge Iván Ospina Gómez: corazones juveniles al ritmo de un nuevo latir, en un clima de “convivencia con la juventud, que propicia la resolución y el trámite no violento de los conflictos, fomentando la solidaridad, la garantía integral de sus derechos y la consolidación de relaciones sociales pacíficas, en medio del respeto por la diferencia”, tal como se enuncia en el Plan de Desarrollo Municipal Para vivir la vida dignamente. En este libro presentamos una caracterización de los y las jóvenes que se encuentran en situación de conflicto en Santiago de Cali. El propósito, que compartimos con los lectores y lectoras, es lograr identificar las prácticas sociales ligadas a la construcción de ciudadanía de estos(as) jóvenes, contribuyendo a la comprensión de sus formas de organización, sus signos de interacción con los demás actores sociales y sus maneras de concebir la ciudad como territorio. Dicho propósito hace parte de una serie de objetivos que se ha propuesto la Alcaldía, a través de la Secretaría de Desarrollo Territorial y Bienestar Social, al emprender el proyecto “Acciones afirmativas de inclusión y convivencia para jóvenes en situación de conflicto”, al cual se han sumado los esfuerzos y experiencias de la Corporación Juan Bosco. En el documento aparece inicialmente el resultado de una revisión teórica sobre aspectos conceptuales asociados a la juventud y sus prácticas, seguido por la descripción de algunos contextos socioculturales de los y las jóvenes en Cali. Posteriormente se presenta una etnografía de las cotidianidades y ritualidades, por medio de las cuales se expresan culturas y agrupaciones juveniles. En el cierre, a modo de conclusiones, se encuentra un conjunto de recomendaciones a propósito de la intervención social, específicamente dirigida a las juventudes. La metodología de investigación hizo provechoso uso de técnicas cualitativas y cuantitativas para ofrecer este resultado, pero sin duda alguna, resulta absolutamente


enriquecedora la incorporación del sentir propio y las reflexiones de esos(as) jóvenes, que nos permiten adentrarnos en sus prácticas, y con ellas, en sus formas diversas de ver el mundo, convirtiendo este libro en un gran aporte respecto al enfoque institucional que tradicionalmente se tiene alrededor de la juventud, proponiendo nuevos retos, métodos de aproximación y perspectivas formativo-sociales, en consonancia con la Política Pública de Juventud, implementada por la Administración Municipal de Santiago de Cali. MARILUZ ZULUAGA SANTA Secretaria de Desarrollo Territorial y Bienestar Social


CONTENIDO

INTRODUCCIÓN

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CAPÍTULO 1: LO JUVENIL COMO CONSTRUCCIÓN SOCIAL LA CUESTIÓN JUVENIL La juventud como cultura Juventud y violencia Juventud e intervención social ALGUNAS DIMENSIONES CONCEPTUALES PARA UN ABORDAJE DESCRIPTIVO DE LAS PRÁCTICAS SOCIALES VINCULADAS A LA CONSTRUCCIÓN DE CIUDADANÍA DE JÓVENES Prácticas sociales Culturas juveniles Construcción de ciudadanía

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CAPÍTULO 2: "SOMOS DONDE CRECIMOS, DAMOS LO QUE RECIBIMOS" LOS CONTEXTOS SOCIOCULTURALES DE MUJERES Y HOMBRES JÓVENES EN CALI CARACTERIZACIÓN SOCIOCULTURAL La familia Religiosidad La vivienda Auto-reconocimiento étnico Población vulnerable Salud CARACTERIZACIÓN SOCIOECONÓMICA Situación ocupacional Estado civil Nivel educativo

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CAPÍTULO 3: COTIDIANIDADES Y RITUALIDADES DE LAS CULTURAS JUVENILES EN CALI COTIDIANIDADES JUVENILES La rumba y la música El consumo de psicoactivos El conflicto y la violencia

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39 40 40 42 43 45 46 47 49 49 52 52

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CAPÍTULO 4: DE GRUPOS JUVENILES, COMUNIDADES, PONCHES, PARCHES Y BARRAS LA DIVERSIDAD CULTURAL DE LA JUVENTUD EN CALI Defensoría Juvenil Sector LGBT Los Ponches Los Parches Las Barras

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A MODO DE CONCLUSIÓN Recomendaciones para el trabajo social con jóvenes

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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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INTRODUCCIÓN Diariamente en Colombia los noticieros regionales y nacionales recalcan en sus titulares lo violentos que son nuestros jóvenes, victimarios de atracos y asesinatos, protagonistas del porte ilegal de armas, la drogadicción, el paramilitarismo y las guerrillas: Delincuencia juvenil, viejo mal que no para de crecer: En los últimos seis años, la Policía ha capturado cerca de 23.000 menores. En lo que va del 2010 van 746 atrapados, 161 más que en el 2009. (Diario El País, 23 de mayo de 2010) Las noticias evidencian el diario acontecer judicial, enfatizando con imágenes en la violencia ejercida por estas personas y la necesidad de fuerzas represivas para contrarrestarlas. En algunos casos las informaciones se sustentan en cifras y análisis de los distintos observatorios sociales de las alcaldías o de las universidades, así como en investigaciones académicas, promoviendo con ello la estigmatización de algunos sectores, barrios populares, colegios e incluso las mismas prácticas socioculturales o el entorno en donde la población joven genera su accionar social. Desde esa perspectiva, las distintas juventudes continúan siendo un fenómeno social que genera en el mundo adulto un sinnúmero de preocupaciones, algunas de las cuales se cree minimizar a través de la represión. “Lo que se necesita es más fuerza pública en estadios, parques, centros comerciales, esquinas, billares, canchas y ríos”, es un comentario común entre funcionarios del Estado, ciudadanos y representantes de instituciones. Este panorama de soluciones bastante simples y emanadas de un sentido práctico e instrumental concluye en la complejización de las problemáticas, pues la respuesta a la represión por parte de los y las jóvenes suele convertirse en resistencias pacificas o violentas, clandestinidad en sus acciones y desvinculación del mundo social, político y cultural, que termina siendo la excusa perfecta de una parte de la sociedad, especialmente la compuesta por adultos, para estigmatizar y marginar a esta población del proyecto de ciudad. En este orden de ideas, a partir del convenio Acciones Afirmativas de Inclusión y de Convivencia para Jóvenes en Situación de Conflicto, llevado a cabo por la Secretaría de Desarrollo Territorial y Bienestar Social de la Alcaldía de Santiago de Cali y la Corporación Juan Bosco, en el año 2009 y continuado durante el 2010, se ha estado desarrollando un trabajo de prevención con jóvenes, que ha permitido la reflexiónacción sobre sus realidades y las metodologías institucionales novedosas que aseguren un impacto más positivo en esta población. Estas reflexiones también buscan ser más acordes a los intereses de los y las jóvenes, sin estigmas ni prejuicios, escuchando sus voces, observando analíticamente sus acciones y dialogando de manera consensuada por fuera de las lógicas de la violencia, en ejercicio profundo del reconocimiento de los(as) otros(as), a través de sus diferencias y propuestas.


El análisis de estas actividades se hace necesario para generar, con el uso de herramientas de las ciencias sociales, categorías teóricas con soporte empírico que cualifiquen de manera más profunda al ser joven, sus formas de agrupación, sus acciones, sus sueños, sus esperanzas y la manera como construyen ciudadanía en nuestra sociedad. Es un ejercicio investigativo, hermenéutico y comprensivo de las realidades de los y las jóvenes, con el fin de propiciar espacios de interlocución, acompañar procesos de formación, fomentar la vinculación de las juventudes a la institucionalidad y sobre todo generar acciones que permitan la verdadera inclusión social de las agrupaciones e individuos en un proyecto de ciudad. Esta investigación, entonces, resulta relevante para la institucionalidad que cotidianamente interlocuta con la población juvenil caleña, en la medida en que genere no solo análisis de las problemáticas, sino también las rutas que permitan al Estado y a las instituciones sociales el reconocimiento de las dinámicas juveniles por fuera de los estigmas, y la generación de programas sociales en los que la población joven sea reconocida como algo más que un conjunto de beneficiarios: actores protagonistas de importantes procesos. Este trabajo investigativo se ha realizado durante el periodo comprendido entre octubre del año 2009 y abril de 2010. Permitió recoger información por medio de una triangulación metodológica, en la que se utilizaron técnicas cualitativas (entrevistas y observaciones), cuantitativas (encuesta) y documentales (revisión de fuentes secundarias), con el fin de captar e interpretar con mayor precisión el objeto de estudio. Concretamente, se realizaron 10 entrevistas a jóvenes de 5 agrupaciones juveniles y 1.258 encuestas fueron aplicadas a jóvenes de distintas comunas de la ciudad de Cali. La categoría social Juventud tiene variaciones relacionadas con la clase social, el poder, el ejercicio de la ciudadanía e incluso con la procedencia social y cultural, lo que la hace difícil de delimitar de manera empírica, pues puede difuminarse en el contexto histórico, social, cultural y, si se quiere, territorial. La edad por sí misma no define la categoría, ya que puede ser un dato manipulable socialmente como lo evidencia el sociólogo francés Pierre Bourdieu en una entrevista con Anne Marie Métailié en 1978: “La edad es un dato biológico socialmente manipulado y manipulable y el hecho de hablar de los jóvenes como de una unidad social, como de un grupo constituido, dotado de intereses comunes, y de referir estos intereses a una edad definida biológicamente, ya constituye una manipulación evidente” (Bourdieu, 2008, p.144). En sus distintas expresiones, la juventud genera prácticas sociales que se construyen en diversos escenarios: la familia (espacio de socialización), los grupos de pares o de referencia (bandas, parches, agrupaciones, organizaciones) y la sociedad en general (comunidad, ciudad, Estado). Estos contextos en los que accionan los y las jóvenes generan un sinnúmero de rituales de interacción, en el sentido de Collins (2009), que desencadenan una serie de formas de relación joven-ciudad, joven-mundo adulto, joven-normas, joven-joven, joven-agrupación, entre otras. En los grupos de referencia o de pares el joven logra congregarse, hacer presencia física con otros seres humanos


y lo que el autor de Cadena de rituales de interacción define como copresencia situacional (o encuentro de los cuerpos congregados en un mismo lugar); congregación que los obliga a conversar, interactuar, tener algo en común o “interacción enfocada”, mantener un tema que les interesa y los lleva a desembocar en una “solidaridad social”, o un proyecto también común, con normas, acuerdos y limites, sin perderse por completo como individuos. Cuando las relaciones se fracturan, el mismo grupo crea mecanismos para recuperar el equilibrio o simplemente el individuo puede ser declarado no-parte del grupo. Estos rituales de interacción son los que motivan la acción social y en las y los jóvenes son visibles a través de sus lenguajes, símbolos, uso de espacios físicos, organización y participación social. Para este estudio ha sido pertinente, entonces, analizar variables cuantitativas que nos den pistas para construir una caracterización de la juventud caleña, pero también se buscó observar, escuchar y participar en sus rituales de interacción; para ello ha sido primordial dimensionar la ciudad como espacio de interacción y la agrupación como microespacio donde interactúan los chicos y las chicas. La comprensión del fenómeno “cultura juvenil”, solo es posible cuando se reconoce su existencia empírica. Esta existencia empírica en Cali se puede comprobar a través de las distintas expresiones juveniles, de sus prácticas sociales y de su construcción como sujetos sociales. La manera investigativa más eficaz en este caso es la escucha y la observación de su vida cotidiana en escenarios de ciudad donde interactúan. El fenómeno de las expresiones juveniles es bastante amplio, sin embargo para este estudio se buscó delimitar la población a jóvenes con edades entre los 12 y 26 años, pues de acuerdo a la experiencia de intervención social realizada por la Corporación Juan Bosco (2008, p.30), durante los últimos cinco años se ha observado que la edad promedio de iniciación de la vida social identificable como juvenil por parte de los y las jóvenes en sectores populares es 12 años, organizando o ingresando a grupos y participando en sus actividades de manera más o menos formal. Aunque algunos lo hacen antes, el reconocimiento como parte del grupo se inicia regularmente alrededor de dicha edad y se generan cambios después de los 18 años, que corresponden a la mayoría de edad en Colombia, mas no a la finalización de la etapa juvenil, definida por la Ley de Juventud en 26 años. No obstante, es importante tener en cuenta que las edades solo nos han servido para ubicarnos y no como marco conceptual para definir a este grupo social. Si así fuera, únicamente atendiendo la Ley 1098 de Infancia y Adolescencia, que considera en su Artículo Tercero, en relación con los sujetos titulares de derechos, que para sus efectos todos los menores de 18 años lo son, este referente nos permitiría delimitar fácil y rápidamente la población estudiada. Pero como la edad no define totalmente el concepto de juventud, las características de las personas investigadas están relacionadas con grupos sociales de obreros, asalariados del Estado o privados, empobrecidos, marginados, desplazados, con orientaciones sexuales distintas a las heterosexuales, afrodescendientes y jóvenes de sectores rurales de Cali, lo que permite tener un marco referencial más amplio, diverso, comparativo y nutrido en datos acerca de los modos en que la juventud caleña se expresa y existe. A esta población fue posible acceder a través de organizaciones


de base de los distintos barrios, del trabajo de la Corporación Juan Bosco y sus Casas Juveniles en el Distrito de Aguablanca, de la Corporación Corjucali en las comunas 18 y 20 (zona de ladera) y de la Secretaría de Desarrollo Territorial y Bienestar SocialAlcaldía de Santiago de Cali, a través de las Casas de la Juventud, quienes facilitaron la participación de los y las jóvenes en la aplicación de la encuesta, ya sea en calidad de encuestadores(as) o de encuestados(as). El total de la población juvenil en el rango de edad entre 12 y 26 años en Cali, según el Censo del DANE en el año 2005 era de 584.082, sumando hombres y mujeres. Nuestra encuesta se desarrolló a través de la técnica investigativa bola de nieve, que consiste en que un informante lleva a otro, y éste a otro más, y así sucesivamente. La técnica fue utilizada debido a las dificultades de acceso a la población por conglomerados, para lo cual fue también muy valiosa la ayuda de algunos Centros de Administración Local Integrada (CALI) del municipio. De acuerdo a los cálculos estadísticos, la muestra representativa de esta población sería de 384 personas. Sin embargo, con el fin de precisar mejor los datos, disminuir el error estadístico y mejorar el nivel de confianza de la encuesta, se amplió la muestra para obtener una población de 1.258 personas; de ellas fueron 636 hombres y 622 mujeres, en las comunas 1, 6, 7, 8, 13, 14, 15, 16, 18, 20 y 21 de Santiago de Cali; comunas escogidas por tener los mayores índices de homicidios y delitos durante el primer semestre del año 2009, según el Observatorio Social de Cali. Si bien este indicador no logra determinar el alcance de la problemática social, sí revela y permite dilucidar niveles de violencia y conflictos sociales en la ciudad. También se acopió información de la población de sectores rurales como Montebello, pero ante la falta de tiempo no se logró analizar la condición rural como otra variable. De la misma manera, se incorporaron datos de jóvenes pertenecientes a las barras de futbol Barón Rojo y Frente Radical, por su relativa representatividad en la ciudad de Cali. La caracterización buscó especialmente reconocer, entre otras variables, las condiciones sociales y culturales de los y las jóvenes en la actualidad, y sobre todo cómo esas condiciones están relacionadas con el conflicto urbano en Cali. También se propuso medir la forma y el grado de participación social de la población joven en relación con su origen social. Por otro lado, fue interesante también medir su opinión acerca del conflicto urbano y los niveles de conservadurismo frente a temas que generan controversia en el país, como los derechos civiles, la homosexualidad, la violencia contra las mujeres y otras violencias. Las técnicas relevantes para este estudio confluyen en una encuesta que permite ver en primer plano las generalidades de los y las jóvenes en Cali, y finalmente reconocer algunas particularidades a través de la aplicación de 10 entrevistas en profundidad, relacionadas con técnicas conversacionales (entrevistas, charlas semiestructuradas e informales, grupos focales y talleres investigativos para complementación).


Para realizar las entrevistas en profundidad, teniendo en cuenta que es difícil acoger las diversas formas de expresión juvenil de la ciudad, se optó por determinar los siguientes criterios de selección de los y las informantes: 1. Facilidad de acceso a la información 2. Reconocimiento en la ciudad de la agrupación que integran, gracias a su presencia en espacios públicos y eventos relacionados con el conflicto social, así como a la particularidad de sus estéticas y expresiones artísticas. 3. Conjunto de características comunes de los individuos del grupo en cuanto a gustos, estéticas, éticas y formas organizativas. Los seleccionados fueron: una barra deportiva, seguidora de un equipo de fútbol caleño, un grupo de gays, una agrupación correspondiente a los denominados parches de clase media alta (alianzas), un parche de sector popular (pandilla) y una organización juvenil que trabaja por el respeto de los derechos humanos. Se entrevistó a jóvenes que hicieran parte del grupo respectivo durante por lo menos un año, que conocieran los repertorios acerca de la historia del grupo, su conformación y organización. Fueron jóvenes con edades entre los 14 y 26 años, con los(as) cuales se concertó el uso de nombres ficticios para no revelar sus identidades. Es necesario dejar claro que las agrupaciones y formas de expresión o identidades juveniles son numerosas y variadas; es decir que, en términos extensos, las descritas anteriormente solo son representativas, aunque existan distintas acepciones de ellas, incluso en una misma agrupación. No obstante, estas cinco culturas juveniles, por las connotaciones de sus organizaciones, incidencia social y facilidad para ser detectadas empíricamente, se vuelven muy valiosas y pertinentes para este estudio. No se trata aquí de definir las prácticas sociales de toda la juventud de Cali; sin embargo, de acuerdo a una realidad empírica, en este caso de cinco culturas juveniles, nos permitimos realizar algunas generalizaciones teóricas acerca de la juventud caleña. A pesar de utilizar una triangulación metodológica, el estudio propuesto para esta investigación es de carácter descriptivo y responde a un diseño etnográfico que busca, no tanto explicar la realidad, sino interpretarla a partir de descripciones de aquellas significaciones realizadas por los individuos de la cultura. Ahora bien, la juventud tiene en la práctica unas implicaciones que le permiten cambiar de lugares físicos, de expectativas, búsquedas e interacciones sociales de acuerdo al momento histórico vivido, y esto hace que cada estudio se vea obligado a generar un acercamiento a su realidad de manera exploratoria, por supuesto teniendo en cuenta cada estudio previo; por lo tanto no estamos explorando algo desconocido o conceptualizando realidades empíricas nuevas para la ciencia, pues definitivamente no lo son. Los estudios sociológicos sobre la juventud son copiosos; lo que estamos explorando son individuos nuevos, formas organizativas y lógicas sociales también nuevas. Este estudio radica, pues, en una descripción de jóvenes actuales que permita, de manera exhaustiva, narrar sus prácticas sociales.


Dado que el problema que se planteó reside en las prácticas sociales asociadas a la ciudadanía, y esas prácticas son acciones de la vida cotidiana, para poder ser descritas y comprendidas fue necesario el uso de un diseño etnográfico que permitió el acercamiento de lleno a los grupos, la observación, las conversaciones y la identificación de sus propias realidades. Sin embargo, con el propósito de profundizar en las concepciones, teorías y cifras acerca de la población joven en Cali, se acudió al diseño documental para contrastar la información. Igualmente fundamental fue participar en sus reuniones y en los eventos de ciudad a los que asisten, con el fin de observar sus cotidianidades y sus relaciones sociales. Esta dimensión se pudo operacionalizar comprendiendo la forma, el tipo y el propósito de cada organización juvenil, pero también sus acciones en la sociedad, sus peticiones y reivindicaciones. Aquéllas pudieron ser leídas a través de los lenguajes, la apropiación de los espacios en la urbe, el contenido de las canciones, las frases recurrentes, los mensajes de sus camisetas, sus accesorios, etc. La mayoría de la información usada en esta investigación proviene de fuentes primarias: observaciones de eventos o cotidianidades de los y las jóvenes, encuestas y entrevistas en profundidad. Investigamos a personas de carne y hueso, reconociendo su humanidad e interlocutando como investigadores, adultos y ciudadanos, lo que llevó a un intercambio de subjetividades que enriquecieron las charlas y las interpretaciones. Fue la posibilidad de conocer y reconocer a los y las jóvenes como actores sociales, pero además la oportunidad para escuchar sus voces y sus palabras, contrastadas muchas veces con la observación de sus acciones, de sus prácticas y de sus construcciones de sentido.



“Van pasando los años y al fin la vida no puede ser solo un tiempo que hay que recorrer a través del dolor y el placer; quién nos compuso el engaño de que existir es apostar a no perder. Vivir es más que un derecho, es el deber de no claudicar el mandato de reflexionar qué es nacer, qué es morir, qué es amar”.

Pablo Milanés Libertad


LA CUESTIÓN JUVENIL Asumimos la juventud como un constructo social, cultural e histórico y no sólo como una condición biológica del desarrollo natural. Desde esta perspectiva, como se ha venido anotando, es erróneo definir la juventud a razón de la edad. Margulis y Urresti opinan al respecto que: Tales enclasamientos tienen características, comportamientos, horizontes de posibilidad y códigos culturales muy diferenciados en las sociedades actuales, en las que se ha reducido la predictibilidad respecto de sus lugares sociales y han desaparecido los ritos de pasaje. (Margulis y Urresti, 1998, p.3) Sin embargo, parece ser que la edad es uno de los datos visibles para quienes deseen acceder al análisis de la juventud a partir de las ciencias sociales, pues aunque el concepto tenga una relación directa con el devenir histórico y los entramados culturales, la edad es el dato empírico con mayor posibilidad de ser abordado científicamente. De todas maneras queda el sinsabor de quién o cuándo se establece, a qué edad comienza y termina la juventud. Parafraseando a Foucault (1976), solo la cultura es la que le define a los grupos su estatus, sus roles y sus atributos, y esto es tan arraigado que se piensa que son formas naturales; por ende, la cultura le atribuye ciertas características a la juventud, atribución que nos ha llevado a seguir insistiendo en que la juventud es un constructo sociocultural y no natural. De acuerdo a las definiciones históricas y culturales, la juventud va determinando su visibilización social y al mismo tiempo se construyen imaginarios colectivos sobre su “deber ser”, que terminan sustentando estigmas, algunos de los cuales en la actualidad son recreados por los medios de comunicación y la industria cultural, generando modelos de una “juventud mágica” inagotable e infinita como ideales sociales. Si bien es cierto que la juventud es una construcción teórica, ésta opera como si tuviera vida propia para poder construir entramados sociales que tienen una fuerte incidencia en la realidad social; por tanto el fenómeno juventud, desde el punto de vista de las ciencias sociales, debe ser asumido de manera más amplia y profunda, buscando interpretar sus diversas manifestaciones sociales y culturales, que son, en últimas, prácticas cotidianas o “prácticas culturales propias de diferentes grupos de jóvenes y no desvíos en relación con la cultura de los adultos” (Reguillo, 2000, p. 20). Las prácticas culturales de los y las jóvenes definen procesos de identidad. Al ser la juventud una categoría tan compleja, su análisis debe ser delimitado de acuerdo a los enfoques e intereses de los estudios. En este caso hemos querido emprender un acercamiento a manera de estado del arte de los estudios de tipo sociocultural en torno a la temática jóvenes y violencia y a las intervenciones sociales dirigidas a jóvenes, como herramientas para la construcción de una política de juventud más asertiva y comprensiva de las realidades de este grupo poblacional.

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La juventud como cultura Diversos periodos en las sociologías inglesa y norteamericana han albergado preocupaciones relacionadas con la juventud. La escuela de Chicago, desde inicios del siglo XX, propuso estudios urbanos sobre la drogadicción, la prostitución, la marginalidad y las cotidianidades de los actores sociales en las nuevas urbes que vieron vertiginosos desarrollos de la industria y la urbanización del siglo XX en Estados Unidos. En esos estudios, la juventud se asocia con representaciones sociales de individuos en la ciudad, en relación con sus historias rurales. La categoría juventud, entonces, necesita la comprensión analítica de un grupo que nace dentro de las nuevas formas de ciudad en Occidente. El concepto de cultura juvenil se plantea en los años cuarenta con el estudio de las bandas de Chicago o “sociedad de las calles” de William F. Whyte (1955) que propone una juventud diferenciada por roles sexuales y de clase. La antropóloga Margaret Mead se interesó por el tema de la socialización de los adolescentes, y su texto Adolescencia, sexo y cultura en Samoa (1925) tiene como objetivo demostrar que las angustias de estas personas en sociedades modernas están relacionadas con el proceso de civilización y no con la naturaleza de la etapa, pues la adolescencia en Samoa (al sur del Pacífico- Polinesia) era una transición suave y no estaba marcada por las angustias emocionales o psicológicas y la ansiedad y confusión observadas en los Estados Unidos. De todas maneras, el concepto de adolescencia tomado de la psicología sigue siendo biologisista. La antropología clásica no se interesó por el tema de la juventud específicamente, siendo un interés actual por las transformaciones de contexto investigativo que se trasladó a las ciudades occidentales. A partir de los postulados de Antonio Gramsci (1926), sobre la hegemonía y las condiciones de subalternidad, se reflexionaría alrededor de los y las jóvenes como sujetos, que posteriormente y por primera vez fueran incluidos como sujetos cotidianos de esa realidad denominada “cultura popular”. Con Talcott Parsons (1949) la juventud es de nuevo objeto de estudio de las ciencias sociales, asumida como un grupo con autonomía en sus formas de interactuar, que gira en torno a la ruptura con las estructuras sociales tradicionales y el consumo de productos simbólicos asociados al goce; productos a la vez ligados a los medios de comunicación que ven en los jóvenes a sus consumidores cautivos. La juventud como cultura tiende a ser, en términos de las ciencias sociales, cada vez más interesante de estudiar, sobre todo en lo que tiene que ver con la clase social y el tiempo libre, relegando la edad y la delincuencia como categorías de estudio. Es el caso de la escuela de Birmingham, en Inglaterra, que desarrolla estudios comparativos de la cultura y las subculturas nacientes, mediante el uso del concepto de “heterogeneidad cultural”. El significado de una subcultura está siempre en disputa: el estilo juvenil sería la arena donde convergen y chocan diferentes interpretaciones y defunciones, muchas de ellas provenientes de los mismos grupos de jóvenes (rastafaris, beats,

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teddy boys, etc.) que luchan por diferenciarse entre sí. (Dick, 1991, citado por Muñoz, 1999, p. 21) Hoy día, la sociología ha propuesto que la sociedad occidental está entrando en un proceso de agrupamiento y que su eje central está en la masificación y proliferación de microgrupos como característica de la sociedad moderna. El libro El tiempo de las tribus (1988), de Michel Maffesoli, propone que el fenómeno de las tribus urbanas responde a los procesos de “desindividualización” como consecuencia de una cultura de masas cuyo objetivo es que cada individuo fortalezca su rol pero al interior del grupo. En América latina, el ejercicio de definir la cultura juvenil lo ha asumido, entre otros, el sociólogo mexicano Roberto Brito Lemus, quien no sólo resalta una conceptualización sobre la juventud más allá de la edad, sino que la juventud se ha establecido como un verdadero grupo social; por tanto, Brito Lemus (1986) busca comprender la vinculación de los grupos al ejercicio político; es decir, al ejercicio de la ciudadanía. Demuestra que las manifestaciones de los jóvenes mexicanos, aun las de violencia, están relacionadas con el ejercicio de la ciudadanía, entendida ésta como la posibilidad de organización, participación social e incidencia en una sociedad determinada. La juventud no solo reproduce lo social, sino que lo renueva o lo moviliza, teniendo una fuerte incidencia en las relaciones sociales y culturales de un grupo. La tendencia cambia de una mirada anglosajona de la juventud vinculada a la clase y al rol sexual a una mirada más interpretativa y cualitativa de esta realidad. Por su parte, Ana Lía Kornblit, en Juventud y vida cotidiana (2007), de manera descriptiva nos adentra en las formas cotidianas de la existencia juvenil en la construcción de identidad fortalecida en el grupo. Se amplía el estudio hacia el análisis de categorías nuevas como el cuerpo, la sexualidad, el ocio y el tiempo libre, el consumo de drogas, los jóvenes y su relación con la norma, las condiciones de integración social, y las prácticas y percepciones de la maternidad en jóvenes mujeres. Sus conclusiones permiten, gracias al ejercicio de recolección de sus vivencias actuales, comprender la juventud, no como una etapa de transición, sino como evidencia de la diversidad de prácticas que son un aporte al presente vivido, más que la espera de un futuro incierto. Así mismo, Carlos Fonseca y María Luisa Quintero (2006) abordan la necesidad de estudiar la juventud como una categoría construida culturalmente, pues hablar de juventud es poner en evidencia la diversidad en la que caben estudiantes, chicos de bandas, punks, skinheads, empleados, campesinos, urbanos, homosexuales, desempleados y jóvenes de la calle, denominados por los autores “hijos de la postmodernidad, la crisis y el desengaño”. En Antropología de las Edades (1996) Carles Feixa genera una revisión de la perspectiva antropológica del concepto de edad, en el que incluye a la juventud como parte fundamental de su estudio. Su rastreo documental está fortalecido ampliamente por conceptos antropológicos y sociológicos empíricos desarrollados a través de sus investigaciones en México y España. Concluye que si bien es cierto que en Latinoamérica se han gestado algunos desarrollos en torno a temas de juventud, como por ejemplo 19


los conceptos de banda y tribu urbana (aunque también hay adelantos en cuanto a sociedades más tradicionales como campesinos e indígenas), estos aún son pobres. Las culturas juveniles no son solo el resultado de los propios deseos o experiencias individuales, sino que están interconectadas con la sociedad mayoritaria. Ellos mismos son herederos de esa sociedad, solo que a través de procesos de identidad buscan diferenciarse. Jordi Solé Blanch (2006) se adentra en los “mundos de vida” (Lebenswelt) de los jóvenes actuales, recorriendo espacios desde los cuales expresan sus experiencias vitales y desarrollan procesos de enculturación propios, pero también define que la imagen de los jóvenes actuales, aislados y refugiados en sus mundos de significados, sentidos e identidades son productos de las relaciones sociales y culturales propias donde se desarrollan; es decir, se expresan de acuerdo a los cambios en las formas de vida y en los valores que surgen en una sociedad multicultural. Es valioso este estudio, pues deja entrever que las culturas juveniles no solo están determinadas por la vida cotidiana o la generación que vive la experiencia, sino que son el resultado de activos procesos sociales, y que la sociedad mayoritaria tiene relación directa o indirecta con las prácticas sociales del grupo. Este punto es importante porque permite evidenciar que las prácticas sociales juveniles vinculadas con la violencia están relacionadas con los procesos de socialización en los que han desempeñado un papel preponderante la familia y la Escuela, procesos ampliados en la actualidad a través de los medios de comunicación, la calle y el grupo, entre otros. Hoy en día se entiende la juventud más como una construcción social y cultural que como una delimitación marcada por la edad. Las culturas juveniles son concepciones que responden a los desarrollos de la sociedad moderna, por lo tanto no solo se construyen en relación con un momento biológico, sino también a partir de una perspectiva histórica y cultural; además, las culturas juveniles se muestran como prácticas socioculturales diversas que aportan a la acción social y no como meros momentos de transición vital.

Juventud y violencia Bajo esta perspectiva proliferan los estudios; sin embargo la descripción de nuestro interés se ha limitado a reunir algunas investigaciones y reflexiones que de manera especial nos orientan hacia una comprensión más integral del fenómeno. De este modo, Marcelo Urresti (1998), recomienda en su ponencia Jóvenes excluidos totales. El cuerpo “propio” como última frontera que se deben formular políticas públicas sobre las demandas de los jóvenes y no presupuestar esas demandas. Aun así, es consciente de que la mayor parte de dichas demandas por parte de los y las jóvenes están ligadas a lo afectivo y al reconocimiento de su individualidad, y de que el Estado allí encuentra dificultades porque, si bien puede suministrar recursos, es incapaz de dar afecto. En todo caso, la meta sería constituir formas de acercamiento del mundo adulto, la familia, los pares y los profesores. En fin, Urresti nos propone una 20


mirada más esperanzadora de la juventud, pero bajo completa corresponsabilidad de la familia, la sociedad y el Estado. Para entrar en materia, una corta retrospectiva esboza el contexto de la juventud ligada a la violencia, particularmente en el contexto local: la crisis económica y social de la Cali de los años 90 llevó a la muerte sistemática de jóvenes de sectores populares por parte de grupos ilegales. El informe A lo bien parce (1996), describe, a través de entrevistas en profundidad, los estilos y formas de ser y hacer de esos jóvenes, y el sometimiento a la exclusión social de esta población residente en el denominado Distrito de Aguablanca en la ciudad de Cali, así como la manera organizada en que se declara la muerte a jóvenes de sectores populares, a través del estudio de caso de tres menores de edad que fueron encontrados muertos con signos de tortura tras ser secuestrados por agentes de la fuerza pública vinculados a un centro de protección de menores. El Balance comparativo Jóvenes, conflictos urbanos y alternativas de inclusión, de instituciones que hacen parte de la Plataforma Conflicto Urbano y Jóvenes (PCUJ) (2005), puede mostrarnos que en ciudades como Bogotá, Barrancabermeja, Cali y Medellín los conflictos enfrentados por los y las jóvenes, ligados a temas como el territorio y a la participación política, están relacionados con los procesos de socialización, pero también con la imposibilidad de acceder de manera formal a sus derechos, lo cual se proyecta a través de una fractura en la credibilidad hacia las instituciones del Estado -especialmente por la ingobernabilidad y la corrupción- que desemboca en un alto desinterés frente a los mecanismos formales de participación política y ciudadana. Al prevalecer estas situaciones, los y las jóvenes perciben a las instituciones como no legítimas en la transmisión cultural, pues no creen en ellas. Hay una ruptura en el proceso civilizatorio y genera prácticas sociales que pueden ir en contra de la institucionalidad. El informe rescata, así, los significados colectivos sobre lugares, momentos y cosas que se vuelven parte fundamental para la construcción de ciudadanía. Por otro lado, el documento resultado del encuentro Niñez y juventud, una mirada desde la Universidad (1994), busca poner en evidencia las problemáticas que enfrentan las nuevas generaciones en relación con el contexto socioeconómico del país, pero también analiza los microespacios en donde recrean sus dinámicas los niños, niñas y jóvenes, y la relación con las instituciones que están estrechamente involucradas con ellos(as). El texto contiene distintas temáticas y abarca diversos aspectos, como la violencia contra los y las menores, el trabajo infantil y juvenil, la problemática educativa, la situación de salud y el manejo del tiempo libre. También se acerca a la vida cotidiana en la familia, la escuela, el trabajo y los lugares de recreación, pero frente a estos temas hay una pregunta común: ¿Cuál es el papel de la universidad al respecto, como institución formadora de nuevas generaciones, centro de investigación y ente critico y deliberante en la vida nacional? El diagnostico sobre la realidad de los y las jóvenes de Santiago de Cali (2006) realizado por la Alcaldía de Santiago de Cali y su Secretaría de Desarrollo Territorial y Bienestar 21


Social, a través de la Universidad Pontificia Bolivariana y la Fundación Caicedo González, se propone ofrecer a la institucionalidad que trabaja en temas de juventudes elementos para desarrollar sus políticas, y demuestra a la vez la urgente necesidad de conocer directa y extensamente la realidad de los y las jóvenes de Cali en sus contextos. Desde su perspectiva de análisis, tanto cualitativo como cuantitativo, el diagnostico logra reunir antecedentes de investigaciones previas acerca de la juventud caleña y enfatiza en la realidad contextualizada como herramienta para superar los estereotipos sociales que sobre la comunidad joven recae. Finalmente, deja el camino abierto para que otros temas de investigación surjan aproximándose a este grupo social.

Juventud e intervención social Las distintas formas de llevar a cabo procesos de intervención social ofrecen otra perspectiva que logra evidenciar las realidades de los y las jóvenes; intervenciones concebidas como propuestas de transformación social, basadas en modelos que permiten ser replicados a través de la sistematización de las experiencias, procesos y didácticas; es decir, modelos de intervención con sus aprendizajes y aciertos. Desde esta perspectiva figuran los informes anuales de la Juventud Mundial de Naciones Unidas; de la misma manera se realizan estudios en centros de investigación contratados por gobiernos nacionales y/o locales, con el objeto de diseñar políticas de juventud. Aparecen también numerosos estudios que recogen metodologías de sistematización de experiencias de intervención o análisis coyunturales acerca de la situación social, académica y de desarrollo, en el Instituto de Juventud de España (INJUVE),permitiendo reconocer la participación social y política de los y las jóvenes en países de América Latina y su relación con el desarrollo de esta zona del continente. El documento Juventud, población y desarrollo en América Latina y el Caribe (2000) se enfoca en el análisis social y hace uso de categorías basadas en conceptos como juventud, desarrollo y participación política. Su mirada se centra en cómo los Estados deben dirigir sus políticas públicas para beneficiar a la población joven, a la vez que describe la manera en que metodologías de análisis de datos agregados privilegian la información suministrada por los bancos de datos oficiales y se apoyan en menor escala sobre observaciones directas, aunque recogen información de organizaciones no gubernamentales (ONG) especializadas en temas de juventudes. Los Informes La juventud en Iberoamérica: tendencias y urgencias (2004), publicados por Cepal- Celade, que realizan un acercamiento al estado del arte de la investigación en torno a la juventud en América Latina (Pérez, 2006) destacan la tradición de estados del arte en México, Uruguay, Chile y Colombia, así como los esfuerzos adelantados en temas sectoriales como educación, empleo y salud, con ayuda de la Unesco, Cinterfor, OPS, BID y GTZ. Se trata de una investigación con un marcado propósito de orientar a los Estados acerca de políticas públicas referentes a la población joven de países en vía de desarrollo.

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El informe sobre juventud, publicado por Naciones Unidas en el año 2007, pone en evidencia los retos que deben superar los Estados frente a las nuevas necesidades y búsquedas en relación con el trabajo y la migración, entre otros asuntos, por parte de los y las jóvenes, que si bien han logrado acceder a ciertas condiciones sociales y a la institucionalidad, estas últimas deben tener su énfasis en la calidad y en la respuesta a los intereses siempre contingentes de esta parte de la población. En la esfera local, el documento Sistematización de Experiencias, realizado en 1997 por la Corporación Juan Bosco, busca dar relevancia al tema de la juventud en situación de conflicto en la ciudad de Cali, y sobre todo generar estrategias de inclusión en el proyecto de ciudad de estos sujetos a través de la educación social comunitaria, con la cual se propone educar en valores sociales, fomentar la participación, visibilizar los aportes novedosos y positivos de la población joven en la construcción de ciudadanía y generar estrategias de acompañamiento al proceso de vinculación institucional. El documento recrea la experiencia de la institución en las décadas de los 80 y 90 en Cali y Colombia, proponiendo un modelo educativo denominado Educación en la Calle o Pedagogía de la Presencia, involucrando el reconocimiento del ser joven como sujeto social, protagónico y transformador, al que debe abrírsele la posibilidad de un encuentro social en que sea capaz de cuestionar y proponer en igualdad de condiciones. Entre los aportes de esta metodología, en materia de intervención social dirigida a las juventudes, se destaca la presencia educativa vinculada al afecto y el reconocimiento de la humanidad de la persona joven, posibilitando herramientas reales de inclusión social. La investigación en torno a las juventudes siempre debe renovarse para comprender sus dinámicas, sus sentidos, experiencias, propuestas y novedades, pues aunque existen conjuntos de características dadas por la sociedad a cada generación de jóvenes, éstos hacen uso de sus propias imaginaciones y resignificaciones para construir su momento o para dinamizar lo social. Por ello, las prácticas sociales de la juventud contemporánea en Cali, en relación con la ciudadanía, pueden darnos pistas para la comprensión de sus propias dinámicas.

ALGUNAS DIMENSIONES CONCEPTUALES PARA UN ABORDAJE DESCRIPTIVO DE LAS PRÁCTICAS SOCIALES VINCULADAS A LA CONSTRUCCIÓN DE LA CIUDADANÍA DE JÓVENES Para observar de manera articulada el fenómeno de las prácticas sociales de jóvenes, relacionadas con la construcción de ciudadanía, se proponen tres categorías para ser operacionalizadas empíricamente: las prácticas sociales, la juventud y la construcción de ciudadanía. Esta última resulta fundamental en el cumplimiento de un objetivo práctico que sustenta el presente estudio: reconocer las formas de ser y de relacionarse de los y las jóvenes dentro de la ciudad. Este modelo de análisis recurrió a la conceptualización que permite entender con qué posturas teóricas se desarrolla cada unidad investigativa. 23


Prácticas sociales Las prácticas sociales no son solo una actividad, sino la existencia de entramados simbólicos y materiales donde el sujeto elabora su acción. De tal modo, es primordial comprender dónde se desarrolla ese entramado que permite conceptualizar la práctica social; es decir, la acción que lo liga a lo social, en el sentido de Max Weber (1995). La acción social es lo que tiene un sentido para quienes la realizan, afectando a los demás y orientándola, en consecuencia. Este concepto está direccionado hacia la importancia de la dimensión simbólica en la comprensión de los fenómenos sociales. Para Pierre Bourdieu, las prácticas sociales contienen estructuras externas, es decir campos, y estructuras internalizadas por los individuos en forma de esquemas de percepción, pensamiento y acción, es decir habitus, o un “principio unificador y generador de las practicas” (1998-b, p.100-105). Es decir que será a partir de esos principios unificadores que el individuo desarrolle sus prácticas sociales. El habitus es la interiorización de las estructuras sociales aprendidas en el proceso de socialización. Con ello los individuos producen sus pensamientos y sus prácticas, y además forman un conjunto de esquemas de percepción de la vida, el universo, la estética y la moral. Los individuos no pueden ser libres para elegir, pero tampoco están totalmente determinados por el habitus, disposición que se puede reactivar en conjuntos de relaciones distintos y dar lugar a un abanico de diversas prácticas. Así, las prácticas sociales son aquellas acciones del individuo realizadas externamente, pero en las que intervienen estructuras sociales como sus concepciones de la realidad, sus cosmovisiones, intereses y apreciaciones de la vida. Ahora bien, los individuos no solo establecen sus prácticas sociales en torno a la interiorización de estructuras o a la adquisición de saberes para su inserción social, sino que ellas se presentan en un espacio social específico, entendiendo éste como un conjunto organizado o un sistema de posiciones sociales que se definen unas en relación con otras (Bourdieu, 1998-a). La posición social de un individuo es, por lo tanto, un sistema de diferencias. Y en el caso de las agrupaciones juveniles, su diversidad también tiene que ver con este sistema o juego de posiciones que solo son definibles en su opuesto, no únicamente entre agrupaciones, sino con el resto de la sociedad. Las prácticas sociales, entonces, se definen a partir de las diferencias que resultan del uso permanente de un espacio social. Para integrar los conceptos de habitus y construcción de espacio social determinado por una posición social es fundamental comprender el término campo. Se refiere a un espacio específico donde sucede una serie de interacciones (el barrio, el parque, la esquina o el centro comercial, en el caso de los y las jóvenes), pero por otro lado es un sistema particular de relaciones objetivas que pueden ser de alianza o de conflicto, de concurrencia o de cooperación entre posiciones diferentes, independientes de la existencia física y de los individuos que la ocupan (las mismas agrupaciones juveniles pueden ser campos donde se desarrolla un sinnúmero de relaciones de poder, de

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alianzas o de cooperación, entre otras). Las prácticas sociales se desenvuelven de acuerdo a los espacios sociales en los que se movilizan los individuos, pero también según el campo en el que se permiten ciertos tipos de relación; sin embargo, para tal fin, los individuos -en el caso que nos compete- deben ir construyendo un capital, en el sentido de Bourdieu (1998-a), que no se reduce sólo a su significación económica, pues dejaría de lado todo un conjunto de propiedades que los agentes utilizan en su lucha por el poder. El capital es el conjunto de recursos con que cuenta el agente para desarrollarse en el campo, y se clasifica en tres tipos: el capital económico, el capital cultural y el capital social, que están estrechamente relacionados y en constante transformación. De esta manera, las prácticas sociales se desarrollan de acuerdo a un habitus que, según Bourdieu, se refiere a la capacidad de los individuos de orientarse dentro de un espacio social y de reaccionar adaptándose a los eventos y situaciones de forma previa a la adquisición de saberes indispensables para la inserción social; es decir, un trabajo educativo basado en el aprendizaje y en la inculcación (que se convierte en capital). El habitus puede ser primario, para aprender las tradiciones que son decisivas en la constitución de la personalidad; o secundario, al proveer las disposiciones que se obtienen con posterioridad a la adquisición de un capital, como por ejemplo el capital intelectual. Teniendo en cuenta lo anterior, podrían definirse las prácticas sociales como hechos concretos, cotidianos y observables. Las prácticas de los y las jóvenes se llevan a cabo a partir de un soporte cultural generado en los primeros campos de socialización, como la familia y la escuela, y se amplían gracias a su relación con los medios de comunicación, la calle, los consumos y las reconfiguraciones que surgen de su propia experiencia en todos estos campos. Las prácticas sociales, estructuras dinámicas que poseen un soporte individual y social no dicotómico, sino en diálogo permanente, tienen lugar en la cotidianidad de los individuos a través de sus formas organizativas, símbolos de distinción y usos sociales, así como mediante los lazos en el interior de los grupos, su relación con otros sectores de la sociedad, la construcción de territorialidades y su desarrollo como sujetos sociales. La interacción constante entre los individuos y la sociedad confirma el importante papel del espacio social específico y del sistema de diferencias en el establecimiento de las prácticas sociales de las personas jóvenes, haciéndose esto bastante notorio en grupos como los hinchas deportivos, los rockeros, metaleros y punkeros, además de aquellos conformados para defender las diversidades sexuales, entre otros. Las agrupaciones de jóvenes, entonces, constituyen espacios complejos donde se es capaz de construir solidaridades y además crear resistencias o interlocución con la sociedad mayoritaria, mediante actitudes y relaciones cotidianas que tradicionalmente fueron físicas o cara a cara, pero que en la actualidad, gracias al desarrollo de la Internet, dichas relaciones pueden entablarse también de forma virtual.

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Culturas juveniles En las culturas juveniles se logra establecer alianzas y códigos propios que permiten la construcción de identidades con relación al grupo, reflejadas en encuentros cotidianos (físicos y virtuales) entre los individuos, y en solidaridades y prácticas sociales que responden de manera positiva o no a la dinámica de la sociedad mayoritaria. Las culturas juveniles no requieren poseer entidades legalmente establecidas, sino legitimidad en los individuos que las conforman, aunque aquélla no sea compartida por la sociedad mayoritaria. Estas culturas, por lo menos en Latinoamérica, son visibles, en gran medida, a través de sus estéticas, vestuarios y territorios de incidencia. Según Encinas Garza (1994), en los grupos conformados alrededor de las culturas juveniles es primordial la homogeneidad de edades, o por lo menos que los individuos pertenezcan a una misma generación, pues con respecto al ejercicio del poder la mayoría de las veces las relaciones suelen sostenerse horizontalmente; los liderazgos se asumen durante prácticas externas, pero en el interior, generalmente, se toman decisiones por consenso. Sin embargo, debe también tenerse en cuenta la homogeneidad del grupo determinada por la clase social, el género y los intereses colectivos. La existencia de la diversidad casi indescriptible de culturas juveniles se debe a sus distintos intereses, pero también se relaciona con las transformaciones sociales y la búsqueda, cada vez más arraigada del ser humano contemporáneo, de una identidad cultural que le permita expresar sus diferencias. La ciudadanía prescribe la igualdad, y la globalización establece modelos homogéneos de ser... la resistencia de los jóvenes, de esta manera, tiene sus raíces especialmente en su afán de diferenciación. Los grupos tienen su fundamento en la organización, que se complejiza a medida que su cohesión grupal se hace más racional o por lo menos involucra más prácticas sociales establecidas. La cultura juvenil puede definirse como un colectivo de individuos jóvenes con edades contenidas en el rango de 13 a 28 años en promedio, que ha construido legitimidad en el interior del grupo y busca extenderla hacia su exterior. Quienes conforman estas culturas poseen intereses comunes, simbologías comprensibles entre sí y distintos tipos de liderazgo, cuya existencia legitimada por el grupo genera credibilidad y aceptación de las ideas y propuestas. Dependiendo de la identidad de la cultura juvenil y de sus dinámicas internas puede ocurrir que se desarrollen relaciones de dominación, en el sentido Weberiano, por parte de algunos líderes o pequeños clanes de líderes sobre un grupo -casi siempre mayoritario- de personas que obedecen. Intereses comunes ligados, por ejemplo, al deporte, la música, los espacios físicos y las prácticas hacen posible que individuos no siempre pertenecientes al mismo origen social conformen grupos movilizados por la diversidad, incluso por la diversidad de consumos (psicoactivos, productos culturales, vestuarios, etc.) o la diversidad sexual. Es necesario también tener en cuenta la diversidad de territorialidades o el uso de lugares transitorios. No obstante, el número de individuos en cada agrupación resulta ser poco importante, comparado con el tipo de relaciones internas y externas que allí se gestan.

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La cultura juvenil no solo se construye en torno a sí misma, sino en relación con otras agrupaciones juveniles frente a las que puede buscar distinción o en otros casos difuminarse. Sin embargo, en los grupos terminan haciéndose específicos ciertos usos del lenguaje, símbolos, territorialidades, ritos, intereses generacionales y consumos. Los y las jóvenes han construido distintas culturas juveniles en tanto han logrado que sus ideas estén basadas en el aprendizaje de símbolos, con mecanismos de control para regir el comportamiento de quienes conforman los grupos. Estos mecanismos son absorbidos a través de la enculturación en forma de tradiciones particulares: La Cultura denota un esquema históricamente transmitido de significaciones representadas en símbolos, un sistema de concepciones heredadas y expresadas en formas simbólicas por medios con los cuales los hombres comunican, perpetúan y desarrollan su conocimiento y sus actitudes frente a la vida. (Geertz, 1987, p.330) Las prácticas sociales surgen a partir de esquemas de significaciones que se perpetúan o se renuevan de acuerdo a los grupos, que en el caso de los y las jóvenes siempre están en renovación. Por eso es más profundo definir la cultura juvenil, no sólo como lo que se hereda, sino como aquello que se construye o que tiene significación para el grupo. Las culturas juveniles construyen entramados simbólicos que se expresan a través de lenguajes propios, de símbolos de distinción y en algunos casos en la ocupación de espacios convertidos posteriormente en territorios. Formulan éticas que permiten a los y las jóvenes relacionarse entre sí y generar distinción frente a otros grupos sociales. No solo germinan relaciones entre pares de la misma edad, sino que se construyen, en medio de la diversidad, formas de ver el mundo que los individuos comprenden en el interior de los grupos y crean mecanismos (legítimos o no) de relacionamiento con la sociedad.

Construcción de ciudadanía La ciudadanía, concepto histórico y cultural que se remonta a la antigüedad griega y romana, ofrece pistas en su propio punto de partida para entenderlo en otras épocas como la Edad Media y la naciente Edad Moderna. Observando sus desarrollos y transformaciones es posible comprender el fenómeno contemporáneo de dicha ciudadanía. Su historia es la historia de la lucha y de la conquista de la libertad; libertad colectiva en principio, y más adelante libertad del individuo. En la Grecia clásica se le otorgaba la ciudadanía a una persona por su calidad de ciudadana o nativa de una ciudad, que para este caso se refiere a la Ciudad-Estado. Pero además, se definía a partir del parentesco o la ascendencia, pues el solo hecho de haber nacido en una ciudad no daba al individuo el derecho de la ciudadanía. Ésta estuvo siempre conectada con la adquisición previa de la ciudadanía de sus padres y con el reconocimiento de la paternidad de manera pública, con su respectivo registro. Podría decirse que se trataba de una ciudadanía heredada.

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El ciudadano ejercía su derecho en la polis, donde podía satisfacer sus necesidades para vivir. Fuera de ella estaba condenado a la muerte o a las vicisitudes de un mundo infrahumano. Las Ciudades-Estado presentan una gran novedad en relación con las ciudades anteriores, y es que para los antiguos griegos las ciudades no solo eran centros dedicados al desarrollo social, político, militar, económico y cultural, sino que significaban un ideal de vida, una forma de vivir y de ser felices. En la Ciudad-Estado se puede sostener, de manera armónica y con mediación de la Ley, una relación entre el individuo y el Estado; estas condiciones son las que marcan la diferencia entre el mundo civilizado y no-civilizado. Por eso, el concepto de ciudadanía no estaba asociado solo al lugar físico de la polis, sino también al conjunto de los ciudadanos, que en caso de pérdida del territorio podían construir una nueva polis. Dicho de este modo, la ciudadanía de los griegos estaba asociada con la participación, la cual era muy intensa. Más importante que la vida doméstica era la vida pública “El hombre es un animal político”, decía Aristóteles. Primaban en sus construcciones los espacios públicos: en la Acrópolis los templos y la protección de los ciudadanos, en caso de peligro, y en la parte baja los gimnasios y la plaza (Ágora). Una de las principales características de la ciudadanía griega era la igualdad entre los ciudadanos, que se proyectaba hacia la defensa de la ciudad. Quien no propendiera por ello era considerado cobarde, so pena de perder la ciudadanía. Otros valores importantes eran el cumplimiento de las leyes, el pago de los impuestos, la lealtad y la participación en las asambleas. Este proceso de participación es el fundamento de la democracia griega. “El poder del pueblo” no era representativo, como suele ser en las democracias modernas; se trataba de una democracia directa, de acuerdo con Bobbio: Para los antiguos, la imagen de la democracia era por completo diferente: al mencionarse la democracia pensaban en una plaza o en una asamblea en la que los ciudadanos eran llamados a tomar las decisiones que les correspondía. Democracia significaba lo que la palabra quiere decir literalmente: poder del démos, y no como hoy: poder de los representantes del démos. (Bobbio 2003, p. 402) Para los griegos, en la participación estaba implícita la idea de decidir, al decir de Moses Finley (Bobbio, 1999, p.408) cuando enlista cuestiones sobre las que se decidía de forma participativa: “la guerra y la paz, las finanzas, los tratados, la legislación, las obras públicas, en pocas palabras sobre toda la gama de actividades gubernamentales”. Participar era motivo de exaltación por ser ciudadanos que se ocupaban de los asuntos públicos; tachados de ciudadanos inútiles eran aquellos a los que no les interesaba vincularse a este tipo de espacios. La democracia griega, entonces, se establecía a partir del acceso a la ciudadanía, de acuerdo a la herencia familiar y a su reconocimiento social, por ende exclusivo; pero también se constituía en la responsabilidad u obligación moral que tenía cada ciudadano de participar y decidir sobre lo público.

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Los romanos tomarían como referencia al mundo griego para conceptualizar y operacionalizar la ciudadanía, pero en su caso los procesos de afianzamiento de Roma -como imperio- permitieron la transformación del concepto. En la época de la República, al igual que para los griegos, la ciudadanía era hereditaria y otorgada a los privilegiados, aquellos que tenían vínculo directo con los fundadores de Roma, denominados Patricios. Tras largas luchas de los Plebeyos, éstos logran hacer reconocer sus derechos. Ya en la época del Imperio, a razón de la expansión, la ciudadanía se fue otorgando a más personas para asegurar su lealtad. Tal vez esta posibilidad de extender los privilegios de la ciudadanía le permitió a Roma su expansión. Además, el interés por la ciudadanía se orientaba hacia la búsqueda de un mejor estatus, igualitario al de los romanos, lo cual era mejor que competir con ellos. En algunos casos la ciudadanía romana se compraba, aunque su costo era elevado. Así pues, su popularización incorporó también el tema de la tenencia o carencia del poder adquisitivo. Sin embargo, la participación pública o política no deja de primar como elemento constitutivo de la ciudadanía en la antigüedad. Junto con la libertad, significa la posibilidad de los individuos de relacionarse con el Estado y la sociedad…posibilidad de ser reconocidos. Ya en la Edad Media pareciera pasar desapercibida la ciudadanía, pues primó más la relación de las personas con el feudo y su Señor. Sin embargo, el concepto se asoció a la tradición judeocristiana de la imagen y semejanza de Dios. Todos los seres humanos estaban atravesados por esta verdad, y por tanto el amor de Dios era igualitario; no obstante, los privilegios políticos se establecieron de acuerdo al estatus y al rol social. La Edad Media conformó a un ciudadano capaz de respetar las leyes divinas orientadas por sus representantes en la tierra: el Señor y la Iglesia. Es durante el Renacimiento y el resurgimiento de las Ciudades-Estado que se recupera la idea de la ciudadanía al estilo de los griegos, pero en relación con los principios cristianos de la dignidad humana, a pesar de ser una ciudadanía elitista y llena de privilegios para un grupo asociado o agremiado. En las monarquías absolutas de los siglos XVI al XVIII, y con la aparición del EstadoNación (Francia, Inglaterra y España), la figura del rey ejerce una imagen dominante, centralizada en sus decisiones: “El Estado soy yo”, decía Luis XIV de Francia. En aquel momento la participación y decisión política de los ciudadanos pasó a un segundo plano. En el siglo XVIII, basados en el pensamiento ilustrado, se inicia una serie de revoluciones en Europa y América que realizan importantes aportes a la construcción de un concepto distinto de ciudadanía. Las luchas de la Revolución de Estados Unidos (1776) y la Revolución Francesa (1789) buscaron defender los derechos fundamentales de los seres humanos: la vida, la libertad y la propiedad privada. Desde esta perspectiva, los privilegios exclusivos de algunos terminarían y todas las personas serían iguales en cuanto a sus derechos.

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En Francia se redactan y promulgan los Derechos del Hombre y del Ciudadano, entre los cuales se destacan el derecho a participar en las decisiones de la comunidad y los derechos civiles de expresión, la igualdad ante la Ley y la protección. El republicanismo clásico fue representado sobre todo por Montesquieu y Rousseau, así como -de manera más radical- por Robespierre, quienes influyeron en la idea de la ciudadanía moderna. A partir del tránsito a la Modernidad, la ciudadanía recupera su relevancia en la sociedad de Occidente. El tema vuelve a ponerse sobre la mesa para ser discutido, gracias a la secularización de los Estados y su aparición como nueva forma política, al desarrollo de la ciencia y, por ende, de la racionalización, a la emergencia de una economía del mercado que avizora el nacimiento del Capitalismo, a la nueva mentalidad impulsada por los humanistas y al protagonismo de los burgueses: El antropocentrismo y la secularización serán así un escenario base de la ciudadanía moderna, junto con el individualismo y el racionalismo. Por eso, esta socialización fuerte del papel del ciudadano, su papel central en la sociedad como portador de intereses colectivos y también individuales y particulares, exige instrucción y educación, exige enseñar cultura cívica, para ser reconocidos como sujetos morales y poder razonar con categorías universales, como sujetos activos y participativos en la sociedad democrática. (Peces, 2007) Las sociedades realizan el tránsito de una vida religiosa, clerical, hacia la vida laical, secular. Este traspaso permitió aflorar la idea de una ciudadanía basada en la igualdad frente al Estado. Las personas que fundamentan su experiencia de vida en la fe son protegidas por la libertad ideológica y religiosa, y las que se fundamentan en la racionalidad, por la libertad de pensamiento y expresión…ambas bajo la protección de la Ley, las instituciones y los procedimientos de la democracia. Si durante la Edad Media la condición de la individualidad es desconocida, en la Modernidad pasa a ser la característica más importante del ciudadano, mediada por la adscripción al Estado y por el cumplimiento de las normas establecidas por él. Los desarrollos de la concepción de ciudadanía no deben comprenderse de manera progresista o evolucionista; más bien como la respuesta a los desarrollos sociales e históricos de la humanidad. En la Modernidad, según Norbert Elías (1994), la ciudadanía se generó a partir de un proceso de civilización, en el cual “civilizar” es uno de los elementos que las sociedades han producido para su propio control y la regulación del comportamiento de sus individuos, y se manifiesta en cierto grado de desarrollo. El proceso de civilización plantea, así, un problema de relación entre individuo y sociedad, pues no se trata solo de desarrollar la idea de un proceso vinculado a lo social, sino también de la instauración de un individuo enfrentado al manejo de sus impulsos; es decir, a poder autorregularse. De allí que éste deba crear una conciencia también individual arduo...ejercicio, pues el proceso no se realiza sólo hacia el exterior, sino también hacia el interior del individuo. La ciudadanía, desde esta perspectiva, es un proceso de internalización y de vinculación con lo social, en el que civilizar significa construir; por lo tanto, la ciudadanía se construye. 30


En la Modernidad, al igual que en la Antigüedad, la ciudadanía ha ido planteando un conflicto entre la inclusión y la exclusión. Tocqueville (1835) nos muestra cómo florece la democracia en Estados Unidos a finales del siglo XIX en medio de la existencia del voto universal, que en realidad no lo era, teniendo en cuenta que las mujeres, los esclavos, los jóvenes y los niños no podían votar. El problema de la exclusión genera tensiones en la definición de la ciudadanía en las democracias modernas. Estas nuevas formas de construcción de ciudadanía ya no son abstractas, sino que se constituyen con base en la condición humana, lo que implica tener en cuenta las prácticas cotidianas relacionadas con las necesidades de las personas. Sin embargo, la ciudadanía ha pasado por muchos tropiezos, como los provocados, por ejemplo, durante el nacimiento del fascismo y del nazismo, sus totalitarismos y respectivos conflictos bélicos, que con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial despertaron el interés en la protección de los derechos civiles, a través de la institucionalización de la ciudadanía, en el marco del Estado de Bienestar. La idea de la democracia en la Modernidad se ha ido construyendo sobre la base de la participación a través del sufragio. Bobbio lo menciona de esta manera: “Cuando nosotros (los modernos) hablamos de democracia, la primera imagen que se nos viene a la cabeza es el día de las elecciones, largas filas de ciudadanos que aguardan su turno para depositar su voto en las urnas” (2003, p. 401). La ciudadanía se traslada, en el ámbito de los derechos, a la elección de representantes que puedan decidir; es decir que la decisión radica en quiénes nos representen y ya no como en la antigua Grecia: en la toma de decisiones acerca de la vida pública. Sin embargo, en la década de los ochenta se vislumbra un debate bastante profundo sobre la concepción, funcionamiento y desarrollo de la ciudadanía en el marco del Estado de Bienestar. El centro de la discusión lo constituye la siguiente pregunta: ¿En qué medida la falta de acción del ciudadano lo convierte en un cliente consumidor de derechos? Al respecto, Moran y Benedicto opinan que existen dos problemas derivados de entender la ciudadanía desde esta óptica: Por una parte, existe el riesgo de quiebra o erosión de las bases morales sobre las que se sustenta la existencia del Estado de Bienestar, estimulando las situaciones de dependencia respecto al sistema y eliminando los incentivos para la participación en los asuntos colectivos. Por otra parte, está el peligro de despolitización de la ciudadanía ya que, en la práctica el sistema de bienestar termina creando clientes a los que hay que satisfacer en sus demandas. (2008, p. 44-45) De acuerdo con lo anterior, el ciudadano es un cliente individual del Estado y pierde toda capacidad de ser sujeto social inserto en un colectivo, limitado sólo a la complacencia de sus demandas a través de la oferta estatal. El Estado de Bienestar entra en una enorme crisis ideológica y práctica, que se acrecienta con el posicionamiento de la “Nueva Derecha” en la acción gubernamental de Ronald Reagan, en Estados Unidos, y de Margaret Thatcher, en Gran Bretaña. 31


Según Moran y Benedicto, este modelo clásico de ciudadanía ha sido cuestionado por la “Nueva Derecha” aduciendo que los espacios del ciudadano y del Estado se superponen al punto de ser incompatibles. De ahí que el modelo Clásico de T.H. Marshall y el de la tradición socialdemócrata pueden entrañar un individuo pasivo, con pocas posibilidades de participar en la vida comunitaria, pues se limita a delegar en las instancias estatales la solución a sus problemas personales, lo que muestra una reconfiguración de la vida social en extremo individualista y a un Estado preeminente. Según esta visión y de acuerdo con los neoliberales, lo esencial es que el individuo pueda ejercer sus derechos civiles y políticos, sobre todo el derecho a la propiedad, no en torno a los principios de igualdad y justicia social, lo cual hace más difícil de abordar la ciudadanía. El lenguaje, que pasa de estar basado en los derechos a poner su énfasis en los deberes, y las concepciones de ciudadanía tienen unos severos cambios desde la perspectiva valorativa. Este modelo de la “Nueva Derecha” se enmarca en contracciones sobre la compaginación de las tendencias neoliberales y la tradición comunitaria de los conservadores, la autonomía del ciudadano y el disfrute de los servicios como consumidor. Con estas dificultades se ha permitido, por lo tanto, una discusión acerca del equilibrio entre derechos y deberes, y de la presencia de los ciudadanos en la vida social o eficacia de la política social. En la denominada Modernidad Tardía se han desarrollado cambios sociales que se recrean en la necesidad de expresiones de las diversas culturas que atisban contradicciones en los logros que la Modernidad había sostenido al respecto de la ciudadanía, pues el individualismo egoísta y el énfasis en el mercado, como garantía de la libertad y bienestar de la sociedad civil, plantean un cambio radical en la forma de la ciudadanía en sociedades contemporáneas, según Touraine (1996): Vivimos en una mezcla de sumisión a la cultura de masas y repliegue sobre nuestra vida privada. En el hospital depositamos nuestra confianza en el saber médico, pero nos sentimos ignorados o maltratados por sistemas e individuos cuya relación con los enfermos dista de ser su preocupación principal. Alumnos de un colegio, un liceo o una universidad, admitimos que el diploma es la mejor protección contra la desocupación, pero vivimos en una cultura de la juventud que es ajena a una cultura escolar en descomposición. (p.27) Hoy podríamos pensar en una ciudadanía ligada al concepto de sujeto social, la del individuo que actúa para protagonizar o dirigir su propia vida en un proceso que va de lo inconsciente a lo consciente, en constante auto-reconocimiento; un sujeto reflexivo y transformador ya no es el individuo que nace con derechos, sino el que construye una conciencia profunda acerca de ellos. En palabras de Herrera Flores (2005, p.260) “La ciudadanía no es solo un proceso de pertenencia a, sino de legitimidad de acciones dadas en un contexto específico”. Ello implica, no una construcción de derechos a partir de la norma, sino su configuración como productos culturales.

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Se puede definir la ciudadanía sosteniendo que continúa siendo una construcción histórica y cultural, basada en principios de igualdad y libertad. Esta construcción histórica en la Modernidad se contrapone, entonces, a los lazos de parentesco y tradición...lo que Durkheim llamó solidaridad mecánica. Los cambios sociales, económicos y culturales del mundo no nos permiten comprenderlo en una sociedad con solidaridad orgánica, como lo vio el pensador francés, pues cada día son más difusos los vínculos entre la libertad del individuo y la colectividad. En la actualidad se ha generado la discusión en torno al funcionamiento de la ciudadanía basada en un modelo sustentado en el ideal normativo y alejado de la realidad social (en continuo cambio). La normatividad no tiene en cuenta la variedad de historias, tradiciones y desarrollos de la ciudadanía en diferentes contextos: Deberíamos dejar en segundo plano los discursos del deber ser y empezar a poner en marcha dispositivos de investigación que aborden empíricamente los distintos procesos de adquisición y transformación de la ciudadanía en relación con grandes procesos que configuran la vida social como aquellos que explican las trayectorias vitales de los individuos. (Moran, 2009, p.49) En este contexto investigativo es mucho más pertinente el concepto de ciudadanía entendido como un proceso, como una construcción social que no sólo se determina por el nacimiento de un individuo en un territorio, su repertorio de derechos y la pretendida igualdad ante la Ley. La ciudadanía se sostiene, así, en el reconocimiento de la experiencia vivida por el individuo, dejando de importar únicamente la igualdad ante la Ley, pues cobran relevancia las diferencias individuales y colectivas y la posibilidad de celebrar una sociedad que abogue por esa convicción. La ciudadanía hoy es dinámica y se construye a través de prácticas sociales; en ella se avizoran cambios paralelamente a la transformación de los procesos sociopolíticos. La ciudadanía, práctica social de los individuos, que gira en torno a la pertenencia activa a una comunidad, implica el desarrollo de su sentido de pertenecía y la proyección sobre lo público a través de diversas prácticas, que en últimas hacen parte de su identidad. Por otro lado, la ciudadanía en la actualidad contiene, como lo menciona Moran (2009), un carácter multidimensional en el que convergen la pertenecía a una nación y los sentidos culturales de los ciudadanos y sus prácticas, así como las de los gobiernos en el marco institucional de cada Estado. Sin embargo, el componente cultural es fundamental, dado que allí descansa la configuración de la vida cívica y la acción política, pues la cultura llena de sentido estas realidades. Finalmente, la ciudadanía se ha estado definiendo a partir de los principios de recuperación de la centralidad del componente sociopolítico, pues implica que cada individuo se construye como actor dentro de la esfera pública. En ese orden de ideas, generar un concepto de construcción de ciudadanía, especialmente para analizar los procesos vividos por la juventud contemporánea, es reconocer que no existe una sola forma de ser joven. La diversidad de expresiones 33


juveniles amplía la concepción que se tiene de los y las jóvenes basada en los cambios biológicos y en la edad. Las personas jóvenes construyen su ciudadanía mediante un doble ejercicio: reconocimiento de su individualidad y vinculación a un grupo social, ya no al de la llamada sociedad mayoritaria, sino a un grupo social en el que puedan sentirse identificadas, solidarias, protegidas...Pareciera natural la posibilidad que tienen los y las jóvenes de reunirse entre pares; sin embargo, la mayor motivación para hacerlo proviene de las circunstancias sociales y culturales que les permite un tipo de relación horizontal, participativa, identitaria e incluso protectora de la vida y garante del acceso a los derechos. El individuo no se pierde, en tanto se reivindica en el grupo de acuerdo a su rol de género, su orientación sexual, origen de clase social, gustos, consumos personales y a los modos de interactuar con la familia y la escuela, pero sobre todo gracias al autoreconocimiento y al reconocimiento del otro, que lo hacen un sujeto social. Aun asi, estos individuos se hacen ciudadanos, más que en función de lo anterior, o a través de la adquisición de ciertos derechos, por su irrupción en la esfera pública, donde sí ejercen sus derechos pero también reclaman su participación en la toma de decisiones colectivas. La ciudadanía se convierte en una manera de apropiarse de los espacios de la ciudad; ya no de los espacios relacionados con la institucionalidad estatal, sino además de los parques, los centros comerciales, la calle, la esquina y aquellos relacionados con el reconocimiento de la diversidad y la cultura. De otro lado, la concreción de una organización más o menos compleja permite una interlocución (a veces violenta) con otros grupos, con los agentes de la fuerza pública y con el mundo adulto en general. No obstante, esa identificación con el grupo puede ser también transeúnte, es decir que no es estática; el individuo pasa fácilmente de un grupo a otro o participa simultáneamente, por ejemplo, en barrismo social, en grupos juveniles orientados por organizaciones no gubernamentales (ONG), en colectivos estudiantiles o en agrupaciones definidas por consumos culturales. No hay exclusividad del individuo para con el grupo, a pesar de que el grupo es exclusivo para jóvenes. La ciudadanía ya no se determina por participar en lo público de la sociedad sino en lo público del grupo; y la participación en lo público de la sociedad deja de ser individual para ser colectiva. Estas descripciones pueden ayudar, entonces, a entender cómo construyen ciudadanía las y los jóvenes, especialmente los de Cali (Colombia): jóvenes que buscan ser sujetos sociales y autónomos, que plantean el reconocimiento y la integración con la sociedad, que realizan pedidos muy concretos como “vivir el presente”, ya no sólo en calidad de quien se encuentra en proceso de preparación o de proyección, sino como parte activa de la sociedad actual; agrupaciones juveniles con organizaciones complejas que brindan a sus participantes cierto nivel de bienestar no material, sino trascendente, y con ello seguridad y protección; que sienten credibilidad hacia las personas, pero desconfianza hacia las instituciones. 34


La ciudadanía se construye; es un proceso de civilidad que permite el ejercicio de derechos más que establecidos: luchados, buscados, discutidos. Si bien la representatividad es una realidad en los gobiernos democráticos, ella también debe ser discutida, en ocasiones mediante la abstención o el silencio como formas de participación. La ciudadanía es votar, pero también es pertenecer a un grupo, es la posibilidad de proyectar símbolos de identidad y es hasta la misma identidad. La ciudadanía es participar en la vida pública y social, no únicamente con el discurso o el acatamiento de la Ley, sino también en la discusión de ella. En nuestra sociedad la ciudadanía abarca hasta el derecho al consumo. Es decir que además de los derechos otorgados por “naturalidad” cuando un individuo nace en una sociedad, se acumulan las ganancias que ese individuo integrado en la sociedad va adquiriendo como sujeto cultural, social y político. La ciudadanía no es innata en los seres humanos; debe ser aprendida, enseñada y revaluada, dependiendo de los procesos sociales e históricos. Su dinamismo nos lleva a tomar conciencia de la humanidad que reside en cada individuo, y la ciudad debe posibilitar ese ejercicio a todos y todas sus habitantes, sin exclusiones. Las prácticas sociales ligadas a la construcción de ciudadanía no pueden abordarse a partir de una generalización del hecho empírico, sino aprovechando la oportunidad de una generalización teórica. En ese sentido, las prácticas sociales, hechos observables, distintos y dependientes del contexto sociocultural, solo suceden allí donde se dan y no son iguales en todas las sociedades. Las prácticas sociales deben ser abordadas sin ignorar la relación de sentido que éstas adquieren en un contexto como el de las culturas juveniles. Esa relación de sentido tampoco es estática; permanece en interacción y en movimiento (sujetos, familia, sociedad, ciudad), y es la que desencadena las prácticas sociales que construyen o convierten a un sujeto social, capaz de participar, de organizarse e interlocutar con su sociedad; es decir, esa interacción entre distintos espacios sociales genera prácticas vinculadas a la construcción de ciudadanía. En conclusión, tenemos que la ciudadanía, constructo histórico, social y político, en el caso de los y las jóvenes es una práctica social que se construye a partir del reconocimiento de su diversidad y de sus propias dinámicas y experiencias. Lo cual significa que no radica en el acceso a los derechos, sino en sus propias prácticas, en sus propios sentidos de la acción social y en sus propias producciones culturales. No es una ciudadanía construida en consecuencia con la verticalidad del poder, sino de manera horizontal, como la vida cotidiana en la ciudad, en relación con otros grupos, con la identidad individual y de cara a la posibilidad de encontrar un espacio para el reconocimiento y la vinculación a la sociedad mediante sus diferencias y lo que ellas le puedan aportar. La ciudadanía en los y las jóvenes debe ser comprendida en contexto, no fuera de éste; pues ahí ella se recrea, se dinamiza y se construye. Los contextos sociofamiliares, escolares y grupales, así como sus derivadas percepciones de la vida cotidiana y del mundo, nos permiten adentrarnos más profundamente al desarrollo de una visión integral de los aspectos sociales en la construcción de la ciudadanía de los y las jóvenes. 35



“Los jóvenes que queman autos, lo que están haciendo es reaccionar contra la marginación a la que se les somete. Se está marginando a los jóvenes, y cada estrato social se manifiesta a la medida de sus posibilidades” Alain Touraine (Citado por García, 2010)


LOS CONTEXTOS SOCIOCULTURALES DE MUJERES Y HOMBRES JÓVENES EN CALI Los contextos socioculturales tienen gran incidencia en la construcción de ciudadanía de las personas jóvenes, pues contribuyen a construir herramientas de tipo cultural como costumbres, lenguajes y significaciones de la vida y el mundo, a través de la socialización llevada a cabo por la familia o referente familiar (no siempre consanguíneo). Dichas herramientas se afianzan o se transforman durante otros momentos de la vida como la época de la escuela, el colegio o la universidad, en los que se desarrollan elementos clave de la vida social y cultural, modificados y proyectados por cada individuo cotidianamente, en forma de prácticas sociales. En la familia, al igual que en la escuela, el colegio y la universidad, se inculcan la cultura y los principios básicos para la existencia del individuo, lo que supone una relación pedagógica que, respaldada por la institucionalidad (familiar, escolar y legal), enfatiza en el comportamiento y en el cumplimiento de las normas. Pero, por otro lado, el individuo tiene la posibilidad de construir medios para comprender e incorporar esas enseñanzas o inculcaciones a sus prácticas cotidianas, siendo interiorizadas y practicadas al mismo tiempo. Luego entonces, los principios básicos en la conformación del habitus son la inculcación y la incorporación; el primero mediado por la institucionalidad, y el segundo por una relación con el individuo. El habitus implica también la pertenencia a una clase social determinada, mucho más difícil de designar, pues hacerlo no solo implica valorar el hecho objetivo de posesión de un capital económico o ciertas posiciones sociales, sino que hace obligatorio el reconocimiento de las trayectorias sociales que definen la posición. El estilo ‘personal’, es decir, esta marca particular que llevan todos los productos de un mismo habitus, prácticas u obras, no es nunca más que una distancia en relación al estilo propio, a una época o a una clase. (Bourdieu, 1992, p. 108) Cada forma de ser se caracteriza por un estilo que responde a la época y a la clase social, en directa comunicación con el medio social. El habitus permite que el individuo se auto-reconozca y proponga a su sociedad nuevas acciones. El análisis de la procedencia social resulta, entonces, más importante que el de la clase social, aunque ésta haga parte de la primera. Su consideración permitirá entender las formas en que interactúan los y las jóvenes en los distintos espacios de la ciudad, teniendo en cuenta no solo el capital actual, sino también la relación entre ese capital y el inicial o de origen, que define su trayectoria. La procedencia social de los y las jóvenes en Cali puede ser analizada de acuerdo a la cultura mayoritaria (caleña, vallecaucana o colombiana) y al mismo tiempo realizando el reconocimiento de sus propias significaciones y nuevas construcciones culturales (sus organizaciones, discursos y prácticas) que están en relación con otras prácticas o expresiones, pero que se comparten a través de campos como la familia, la escuela o el barrio. 39


CARACTERIZACIÓN SOCIOCULTURAL La familia Gráfico No. 1: Número de personas con las que conviven los y las jóvenes participantes en la encuesta

Los hogares de las y los jóvenes encuestados(as) se caracterizan por albergar un número considerable de personas. Según los datos recolectados, la mayoría se conforma por más de 5 (correspondiente al 41%) y 4 (equivalente a 25%) de ellas. Esta caracterización es importante, ya que la inserción en estos grupos configura dinámicas de socialización particulares, fundamentalmente aquellas relacionadas con la autonomía y privacidad de acciones de las personas jóvenes; igualmente, la calidad de vida en general puede verse influenciada por la composición extensa de los hogares. Con respecto a las personas que conforman los hogares de los y las jóvenes que participaron en la encuesta, podemos decir que predominan la familia de tipo nuclear (compuesta por padre, madre, hermanas y hermanos), en el 38%, y la familia extensa1, en el 24%. Las familias monoparentales (con presencia de alguno de los padres) resultaron menos frecuentes en esta encuesta: solo en el 10% de los casos. La existencia de familias nucleares podría representar una situación de aparente estabilidad; sin embargo, son las relaciones las que generan realmente un ambiente propicio o no para la socialización de los hijos e hijas. En las entrevistas personalizadas algunas respuestas dejar entrever la dificultad para mantener buenas relaciones con el padre, la madre, los hermanos o las hermanas, y al interior de las familias extensas suele generarse un sinnúmero de conflictos relacionados con la enseñanza y la aplicación de las normas. La ausencia de los padres, motivada por la situación económica, no le permite claridad a los individuos acerca de la figura sobre la cual recae la autoridad: padres y madres que salen a trabajar cumpliendo con su rol de proveedores y proveedoras llegan a 1 Familia extensa se entiende como aquella que incluye a la familia nuclear y a otro tipo de parentela: tíos, abuelos, primos, padrinos, amigos, etc.

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limitar su papel socializador al de vigías del cumplimiento de las normas o lo delegan en hermanos, abuelos y tíos de los y las jóvenes...en fin...…situaciones que van más allá del statu quo en el que se encuentran las familias, ya sean nucleares o extensas: Yo vivo con mi cucha, mi cucho, mi abuela, que es la que manda, y mis tres hermanos y un tío. Yo casi no mantengo en la casa, yo no me relaciono mucho con ellos, es que todos quieren mandar y yo no estoy para eso. (Juan, 14 años) Yo vivo con mi abuela, dos hermanos y mi mamá, yo me llevo bien con ellos; no falta el conflicto, no faltan las peleas normales siempre en una relación. (Pedro, 16 años) En mi casa no me dicen nada, mi papá sabe mis vueltas y a veces la que me regaña es mi mamá, pero no me dicen nada. (José, 14 años) Las relaciones en la familia pueden tensionarse a razón de las dificultades propias de la convivencia y llegar a contraer situaciones aún más críticas ante vicisitudes como la falta o inconsistencia de normatividad y sus referentes, la ausencia de acompañamiento de los padres y/o madres para con sus hijos e hijas, la precariedad económica y la falta de voluntad para resolver los conflictos de manera pacífica. El paso de una sociedad tradicional a una moderna ha traído consigo el surgimiento de la familia nuclear en nuestro medio, teniendo en contra la insuficiencia de espacios en la sociedad que permitan la inculcación de valores sociales; por el contrario, lo que persiste es la carencia de ofertas institucionales para tal fin, por lo que hoy encontramos gran cantidad de jóvenes sin acompañamiento institucional, mientras sus padres y/o madres se concentran en los avatares de la vida cotidiana. Así que el modelo de familia nuclear supone el reforzamiento o apoyo institucional en la educación social y en la formación de las hijas e hijos. El modelo clásico de familia aboga por la socialización y protección de la prole y por la conformación de un escenario donde se proporcione afecto a sus individuos, además de llevarse a cabo una serie de tareas que permitirían que los hijos y las hijas logren desarrollar todas sus capacidades. Sin embargo, ese modelo ha llegado a ser reevaluado, por lo menos en la práctica. Una de las razones de dicha reevaluación podría sustentarse en los cambios en la ideología, la concepción y las prácticas de las familias: las madres, que antaño se dedicaban casi exclusivamente a su papel de socializadoras, ahora lo intercalan con el de proveedoras, o incrementan su participación en la vida público-social, el trabajo y la política, disminuyendo el tiempo de dedicación a sus hijos e hijas y al hogar; los padres, que cada vez encuentran mayores dificultades para el acceso al trabajo, abandonan el hogar o se limitan a ser proveedores; las parejas, que al partir fuera del país en búsqueda de un futuro promisorio se convierten en mejores provisoras a costa de delegar la educación de sus hijos e hijas a hermanas, madres u otros familiares.

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Este panorama que aparece más diverso ya no corresponde al concepto de familia clásica; en él se manifiestan fenómenos como la alteración de algunos roles y la aparición de otros (madres proveedoras y padres socializadores que exploran nuevas masculinidades), debido, entre otras razones, a los cambios sociales y a las transformaciones de los mercados. Sin embargo, la familia continúa siendo el espacio socializador más importante para los y las menores. Lograr entender sus nuevas dinámicas representa la posibilidad de seguir apostándole a su papel más relevante: el que conjuga la protección con la socialización, independientemente de quien ejerza qué roles: En este papel se hace preponderante la enseñanza de valores éticos y morales.

Religiosidad Es interesante observar la poca cantidad de jóvenes que expresan mantener prácticas religiosas: sólo el 35,1% manifestó profesar algún credo, mientras que el 65% declaró no tenerlo. En cierta medida, esta mínima adscripción a la religiosidad obedece a procesos de modernidad en los que actualmente están inmersos(as) los y las jóvenes. Entre sus intereses y dinámicas de socialización, si bien la religión -especialmente la heredada por su núcleo familiar- cobra algún tipo de trascedentalidad en sus vidas cotidianas, es cuestionada porque, sin desconocer otras razones, las ideologías religiosas tienden a ser reemplazadas por algunas como las del consumo o las de la flexibilidad moderna...… modernidad líquida, en términos de Anthony Giddens (año 1990, p.16), en la cual las estructuras ideológicas se comportan de forma más flexible. Si tenemos en cuenta las implicaciones de pertenecer a un credo religioso que trae consigo estilos de vida particulares, puede resultar bastante complejo para las personas jóvenes adaptarse a ellos. Sin embargo, durante la entrevista personalizada, a la pregunta de si se cree en Dios, todos y todas respondieron afirmativamente. Hay quienes no diferencian entre eucaristía y culto, y dicen pertenecer a algún credo cristiano sin distinguir su vertiente: católico-romana o protestante. La palabra con la que relacionan su participación es la Misa: Dios es grande, es armonía. Dios me da calma cuando estoy trabado. Ayer estuve en Misa, en una célula. Yo estoy en la célula que se hace frente a mi casa. Estuve en la misa de los pastores; somos como 8 que vamos. Ahí hablan de Dios y luego le dan a uno algo para que se llene. (José, 14 años) En algunos grupos de jóvenes existe una ruptura entre las prácticas religiosas heredadas y las que lleva cada joven a su cotidianidad. A pesar de ello, se hace notorio el uso instrumental de la religión. La espiritualidad o trascendencia se hace menos esencial que la accesibilidad a cultos religiosos que faciliten a los y las jóvenes su inclusión.

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Conformando el grupo de personas encuestadas que manifestaron adscripción a algún credo religioso, el 18,4% explicita pertenecer a la religión católica, mientras el 15,1% a otro tipo de credo. Entre las que se declaran católicas, algunas personas no participan en los eventos religiosos propios; sin embargo, la posibilidad que parece brindar esta religión de pertenecer, sin necesidad de asistir, gracias solamente al hecho de haberse bautizado en sus instancias, provoca una sensación de libertad para decidir y actuar, pero a la vez puede ser causa de la adopción de una doble moral en relación al deber-ser. Algunos(as) jóvenes no logran ser captados(as) por los preceptos, dogmas e ideologías de una religión específica, sino que extraen de ella las prácticas más significativas para expresar su trascendencia. Claramente, como todos los seres humanos, los y las jóvenes se encuentran en busca de respuestas a aspectos trascendentales de la vida; no existe razón para que sean una excepción, por ello ha resultado fácil su captación por parte de algunas iglesias. No obstante, al escucharles hablar sale a flote la dificultad que enfrentan para hallar sus respuestas aun allí. La búsqueda, entonces, no se emprende sólo en las iglesias, sino también en los grupos, en la música o en los consumos. La soledad se expresa como “vacío”...no hay tiempo para el silencio, para la soledad: No me gusta estar solo; me azaro cuando estoy solo o cuando no hay música. Quiero siempre estar con alguien o al menos ver televisión o escuchar música. (Pedro, 16 años) Lo anterior no quiere decir que no exista espiritualidad. Quizá de lo que se trata es de falta de acompañamiento para el encuentro consigo mismos(as), para propiciar su propio reconocimiento y la crítica profunda a los estilos de vida determinados por la sociedad consumista. Aunque no hace parte de esta investigación, es evidente que existe un gran movimiento religioso captador de personas jóvenes que llegan a generar transformaciones sustanciales en sus vidas y en las formas de relacionamiento social. Importante sería comprender hasta qué punto el campo de la religión da paso a un habitus, conformando a individuos socialmente diferenciables.

La vivienda La familia reside en un espacio físico, en el cual, además de los servicios públicos básicos, son determinantes los escenarios donde los y las jóvenes puedan relacionarse con los demás miembros de la familia y también se logre acceder a la privacidad. En relación con el tipo de vivienda, el 47% cuenta con los servicios públicos básicos: agua, electricidad, alcantarillado, teléfono y televisión por cable. Solo el 23% posee 4 de estos servicios. Una causa probable de que este número sea todavía menor en la Cali del siglo XXI obedece a que algunas encuestas fueron aplicadas en asentamientos 43


no legalizados, donde el suministro de ellos se realiza de forma ilegal y/o artesanal, lo que ocasiona eventuales suspensiones. La mayor parte de las viviendas cuenta con 3 ó más habitaciones (61,4%). Posiblemente esto se debe a la preeminencia de familias nucleares con alto número de miembros y de familias extensas con similares características. Pese a ello, vale la pena destacar que en un 32,4% las viviendas solo cuentan con 2 habitaciones, lo que sugiere, al relacionar esta variable con el número de personas que conforman los hogares, la presencia de problemas causados por hacinamiento. Algunas descripciones de jóvenes hacen notar la inexistencia de privacidad en sus hogares, lo que hace de la calle u otros espacios de la ciudad escenarios más propicios para la expresión de su personalidad o para el desarrollo de sus intereses: Yo mantengo es en mi calle, me gusta porque es que en mi casa somos muchos y no cabemos, así que desde temprano yo salgo a fumar lo mío, y suerte porque allá no hay nada qué hacer. (José, 14 años) No pues uno tiene su cuarto, pero ahora lo comparto con un primo que vino de Tulúa, así que pues uno no puede tener privacidad y entonces es más fácil tenerla con los amigos, yo estaba acostumbrado a estar solo, yo soy un pelado que me considero de mi casa, pero si pilla, que si no hay privacidad, pues no se puede. (Manuel, 14 años) Grafico No. 2: Número de habitaciones en las viviendas donde residen los y las jóvenes encuestados(as)

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El problema del hacinamiento trae también, como consecuencia, la tensión en las relaciones, pues el espacio y su uso crean significaciones fundamentales entre los seres humanos. La dificultad de encontrar espacios sociales diseñados para la población joven en la ciudad se suma al estigma que enviste a estos espacios cuando los y las jóvenes los usan, dando como resultado a jóvenes sin territorios…sin espacios donde puedan ser y expresarse. Por eso, el uso de lugares clandestinos, apropiados de manera violenta, territorializados o privatizados crea conflictos con otras poblaciones, a la vez que genera dicha estigmatización de escenarios y prácticas por parte del resto de la sociedad.

Auto-reconocimiento étnico Hoy suele ser más importante pertenecer a una cultura específica que a una nación, y a un grupo o movimiento social más que a un país. En palabras de Touraine (1997), “lo que hay que percibir no es una mutación acelerada de las conductas sino la fragmentación creciente de la experiencia de individuos que pertenecen simultáneamente a varios continentes y varios siglos: el yo ha perdido su unidad, se ha vuelto múltiple”. En este contexto, la pertenencia a un grupo étnico tiende a posibilitar una construcción de identidad acaso más sólida, aunque se pueda ser partícipe de distintos espacios sociales. A la cuestión sobre pertenencia a grupos étnicos, los y las jóvenes que intervinieron en la encuesta respondieron como indica el Gráfico No. 3. Gráfico No. 3: Pertenencia de los y las jóvenes encuestados(as) a grupos étnicos

Se presenta una distribución relativamente equitativa respecto a la autodefinición de los y las jóvenes en términos étnicos. Una parte minúsculamente mayor, correspondiente al 32%, se autopercibe como afrocolombiana, mientras otra proporción, equivalente al 31%, como mestiza. La ciudad de Cali cuenta con un alto número de población afrodescendiente, producto, en buena parte, de continuos procesos migratorios en la 45


Costa Pacífica, lo cual puede explicar la cantidad de jóvenes que se autodefinen como afrocolombianos(as). A partir de estas dos cifras podemos concluir que la población joven encuestada se clasifica, sobre todo, en afrocolombiana y mestiza, aunque en menor proporción (24%) también aparecen jóvenes que se conciben como blancos(as). La categoría etnia no solo se relaciona con la pertenencia a una raza específica, sino que trasciende a dimensiones y aspectos de tipo cultural que no se limitan al color de la piel. Ser de una etnia implica poseer ciertas cosmovisiones y maneras particulares de asumir la vida social. En este sentido, la prevalencia de etnias distintas en una ciudad como Cali obliga a considerar espacios de expresión y reconocimiento de su existencia. La heterogeneidad de etnias ya no puede traducirse sólo en la igualdad de derechos, sino sobre todo en la diferenciación de las prácticas, de las formas de ver el mundo y de la construcción de espacios socializados o territorialidades. La condición étnica es fundamental en la construcción de las prácticas sociales de los y las jóvenes, como veremos más adelante.

Población vulnerable Los más de 50 años de violencia en Colombia, las políticas neoliberales para asumir la responsabilidad social del Estado en relación con las clases menos favorecidas, las concepciones asistencialistas para atender las distintas problemáticas sociales generadas por todas estas circunstancias y las políticas para insertar a los actores del conflicto a la vida social han llevado a la creación de categorías de ciudadanos que se relacionan con el Estado a través del acceso a derechos básicos y a subsidios monetarios. Hoy en Cali están presentes cada una de dichas categorías, que si bien han sido transformadas en cuanto al lenguaje, para matizar la falta de intervención social del Estado, en la práctica solo constituyen una manera como éste discrimina a grupos e individuos que han sido marginados social, cultural y políticamente, por situaciones de violencia y conflicto. Las categorías enunciadas a continuación corresponden a las formas en que se discrimina a cada grupo que ha hecho parte de la violencia política del país, como víctimas o victimarios: Gráfico No. 4: Pertenencia de jóvenes encuestados(as) a tipos de poblaciones

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Los y las jóvenes que dijeron pertenecer a alguna de estas categorías se clasifican así: el 5,4% son desplazados(as), el 0,6% reinsertados(as), el 1,2 desmovilizados(as), el 1,4% desvinculados(as), el 3,3% receptores(as) y el 17,3% vulnerables; lo que sumado da como resultado un 29,2% de la población con alguna vinculación a estas categorías. Si, en consecuencia, se considera que se trata de una población joven que ha enfrentado distintos traumas de guerra, que conserva prácticas sociales propias de espacios relacionados con la violencia y la clandestinidad, y que debido a sus nuevas condiciones en la ciudad viven en exclusión social, desempleo y falta de oportunidades, es menester del Estado, en las instancias local y nacional, implementar mecanismos de intervención psicosocial apropiados, que permitan a estas personas vincularse al ejercicio de la ciudadanía con miras a ser realmente parte de la ciudad.

Salud El acceso al derecho a la salud es tan relevante hoy que nos puede indicar el nivel de desarrollo de una sociedad. Los datos arrojados por este sondeo se presentan en el Gráfico No.5 Gráfico No.5 : Acceso de jóvenes encuestados(as) a servicios de salud

Si se analiza esta variable a través de la perspectiva de las políticas de seguridad social, encontramos un elemento positivo, en cuanto se presenta una alta proporción de población afiliada al régimen de salud (81,3%); dato importante porque hace suponer que las personas cuentan con un mínimo aceptable de bienestar social en lo que a salud se refiere. Sin embargo, el porcentaje de población que no accede a estos servicios es del 19%, cifra que por la misma razón no deja de ser inquietante. No menos importante es el dato que permite ver que la mayor parte de la población encuestada adscrita a un régimen de salud se encuentra afiliada a Entidades Promotoras 47


de Salud (EPS) en porcentaje del 41,2%; en tanto que la población restante se beneficia del Régimen Subsidiado a través del Programa SISBEN, en un 34%. Frente a lo anterior, se puede concluir que si la mayor parte de los y las jóvenes acceden a los servicios de salud, será la percepción de la salud misma lo que cambie en relación con el trabajo (diferencias entre ser Cotizante y Beneficiario o entre asistir a consulta médica a través del plan SISBEN y la EPS, etc.). Mayores detalles de estas diferencias se presentan en el Gráfico No. 6 y en la Tabla No. 1 Adicionalmente, en lo que respecta a necesidades de salud insatisfechas, se destaca la insuficiencia de programas de prevención o “medicina preventiva”, que respondan a las demandas de aprendizaje orientado a una vida saludable. Gráfico No.6 : Tipo de servicio en salud al que acceden los y las jóvenes encuestados(as)

Tabla No. 1 : Tipo de servicio en salud al que acceden los y las jóvenes encuestados(as) en función del trabajo Tipo de trabajo

EPS

SISBEN

Otro

Formal

104

35

12

No sabe/ responde 31

Informal No sabe/ responde

90

107

8

73

278

324

283

38

153

798

518

425

58

257

1258

Total

no

48

no

Total 182


CARACTERIZACIÓN SOCIOECONÓMICA La caracterización socioeconómica por sí misma no permite definir categorías de clase social; pese a ello, sí aporta parámetros que ayudan al establecimiento de la diferenciación en la población. Se debe tener en cuenta que la estratificación social corresponde más a dinámicas administrativas que a conceptualizaciones socioculturales, pero tras la correspondiente salvedad, nos permite, en primera instancia, determinar la procedencia de los y las jóvenes encuestados(as). Por el enfoque de la investigación, es claro que los estratos aquí preponderantes son 1, 2 y 3, los cuales están representados por el 47,1%, 37,4% y 12,2% respectivamente; aspecto sobre el que no hay mucho por decir, puesto que la estratificación socioeconómica en los lugares donde fue aplicada la encuesta es proporcionalmente correspondiente. Sin embargo, en lo que sí vale la pena insistir es en que continúa estando vinculado el concepto de pobreza a la violencia, pues la encuesta se realizó a partir de los datos suministrados por el Observatorio Social de la Alcaldía de Santiago de Cali en el primer trimestre del año 2009, donde se señala que buena parte de la violencia en la ciudad es procedente de estos estratos y las comunas que los contienen, en consonancia con la cantidad de reportes de muertes o agresiones registradas por las entidades judiciales del Estado. Quizá un manejo más interpretativo de las cifras devele que si bien los reportes provienen de estos sectores, el origen de la violencia puede estar en lugares sociales de la ciudad que logran involucrar a los y las jóvenes de sectores populares en sus prácticas, pero cuya orientación no escapa a las dinámicas estructurales de la violencia en el país.

Situación ocupacional El trabajo es una gran preocupación, tanto para las entidades que intervienen en los temas de juventud, como para las mismas personas jóvenes. Incluso, es común escuchar como premisa, en el marco de cualquier proceso de intervención social en algún espacio de la ciudad, que los y las jóvenes o sus parientes declaren: “Si hubiera trabajo, se acabaría la violencia”. Sin embargo, las condiciones sociales que garanticen el acceso al trabajo, no únicamente en lo que respecta a cantidad de puestos vacantes, sino también a la calidad, están mediadas por fenómenos como la capacitación de los individuos en altos niveles, la flexibilidad laboral, la especialización y la conexión con redes (Boltanski y Chiapello, 1999, p.153-230) para el ingreso laboral...…todas políticas neoliberales que se han estado implementando en Colombia desde la década de los 90, que han generado nuevas lógicas en los mercados; lógicas para las que el país no estaba preparado. En este contexto, encontramos una situación laboral de jóvenes encuestados(as) que en un 38,4% declaran no trabajar, sino dedicarse exclusivamente a sus estudios, frente a un 28% que sí trabajan. Resulta obvia la particularidad de este dato en el sentido en que la moratoria social de las personas jóvenes les permite no trabajar. A pesar de 49


esto, aparece una cifra importante respecto a quienes se declaran desempleados(as): 24%. Su situación puede explicarse, entre otras razones, por el rango de edades y por la falta de oportunidades que se agrava con el bajo nivel de capacitación técnica y laboral. Una revisión de la situación laboral en función del tipo de trabajo se describe en el Gráfico No. 7 En ella es notorio que solo el 14,5% de quienes laboran lo hacen en la modalidad formal, lo que significa acceso a prestaciones sociales de Ley y ciertas garantías laborales (dependiendo de cada empresa). Sin embargo, es inquietante el porcentaje de jóvenes laborando en la informalidad: 22,1%, pues esto significa que cuentan con muy pocas garantías laborales, sin mencionar el hecho de que, en casi todos los casos, el trabajo informal no requiere mayores niveles de preparación laboral, lo que provoca en las y los jóvenes una posición despreocupada en cuanto a su formación, que a la postre contribuye a la reproducción de estos esquemas laborales de informalidad. Gráfico No. 7: Situación laboral de los y las jóvenes encuestados(as) en función del tipo de trabajo

Por otro lado, también es necesario tener en cuenta la procedencia del sustento económico de los y las jóvenes que participaron en la encuesta, que va desde la autonomía total hasta la dependencia de familiares o de subsidios estatales, como lo muestra el Gráfico No.8. Según los resultados de la encuesta, el 33,3% de los y las jóvenes depende económicamente de sí mismos(as). En porcentaje cercano se encuentran quienes manifiestan depender económicamente de sus padres: 30%, seguido por un 24,5% que dice depender de sus madres; cifras que al no distar mucho entre sí, indican que las madres están proveyendo económicamente casi en igual medida que los padres de las personas encuestadas.

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Gráfico No. 8 : Procedencia del sustento económico de los y las jóvenes encuestados(as)

De las 1.258 encuestas realizadas, el 49,4% se aplicó a mujeres y el 50,6% a hombres. La variable “sexo” nos permite analizar otras circunstancias que expresan relaciones sociales determinadas por los roles exigidos a los individuos de acuerdo a su condición sexual. Los datos del cruce entre las variables “sexo” y “situación ocupacional” en la Tabla No. 2 lo evidencian. Del total de jóvenes que sólo se dedican a estudiar, el 53% son mujeres y el 47,2% son hombres; entre quienes trabajan, el 41% son mujeres, mientras el porcentaje de hombres llega al 59%. Con respecto a la dedicación compartida entre trabajo y estudio, la proporción de hombres (55%) también se encuentra por encima de la conformada por mujeres (45.2%). Tabla No. 2: Situación ocupacional de los y las jóvenes encuestados(as) en función del sexo Tabla No. 8 Situación Ocupacional

Solo estudia

Sexo

Mujer

Hombre

Total

Trabaja

Trabaja y Desempleado estudia

Total

Frecuencia

255

144

57

166

622

% de sexo

41,00%

23,20%

9,20%

26,70%

100,00%

% de situación ocupacional

52,80%

41,00%

45,20%

55,70%

49,40%

Frecuencia

228

207

69

132

636

% de sexo

35,80%

32,50%

10,80%

20,80%

100,00%

% de situación ocupacional

47,20%

59,00%

54,80%

44,30%

50,60%

Frecuencia

483

351

126

298

1258

% de sexo

38,40%

27,90%

10,00%

23,70%

100,00%

% de situación ocupacional

100,00%

100,00%

100,00%

100,00%

100,00%

51


Las cifras demuestran que son más las mujeres que se dedican sólo a estudiar, mientras que la mayoría de los hombres trabajan y estudian. De igual forma, es mayor la cantidad de hombres que trabajan, comparada con la de mujeres. Podría concluirse que entre la población encuestada los hombres poseen más representatividad en el mercado laboral, mientras que las mujeres la tienen en el ámbito académico. Estas tendencias son determinantes si pensamos en la proyección profesional de la juventud. Sin lugar a dudas, entre la población encuestada resultan ser las mujeres las que cuentan con mayores posibilidades de obtener mejor calidad de vida. A continuación, como parte fundamental del análisis de grupos sociales participativos, reflexivos y propositivos, se incluye la descripción de variables que implican la construcción de un capital social, como el estado civil, el grado de escolaridad y el tipo de institución en la que se estudia.

Estado civil Aparecen porcentajes de jóvenes casados(as) (4,6%) y en unión libre (19%), los cuales arrojan, al sumarse, una cifra correspondiente al 23,6% de jóvenes que han conformado sus propias familias; a ello debe adicionarse el 31% que manifiesta tener uno o más hijos, para contrastar con el 72,9% de jóvenes solteros(as). Estos datos reflejan la conformación de familias a edades muy prematuras. El cruce de dichas cifras con la de jóvenes desempleados(as), que corresponde al 23,7% y con la de quienes solo estudian, equivalente al 38,4%, permite concluir que existen muchas posibilidades de que jóvenes que han conformado familia propia no se encuentren trabajando, lo que da pie también a considerar las complicaciones en la socialización que pueden poseer las familias cuando sus condiciones socioeconómicas no son las mejores. Tal contexto puede reproducirse en muchos espacios sociales de la ciudad, generando serias dificultades para que niños y niñas accedan a sus derechos, lo cual desembocará inequívocamente en problemáticas sociales que involucren a los y las jóvenes. La constitución prematura de las familias no siempre puede asociarse a las desigualdades sociales; sin embargo, sí afecta las condiciones socioeconómicas de quienes no cuentan con un nivel o tipo de formación que genere oportunidades para la inserción laboral.

Nivel educativo El nivel educativo determina, en gran medida, las prácticas, las percepciones sobre diversos ámbitos sociales y los procesos de socialización, entre otros. En la población analizada encontramos, como lo ilustra el Gráfico No. 9, un alto número de jóvenes que cursan en el momento estudios secundarios (72,5%), seguido por el de quienes han culminado el bachillerato (11,4%) y finalmente por la mínima población joven que cuenta con estudios de educación superior (4,5%). 52


Gráfico No. 9: Grado de escolaridad de los y las jóvenes encuestados(as)

Seguramente este contexto está relacionado con las dificultades que tienen los y las jóvenes de sectores populares de acceder a la educación. Sin embargo, es prudente que el análisis profundo no tenga en cuenta solo la cobertura, sino también la calidad educativa, pues algunas de las personas que participaron en las entrevistas exploratorias cualitativas aseguran no estar estudiando motivadas por otras situaciones como la presión del colegio en cuanto a la normatividad, la dificultad para el aprendizaje, en parte debida a la masividad de la educación (cursos con más de 50 estudiantes), y a no encontrar correspondencia entre la inversión de tiempo y dinero que demanda la educación y sus garantías de ingreso al mercado laboral: Estudiar no da plata, uno se aburre con tanto pelao, salones de cincuenta y con profesores que se la montan porque uno lleva el pelo largo o el piercing o que tales, entonces uno se aburre y es mejor salir a buscar platica. (Juan, 14 años) Lo anterior puede analizarse a la luz del conflicto enfrentado por docentes y estudiantes frente al libre desarrollo de la personalidad y del escaso empoderamiento que aún se percibe en los últimos respecto a los derechos en el marco de la educación. Pese a ello, la educación formal sigue siendo una necesidad en la formación social de la juventud, pero se requiere una restructuración en torno a su calidad, de cara a los intereses de los y las jóvenes y a la necesaria formación en competencias sociales y técnicas más apropiadas para las sociedades actuales. Relacionando el grado de escolaridad con la variable “tipo de institución educativa”, encontramos que la mayoría de los y las jóvenes encuestados(as) realizó sus estudios secundarios en instituciones educativas públicas de carácter laico (52%), como lo indica el Gráfico No. 10 Podría sugerirse que ello se debe al nivel socioeconómico que caracteriza a la población analizada. Se trata de jóvenes que habitan en sectores populares. Vale la pena decir que el acceso de algunos(as) de ellos(as) al sistema privado de educación obedece a que las instituciones han aceptado la propuesta de incrementar la cobertura académica 53


como parte de una política proveniente de la Secretaría de Educación Municipal y del Ministerio de Educación Nacional; pese a esto, los procesos educativos no necesariamente están dotados de la calidad que se requiere, pues, por lo menos en el Distrito de Aguablanca y en la zona de Ladera, un sinnúmero de colegios privados se sostienen a través del sistema de aumento de cobertura, pero su infraestructura y su modelo pedagógico carecen del nivel que permita una educación de calidad. Gráfico No. 10: Grado de escolaridad de los y las jóvenes encuestados(as) en función del tipo de institución educativa

Adicionalmente y a pesar de la gran necesidad que tienen estas personas de calificarse para el trabajo, el acceso a la educación superior o a la de tipo técnico es muy limitado. La alta competitividad en el ingreso a la universidad pública (Universidad del Valle) restringe el acceso, pues algunos(as) jóvenes expresan sentir que no poseen las herramientas suficientes para competir por un cupo; y los altos costos en las universidades privadas o en instituciones de carreras técnicas cierran el círculo de la inaccesibilidad. Teniendo en cuenta que el grupo de personas que estudia está compuesto por 912 jóvenes, al analizar la correlación entre el grado de escolaridad y la situación ocupacional, se puede notar que el 82,2% de los y las jóvenes que se encuentran en secundaria únicamente se dedican a estudiar, el 68,1% a trabajar, y el 63,5% se ocupa en ambas actividades, al igual que el 13% de los(as) que realizan estudios universitarios. Se evidencia así una proporción considerable de jóvenes que trabajan y estudian al mismo tiempo, aun estando en el nivel de escolaridad secundaria, lo cual podría sumarse a las dificultades para lograr calidad en el aprendizaje, pues la mayoría trabaja informalmente y dedica jornadas tan largas como extenuantes a sus labores, sin mencionar lo negativo que puede ser en una sociedad el trabajo infantil-juvenil cuando no se garantiza el cumplimiento de los derechos en que prima la formación de los individuos -por cuestiones psicológicas y sociales- sobre el ingreso al mercado laboral. 54


Tabla No. 3: Grado de escolaridad y situación ocupacional de los(as) jóvenes encuestados(as)

Surge la inquietud acerca del tipo de trabajo que realizan los y las jóvenes que, teniendo sólo el nivel de educación secundaria, se dedican únicamente a trabajar. Quizá sus condiciones laborales no sean las mejores y predomine el trabajo informal, pues en la medida en que el nivel de cualificación es bajo, difícilmente se puede contar con el mínimo de garantías laborales.

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Todos estos elementos permiten formular ciertas apreciaciones respecto a una población joven que participa muy discretamente en la vida económica formal del país, debido a la falta de oportunidades y de capacitación, tanto técnica como académica, así como a la escasez de empleos en los que pueda desarrollar no sólo sus capacidades técnicas, sino también su potencial humano creativo e innovador. Esto convierte a los y las jóvenes en un grupo poblacional dependiente económicamente, lo cual pone en primer plano la necesidad imperante de su preparación para la vida social y laboral. Dicha preparación debe responder asertivamente a las necesidades de los mercados laborales del país y a los intereses de los individuos, para que la educación se aleje de esa apariencia de retén que invisibiliza las necesidades económicas de las personas, especialmente de las más jóvenes. Frente al nivel de preparación académica no existen diferencias significativas entre hombres y mujeres, excepto en lo que tiene que ver con estudios universitarios, a los cuales ha accedido el 61% de las mujeres, en contraste con el 39,3% de los hombres. Según los datos arrojados por la encuesta, el 49,3% de las mujeres ha concluido la educación primaria, al igual que el 51% de los hombres. En lo que respecta a estudios secundarios, idéntico porcentaje de mujeres y hombres (50%) ha alcanzado este grado de escolaridad. Como se puede observar, estas cifras son coherentes con las tendencias actuales de ingreso de las mujeres a los espacios públicos y de su profesionalización como medio para lograrlo; sin embargo, no se pueden desconocer las condiciones socioculturales en que lo hacen, pues si bien pueden estar ingresando a la Universidad, algunos mecanismos culturales de dominación patriarcal continúan vigentes delegándoles roles como el trabajo doméstico y el cuidado de los hijos e hijas. Este viraje que ha dado la educación durante las últimas décadas en Colombia, con respecto a la inclusión de las mujeres, es trascendental porque les ha significado la oportunidad de educarse formalmente y participar en los espacios públicos. A pesar de ello, aún las dinámicas del país no logran generar un ambiente equitativo entre los hombres y las mujeres, más allá de la igualdad de derechos, en el reconocimiento de la diferencia entre los sexos y los roles, con el fin de fomentar una educación más incluyente, en términos ya no de cobertura sino de contenidos y calidad. No basta con que las mujeres se vinculen a la educación formal. Verdaderos espacios de desarrollo educativo, acordes con su condición, permitirían la transformación de significaciones sustentadas en las estructuras de dominación masculina. El análisis de la situación de la educación puede guiar una reflexión en torno a las formas en que el Estado propicia o no la inclusión de los y las jóvenes a la sociedad, al tener en cuenta que persisten tantas debilidades en sus procesos de formación académicotécnica y su vinculación a los sistemas productivos, que entretanto muchos(as) jóvenes no hacen algo distinto a replicar las formas de trabajo informal y, como sus padres, suministrar mano de obra no calificada.

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Dado que el papel del Estado no se limita a la generación de leyes, sino que implica su concepción clara acerca de las poblaciones, los y las jóvenes no pueden ser una excepción. Su capital social es fundamental a la hora de exigirles el ejercicio de una ciudadanía con responsabilidad, por eso las garantías de educación y trabajo sobrepasan los esfuerzos por ampliar la cobertura y demandan medios para que sean de óptima calidad y permitan a los individuos proyectarse y vivir con dignidad. La familia sigue siendo el espacio socializador y protector por excelencia de una sociedad; sin embargo, el ideal de la familia nuclear no es un hecho empírico observable. Hoy, debido a los cambios sociales, a la globalización, a las dificultades para acceder al trabajo y a las dinámicas propias de los mercados, coexiste una diversidad de formas de constitución de las familias. Por obvias razones, esta diversidad influye en la socialización de los y las menores, generando nuevas y distintas acciones propiciadoras de que los y las jóvenes encuentren referentes distintos a los de su origen social y cultural, y con ellos construyan un sinnúmero de identidades. Si bien es cierto que el acceso a la salud, a la educación y al trabajo han mejorado las condiciones sociales de algunos sectores de la ciudad, esto se ha logrado en detrimento de la calidad; es decir que las pedagogías, en el caso de la educación, y los diagnósticos, la atención y medicación en lo que respecta a la salud, cada vez son más precarios. Todo ello contribuye a que la población joven carezca de herramientas eficaces para enfrentar los nuevos retos de una sociedad globalizada, consumista y tecnologizada. El origen social de los y las jóvenes no puede ser determinado de acuerdo al estrato, sino a la luz del acceso a sus derechos, del reconocimiento de sus identidades y de su participación en la vida social (trabajo, salud, educación, etc.). Estos son espacios socializadores que trascienden de ser nichos de origen y se vuelven catalizadores de su conversión en actores sociales. La actual exclusión social marca, entonces, las identidades colectivas de los y las jóvenes, pues ellos(as) se enfrentan a problemas estructurales para lograr su inserción. Estos problemas se recrean en situaciones como la dificultad para acceder a sus derechos e insertarse laboralmente, en la extrema pobreza y la precariedad cada vez más evidente del sistema educativo, en la transformación del papel de la familia y la persistencia de la inequidad de género, así como en la falta de información suficiente y de calidad que ayude a las personas jóvenes a tomar concienzudamente sus decisiones de vida.

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“Enfrentando todo lo has vencido, descubriendo poetas que escapan ignoras misterios que gritan desde el olvido. Cabalgando bajo el manto negro de la noche y a lomo del viento te hiciste jinete, al tiempo un guerrero�. Kraken Aves Negras


COTIDIANIDADES JUVENILES La cotidianidad de las culturas juveniles en Cali tiene como escenario la generalidad de la ciudad y en particular sus espacios sociales: parques, centros comerciales, avenidas, sitios turísticos, barrios y esquinas. En estos espacios cada cultura se recrea e interrelaciona con las demás y con el resto de la sociedad. En la ciudad, los y las jóvenes viven sus conflictos, los dirimen y crean nuevas significaciones de ser ciudadanos(as). Para el desarrollo de este trabajo fue importante observar algunas dimensiones transversales a la cotidianidad de los y las jóvenes. Cada una, puesta en práctica, tiene sus significaciones para determinado grupo; por eso es importante tener en cuenta que en cada uno de ellos es distinta la connotación de las siguientes descripciones de la rumba y la música, del consumo de psicoactivos y del conflicto y la violencia. Sin embargo, por cuestiones de presentación, se acopiaron generalidades que permitan observar las construcciones de sentido que, vinculadas a estas prácticas sociales, realizan las personas jóvenes en Cali, así como el reconocimiento de las dimensiones socioculturales donde se propician.

La rumba y la música La rumba es, quizás, una de las expresiones más significativas para la juventud caleña. Éste, al igual que otros de sus gustos, ha sido heredado culturalmente. Cali es una ciudad que se deleita en la rumba, en el goce por el baile y la fiesta. Señal de este gusto es la Feria de Cali, donde incluso la ciudad tradicional goza al son de distintos ritmos musicales. No es gratuito que Cali sea una de las ciudades por donde los ritmos afrocaribeños empezaron a llegar al continente, ni que haya adquirido el título de “Capital Mundial de la Salsa”. Ya desde los años 60, al ser publicada Que viva la música (1969), obra del escritor Andrés Caicedo, se mostró cómo el ritmo, el goce y el placer se encuentran arraigados a la identidad de los y las habitantes de Cali. La protagonista de la novela, María del Carmen Huerta, es una joven de clase alta, que recorre lugares caleños llenos de sabor, rumba, drogas y placer. Durante ese recorrido revela el modo en que la rumba va construyendo nuevas significaciones para la gente de Cali, lo cual suma el libro de Caicedo a un conjunto de obras que logran describir cómo este fenómeno hace parte de la idiosincrasia caleña. Nuevas músicas o fusiones, expresiones rítmicas y artísticas han diversificado la rumba en la ciudad; lo importante es que ella sigue presente en el capital cultural de las personas de Cali. Incluso, participar en una rumba caleña ha llegado a convertirse en un reto para quienes visitan la ciudad. Para los y las jóvenes la rumba es fundamental. Si se les pregunta qué es, contestan: “bailar y pasarla bien”. El baile es, pues, clave para ellos(as). No obstante, sus prácticas han variado y ya no es únicamente la salsa, el ritmo caribeño más representativo de Cali, lo que les interesa bailar. La oferta de ritmos musicales se ha diversificado hasta el punto en que es posible encontrar tantos gustos como expresiones musicales. 61


El gusto por la salsa ha sido reemplazado, en algunos sectores, por el vallenato, el reguetón y la bachata. Estos tres ritmos, también muy latinoamericanos pero especialmente muy caribeños, tienen una influencia fuerte en los gustos de los muchachos y las muchachas, pues no sólo hacen parte de las rumbas (baile), sino que también se escuchan, y tanto sus formas como sus contenidos se validan en los modos de pensar, asociándose a otros consumos culturales como vestuarios, accesorios, lugares de encuentro…así como a prácticas relacionadas con el consumo de sustancias psicoactivas, entre las cuales está el licor. Seguramente, aquellos tres ritmos resultan ser los más transversales al gusto juvenil de todos los estratos y condiciones sociales…son “los ritmos de hoy”. Aunque el vallenato y la bachata pueden haber impactado a poblaciones adultas, parece ser que los y las jóvenes son quienes más se conectan con estas expresiones. Emisoras especializadas, discotecas, espacios dedicados a las prácticas y a la socialización de los modos de ser ligados a estos ritmos hacen parte de sus identidades. Respecto al vallenato, expresión folclórica de la costa norte de Colombia, se podría decir que en Cali tomó otras connotaciones y se consumen variables suyas como el “vallenato romántico”, el “vallenato melancólico” y el fusionado con ritmos como el rock y el pop, no el vallenato folclórico. Los ritmos como el punk, el rock y el rap, muy populares en otras décadas, tienen también sus seguidores, pero su consumo tiende más a ser exclusivo de ciertos grupos. Extensa literatura demuestra cómo estos ritmos fueron convirtiéndose en insumo de las culturas juveniles en los últimos años. Otro ritmo se introdujo en la rumba de los y las jóvenes desde finales de la década de los 90, especialmente entre los(as) de estratos socioeconómicos medio-bajo y alto…es la electrónica: una música con pocas letras, ejecutada con instrumentos electrónicos o con un software especializado, en la que se mezclan varios ritmos larga y repetitivamente. La música electrónica es exportada sobre todo por Europa y Estados Unidos. Se asocia con el baile y con una cultura acaso “posmoderna”, desilusionada de la sociedad, por medio de la cual la juventud intenta mantenerse al margen del mundo de los adultos. Su consumo vincula estéticas eclécticas, combinaciones de vestuarios y uso de accesorios de marca con colores sicodélicos, que apuntan hacia una expresión cultural que puede definirse como más urbana. También se habla de la rumba crossover: una rumba a base de fusiones, combinaciones y cambios constantes, muy practicada en estratos socioeconómicos medios. Es el consumo de toda clase de música bailable, combinando salsa, merengue y vallenato con electrónica y reguetón. Facilita el encuentro de generaciones y la posibilidad de inclusión. A finales de los años 90 y durante la primera década del 2000 se comenzó a popularizar un género musical producto de la fusión de la música tradicional mexicana, la carrilera colombiana, el bolero, el tango y los ritmos románticos de los años 70 y 80: la música del despecho. Esta combinación suele tener como tema central el amor frustrado y asociarse al consumo de licor. Puede escucharse con frecuencia al finalizar las rumbas,

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e incluso cuando se encienden las luces generales de las discotecas, anunciando su cierre, o en los lugares donde las personas jóvenes amanecen después de rumbear. Otro género, paralelo al anterior, es el de la música norteña. Originada en áreas rurales del noreste de México, esta música enfatiza en la identidad de los narcotraficantes mexicanos y se relaciona también con la cultura del narcotráfico en las zonas fronterizas de Colombia. A Cali ha sido traída por personas reinsertadas de los grupos armados ilegales y por campesinos que desde la década de los 80 son desplazados hacia la ciudad. Es innegable la coexistencia de estos nuevos ritmos, que además de insertarse en las prácticas de las personas, se convierten en pistas de la forma como los(as) colombianos(as) hemos dado significado a los más de 50 años de violencia en el campo. La diversificada rumba caleña continúa transcurriendo, como antaño, en espacios como la Avenida Sexta, Juanchito, Menga y la Avenida Quinta, entre otros. Son las significaciones las que se reorientan de acuerdo a las músicas y al tipo de personas que frecuentan cada discoteca. Los y las jóvenes han logrado establecer, entonces, espacios para vivir este momento de goce y encuentro; por eso la discoteca es el lugar “sagrado” de la rumba, donde pueden expresarse…pueden ser jóvenes; donde son iguales, pero las pintas, el baile y el manejo corporal les hace distintos(as). Sin embargo, siendo Cali una “ciudad de la rumba”, persisten aquí medidas que limitan la expresión cultural de la población joven, como la prohibición de la presencia de menores de edad en las discotecas o en las calles a altas horas de la noche, mediante la figura del toque de queda. Estas medidas, si bien gozan de aceptación entre las personas adultas, para las jóvenes son injustas y representan formas de violación de su derecho constitucional a la movilidad y a la expresión de su personalidad. La rumba es reclamada como un derecho también de los y las jóvenes; es su oportunidad de esparcirse, representarse e identificarse. Por ello, se han involucrado en una serie de prácticas clandestinas, que a la postre resultan ser más dañinas que las causas de la prohibición, como las rumbas en casas alquiladas, el ingreso a los denominados clubes y la falsa identificación, entre otras. Al ser la rumba un valor cultural en Cali, conviene que sus espacios de expresión estén habilitados para la protección y formación de los y las jóvenes, pero a su vez que posibiliten el desarrollo libre de su personalidad, con miras a una construcción de ciudadanía más democrática y participativa.

El consumo de psicoactivos Podría pensarse que el consumo de sustancias psicoactivas en la población joven está desligado de la sociedad de consumo, pero no es cierto. Los psicoactivos son un mercado más dentro de todos los que ofrece la sociedad capitalista. Analizar este consumo es muy complejo porque no depende solamente de la demanda y del acto de consumir, sino también de todas las características socioculturales e individuales que rodean su práctica.

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Nuestra sociedad asocia a las personas jóvenes con el consumo de psicoactivos. Palabras peyorativas son utilizadas para designar a los grupos de jóvenes relacionados con el consumo de drogas: “marihuaneros”, “periqueros”, “basuqueros”, etc. Éstas son comunes en muchos espacios en los que el consumo se traduce como adicción, indigencia y delincuencia, ignorando la complejidad de estas condiciones y haciendo que las problemáticas derivadas de ellas sean muy difíciles de identificar, prevenir e intervenir. Parte de los distintos consumos habituales de los y las jóvenes son de cigarrillo y alcohol, socialmente aceptados. De forma particular, el alcohol presenta entre las personas jóvenes de Cali un nivel de aceptación bastante alto, lo cual es un punto de análisis en las instituciones, si convenimos en que su consumo es la puerta de entrada hacia el de todas las demás drogas. A pesar de ello, al ser un psicoactivo legal, sus daños pueden no estar siendo dimensionados en correspondencia con la realidad. Este factor resulta importante al describir las dinámicas de conflicto que se presentan en jóvenes caleños(as), no cayendo en el error de plantear una relación unicausal (consumo de determinadas sustancias=generación de conflictos), pero sí teniendo en cuenta que el consumo de sustancias como el alcohol puede facilitar el desarrollo de conflictos violentos. El Gráfico No. 11 muestra que el 54% de los y las jóvenes que participaron en la encuesta aceptan consumir alcohol, mientras que el 46% no lo acepta o no lo consume. Frente a la pregunta sobre la frecuencia con la que lo consumen, la mayor parte (50%) de quienes lo hacen manifestó que de vez en cuando con amigos(as), como lo describe el Gráfico No. 12. Cabe anotar que dicha respuesta no es muy específica en cuanto a la frecuencia, que puede variar de acuerdo a las diversas percepciones del tiempo; es decir, que para los y las jóvenes encuestados(as) puede corresponder a cada fin de semana, a dos veces por mes, etc., haciendo muy complejo establecer una frecuencia más exacta del consumo. Sin embargo lo que sí se puede concluir es que una proporción significativa de jóvenes consume esta sustancia psicoactiva. Gráfico No. 11: Aceptabilidad del consumo de alcohol por parte de los y las jóvenes encuestados(as)

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Gráfico No. 12: Frecuencia del consumo de alcohol por parte de los y las jóvenes que se declaran consumidores(as)

Acerca de la edad en la cual se inicia el consumo de alcohol, los mayores porcentajes se hallan entre 10 y 18 años. Al desagregar encontramos que el 33,5% lo hizo al tener entre 16 y 18 años, y el 11,3% entre los 10 y los 15. Al igual que la iniciación sexual, el consumo de esta sustancia se empieza a partir de edades muy tempranas, lo que puede reconocerse como problemático, toda vez que no se alcanza un nivel de madurez biológica ni social para lograr el manejo adecuado de este tipo de prácticas. En algunos casos, los niveles de violencia en Cali están asociados con el consumo de alcohol. Por esa vía éste puede constituirse eventualmente en un catalizador de la inserción de los y las jóvenes en los conflictos violentos. Gráfico No. 13: Edad en que los y las jóvenes encuestados(as) inician el consumo de alcohol

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El cigarrillo es una de las “drogas sociales” cuyo consumo es común entre jóvenes y adultos, pero que se presenta con mayor frecuencia en los primeros. La asociación de esta práctica con la madurez y la autonomía ha llevado a una alta proporción de la población juvenil a consumir cigarrillo, sin reflexionar acerca de las consecuencias físicas que acarrea. No obstante, los resultados de la encuesta muestran bajos porcentajes de consumo de esta sustancia por parte de la población juvenil (26,7%) y el rango de los 10 y 15 años de edad como momento de su iniciación. Gráfico No. 14: Porcentaje de consumo de cigarrillo por parte de los y las jóvenes encuestados(as)

Frente al asunto de las drogas, el 18.2% manifiesta consumirlas, mientras que el 89% dice no hacerlo. Acerca de esta variable, al igual que en otras anteriormente descritas, se puede considerar eventualmente un subregistro en la información, si se tiene en cuenta lo complejo que resulta expresar abiertamente el consumo de sustancias psicoactivas que, al igual que la homosexualidad, aún puede generar rechazo o estigmatización. Aun así, se puede plantear que de los y las jóvenes encuestados(as) la mayor parte no se encuentra inserta en el consumo de este tipo de sustancias que, del mismo modo que el alcohol, en algunos casos se pueden constituir en catalizadoras o generadoras de conflictos violentos, ya sea en las familias o en los grupos de amigos(as). Otra interpretación que no puede obviarse es que si se considera el alcohol como una droga (psicoactiva) el porcentaje de jóvenes consumidores(as) aumentaría, con la correspondiente explicación de que es más fácil reconocer el consumo de psicoactivos legales que de los ilegales.

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Gráfico No.15: Declaración de consumo de drogas por parte de jóvenes encuestados(as)

A diferencia del inicio temprano en el consumo de cigarrillo, los y las jóvenes que manifestaron consumir drogas tendieron a iniciar de modo un poco más tardío dicho consumo (el 9,9% declaró que entre los 16 y 18 años de edad), debido quizás a que se trata de una actividad no aceptada socialmente, como fumar cigarrillo, y más aún a su carácter de ilegal, lo cual podría hacer que el contacto con estas sustancias se vuelva relativamente más difícil. Entre las drogas que más se consumen, la marihuana ocupa el primer lugar (13%); lo cual obedece, en parte, a que, pese a la ilegalidad de su consumo, no es tan vigilado ni tan fuertemente controlado por las autoridades como, por ejemplo, la cocaína. Lo anterior podría contribuir a que sea más fácil acceder a la marihuana, sumado a su bajo costo e incluso a que en algunos grupos su aceptación se debe a cuestiones culturales como es el caso de los que se definen partícipes del movimiento Rastafari. Como lo hemos visto, los y las jóvenes viven un sinnúmero de búsquedas y cada sociedad debe tener herramientas -también sociales- para responder a esos interrogantes e insertar en la estructura social a sus jóvenes. Vincularse al grupo resulta un poco menos complejo para las nuevas generaciones de sociedades tradicionales, gracias a la semejanza de sus símbolos y repertorios culturales. En una sociedad industrial, moderna, es más complicado porque las fracturas que sufre la sociedad (en términos de la división social del trabajo, de las distintas expresiones culturales y la emergencia de las nuevas tecnologías) y la exacerbación del individualismo conllevan una diversificación de los espacios de socialización: la familia, la escuela, el trabajo, la diversión, la iglesia... todos divididos en escenarios físicos y sociales. El ser joven percibe esa diversidad e, inmerso en una sociedad de consumo como la actual, se encuentra con demasiadas opciones que hacen apremiante la posesión de un mayor capital social para tomar decisiones que lo beneficien.

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El capital social está relacionado con instituciones como la familia, la escuela y las agrupaciones, que en la actualidad se encuentran en crisis. Al final, muchos(as) jóvenes a la hora de decidir solo cuentan con su propio criterio, en ocasiones acertado, pero con frecuencia aprovechado por los distintos mercados. El factor primario de ingreso al consumo no es el grupo ni los amigos o amigas; es la necesidad que tienen estos individuos de reafirmar su identidad y sus expresiones. Con posterioridad y de manera práctica, la calle, el grupo o un amigo mostrarán uno de los caminos. El consumo de psicoactivos es un mercado más en la gama que ofrece la sociedad de consumo. Los psicoactivos y su consumo han sido una problemática que cada día se complejiza más. Como ya se mencionó, han incidido algunas dificultades estructurales de la sociedad, pero también la diversidad de drogas con mayor capacidad adictiva, la facilidad de acceso a ellas y la legitimidad de su uso en los grupos de jóvenes. Cada una de nuestras últimas generaciones ha sido proclive a privilegiar el consumo de un psicoactivo: en los años 60 y 70, la marihuana; en los 80 y 90, la cocaína. Pero en la primera década del año 2.000 la combinación de estas drogas con el alcohol, el cigarrillo y las demás drogas sintéticas ha ido convirtiendo a grandes cantidades de población en drogodependientes. El uso de drogas es ampliamente aceptado por algunos grupos y su consumo ha dejado de ser objeto de estigma, por lo menos entre los y las jóvenes; incluso, algunas drogas se asocian con las características culturales de los grupos y con sus condiciones socioeconómicas. Es muy común que los ponches y algunos grupos juveniles artísticos legitimen el consumo de marihuana y bazuco (este último con mayor presencia en los ponches). Las barras deportivas también han hecho legítimo y masivo el consumo de estas drogas como la bareta o bareto (marihuana), que es consumida en colectivo, rara vez individualmente: No, no aguanta trabarse solo. Con quien uno se ríe: bacano Cuando es con otro parcero, que uno se ría o que por lo menos uno sienta la compañía. (José, 14 años) Este aspecto colectivo del consumo lo convierte también en ritual. Es muy común encontrar que consumir marihuana sea parte de las actividades consideradas rituales en los grupos: el encuentro, el paseo, el partido en el que juega el equipo del que se es barrista...Además de cotidiano, el consumo consolida parte de las relaciones. Esta situación es absolutamente importante porque en la medida en que los grupos legitiman su consumo e incluso quienes no lo hacen lo sustenten, le otorgan con sus planteamientos una expresión política; es decir un sustento, justificación y defensa del consumo. Una vez se legitima una acción social, su práctica es menos condenada y, finalmente, puede llegar el momento en que sea legalizada. Esta posición política es más difícil de abordar, pues no se trata solo de una adicción o consumo, sino de una justificación, no de individuos, sino de un colectivo. La labor educativa dirigida a estos aspectos ya no puede ser apenas informativa o moralista;

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se debe ser más cautos, más escuchas, más observadores de las dinámicas y más orientadores acerca de otras opciones para ofrecer a la gente joven. Vea: la marihuana lo eleva, y elevarse es liberarse. Yo fumo marihuana desde los 13 años; lo hacía con mis pareceros del barrio y siempre la preferí a otras cosas. Yo no me emborracho, a mí no me gusta emborracharme. Uno se traba y ve las cosas con claridad, se desestreza, es relajante y entonces sí que a trabajar, que todo...Yo fumo muchas veces al día y si veo un parcero en la calle “que vamos, que tales”, eso es bacano, le ayuda a uno a hacer amistades, a relajarse. (Juan, 14 años) Hay un mensaje implícito en el que se advierte una suerte de liberación frente a distintas dinámicas familiares y sociales, en el que el consumo de psicoactivos es el agente liberador y catalizador de esas frustraciones que se reflexionan y comparten con otros(as). Allí, el consumo colectivo de marihuana genera protección y legitimación, por eso sus problemáticas no se resuelven dejando de consumirla. Aunque no existe una respuesta absoluta para salir al paso, podría decirse que la escucha, la comprensión, la inclusión, el respeto y la aceptación de la diferencia pueden darnos herramientas educativas para que el joven y la joven cuestionen sus consumos y reconozcan opciones distintas, asumiendo sus propias responsabilidades. A eso se le denomina posición política frente al consumo y no solamente posición terapéutica (que no puede ser descartada pero resulta insuficiente para iniciar un proceso). Es fundamental la orientación de personal especialista a la hora de proponer y construir otras alternativas frente al consumo o por lo menos el cuestionamiento de su frecuencia y dosis. Las drogas sintéticas suelen traer mayores problemas, asociados directamente con la adicción, el consumo individualizado y sus combinaciones -que pueden ser fatales-, además con la creciente diversidad que hace cada vez más difícil detectarlas en las agrupaciones. Es el caso del perico, una forma rudimentaria de cocaína, altamente adictiva y versátil en las formas de consumir (por vía intravenosa, inhalación o aspiración), que se ha convertido en droga típica de la rumba caleña, gracias a su efecto neutralizador de la embriaguez y del cansancio por el baile. Junto a estas drogas se encuentran todos los inhalantes, incluyendo el sacol, que solía ser usado por niños habitantes de calle y hoy es consumido por jóvenes de todos los estratos socioeconómicos. En muchos grupos se ha extendido el consumo de popper, un inhalante que dilata los vasos sanguíneos generando una sensación de relajamiento, muy utilizado por los y las jóvenes para sentir más placer durante las relaciones sexuales. En el mercado de las nuevas drogas sobresale el gap, otra sustancia que se inhala, pero ésta se aplica en la ropa y se huele, así que no requiere recipientes, por lo que es fácil de introducir en cualquier lugar público. Se sabe de su alto nivel adictivo. La gama de las llamadas pepas también ha tenido una gran aceptación, siendo el éxtasis la más utilizada desde los años 90, junto a algunas drogas antidepresivas. Como se ve, este mercado de las drogas está asociado con la rumba y las cotidianidades de los y las jóvenes, sin embargo no son ellos(as) quienes se enriquecen con su comercialización, sino que resultan siendo las víctimas de todo el entramado y las problemáticas sociales que conlleva. 69


Es fundamental desarrollar acciones de prevención en los espacios reales de la juventud, no centrando el trabajo en la información (generalidades acerca de los efectos y daños de las sustancias psicoactivas), sino en posibilitar el diálogo con los y las jóvenes en torno a lo que origina estas opciones o escapes de la vida sobria, y ofreciendo alternativas de vida saludable como el deporte y el arte, entre otras.

El conflicto y la violencia El conflicto urbano y la violencia componen uno de los temas centrales de la agenda pública, sobre todo si la población joven tiene en ellos un papel protagónico. A lo largo de este documento hemos visto que en realidad no podríamos catalogar el conflicto juvenil como tal, pues no existe. El conflicto no es de los y las jóvenes, es de la sociedad, y la diversidad de culturas juveniles son actores del conflicto, pero a la vez son el reflejo de la debilidad que subyace en la autoridad de las formas sociales, de las instituciones y las políticas públicas en relación con las nuevas generaciones. El conflicto social en Cali responde a situaciones estructurales de tipo político, económico y social. Por eso su abordaje analítico debe tener en cuenta todos estos componentes y precisa entender cómo los y las jóvenes perciben el conflicto urbano en relación con el manejo de la violencia a través de las armas, la participación y la resolución de sus problemas cotidianos. Como parte de sus dinámicas, hoy el uso de armas de fuego pasa por el desarrollo de una violencia que podría tener connotaciones sistemáticas o acaso tecnológicas. Cabe anotar que muchas de las personas jóvenes encuestadas tienen bajos niveles de poder adquisitivo, y aquellos que no, carecen de la mayoría de edad como para adquirir un arma legalmente; razón por la cual el acceso a estos artefactos tiene lugar en mercados clandestinos que pueden suponerse -por sentido común- liderados por adultos. De esta manera, se logra comprender que muchas de las acciones violentas de los y las jóvenes, por lo general, tienen relación con las dinámicas violentas de los adultos. Gráfico No. 16: Declaración de uso de armas entre jóvenes encuestados(as)

Según los datos arrojados por la encuesta, existe una proporción mayoritaria de jóvenes que manifiestan no haber usado algún tipo de armas, correspondiente al 72,4%, frente al 28% que declaró lo contrario; cifra que aun siendo menor no deja de ser alarmante 70


y significativa, al igual que el modo en que estos(as) jóvenes habrán accedido a las armas. El acceso y el porte empiezan, pues, a desencadenar una serie de conflictos entre los(as) mismos(as) jóvenes; conflictos violentos que pueden acabar con la vida de uno(a) de ellos(as). La pregunta que asalta, entonces, es ¿En qué circunstancias se usan esas armas? Pareciera obvia la respuesta acerca del objetivo de su uso, pero no pasar de largo sobre este aspecto puede aportar información que a la postre describe a una sociedad proclive a la violencia, como lo sugiere el Gráfico No. 17. Una gran cantidad de jóvenes (59,7%) expresa que ha usado armas con el objetivo de defenderse. Aun sin poder identificar específicamente cuáles son las amenazas que motivan la defensa, vale la pena destacar que esta proporción sí permite evidenciar la deslegitimación de las instituciones como interventoras en la resolución pacífica de conflictos, en tanto no son consideradas. Gráfico No. 17: Objetivo del uso de armas por parte de los y las jóvenes encuestados(as)

En torno a la cuestión de haber enfrentado problemas judiciales, casi el total de la población joven encuestada (92,6%) lo niega, en contraste con el 7,4% que respondió afirmativamente. Este dato puede resultar contradictorio con la gran cantidad de noticias en las que se involucra a jóvenes con hechos violentos. El problema podría residir en la falta de mecanismos legales para la judicialización, en que el Sistema de Responsabilidad Penal recién está en proceso de interpretación y en que la estructura de las entidades todavía no da respuesta efectiva a tal sistema. Se sabe de jóvenes que son violentados(as) por la Policía y la Fiscalía, cuyos casos nunca se vinculan a algún proceso penal. Los resultados de esta encuesta, aplicada a una fracción de la población juvenil, contradicen también la situación que hoy vive el Sistema de Responsabilidad Penal, que desde la instauración del Código de Infancia y Adolescencia (Ley 1098) registra a diario tantos casos relacionados con jóvenes que ha llegado a colapsar. 71


Gráfico No.18: Incidencia de problemas judiciales enfrentados por jóvenes encuestados(as)

Gráfico No. 19: Frecuencia en que la justicia debe tomarse por cuenta propia de acuerdo con los y las jóvenes encuestados(as)

El 47% de jóvenes participantes en la encuesta opina que la justicia nunca debe tomarse por cuenta propia, seguido por un 29% que lo considera conveniente a veces, por un 11% que juzga que siempre debe ser así, y por un 5% para el cual casi siempre es la alternativa indicada. Al analizar estas cifras y juntar los valores correspondientes a “siempre”,”a veces” y “casi siempre” obtenemos una proporción capital de jóvenes que podría estar confirmando la carencia de legitimidad y debilidad en las instituciones, factor que complejiza el ejercicio de la ciudadanía si se tiene en cuenta que el desarrollo de esta condición implica el reconocimiento de normas e instituciones legítimamente 72


constituidas, a las cuales corresponde, entre otras funciones, la responsabilidad de dirimir los conflictos de los ciudadanos y ciudadanas, dando la posibilidad a la sociedad de ser organizada y propicia para la convivencia. Frente a la forma en que deben hacerse escuchar los y las jóvenes aparecen mayoritariamente, como lo muestra el Gráfico No. 20, tres tendencias significativas. Por un lado, el 26% manifiesta que siempre deben imponerse; por otro está el 27%, que nunca considera la imposición; y finalmente, al 29% le parece que ésta es solo a veces la mejor alternativa. La sumatoria de quienes tienen una posición favorable (con distintas frecuencias) de cara a la imposición como mecanismo para hacerse escuchar permite suponer que la mayoría de los y las jóvenes ha tratado de hacerlo por esta vía, lo que deja entrever posibles procesos de intolerancia frente a opiniones o percepciones distintas de las personas que les rodean. De ser así, se tiene que la mayoría de jóvenes encuestados(as) son propensos(as) a la generación eventual de conflictos en las dinámicas de socialización. Gráfico No. 20: Frecuencia con que la imposición es considerada como mecanismo para hacerse escuchar, de acuerdo con jóvenes encuestados(as)

Las anteriores tendencias se pueden explicar en la medida en que se relacionen con la percepción que tienen los y las jóvenes encuestados(as) acerca de la frecuencia con que los adultos están privados de la razón. La mayoría opina que la más de las veces es así: el 20,3% afirma que siempre, el 21% que casi siempre, y el 45,2% que solo a veces. Luego entonces, por acción de las diferencias generacionales resulta muy amplia la brecha entre las percepciones que pueden tener los adultos frente a determinados aspectos de la vida social y las que tienen las personas jóvenes. Es necesario agregar que la forma en que se expresan o se hacen escuchar los y las jóvenes tiene una particularidad. Si acudimos a que el 65,1% de jóvenes encuestados(as) manifiesta que el insulto nunca es una forma de expresión válida, podríamos concluir que si bien optan por la imposición de sus percepciones, lo hacen en un marco de respeto, ya que el insulto no cuenta con la legitimidad de una forma de expresión. 73


Una parte significativa de quienes participaron en la encuesta plantea que nunca la fuerza física se debe constituir como medio para la resolución de conflictos; así lo señala el 53,2%, mientras que el 26% opina que a veces esto es necesario. De acuerdo con los resultados obtenidos, más de la mitad de los y las jóvenes expresa conductas pacifistas, pues no legitiman el uso de la fuerza. Lo anterior puede interpretarse como una muestra de civilidad en el ejercicio de la ciudadanía. La confrontación verbal cobra mayor importancia en las dinámicas de socialización juvenil; por lo menos así lo deja entrever la tendencia a imponer las opiniones. Quizá, entonces, el conflicto violento que involucra agresiones físicas no predomina en las prácticas de socialización juvenil, mas sí la confrontación argumentativa. Gráfico No. 21: Frecuencia con que es necesario el uso de la fuerza física para resolver los problemas, de acuerdo con los y las jóvenes encuestados(as)

Acerca de la vía militar como única forma de resolver el conflicto armado en Colombia no se encuentra entre los y las jóvenes una única tendencia significativa: el 29% considera que nunca debe ser esta la forma de resolver el conflicto armado, frente a un 24% que opina que así debe ser siempre; mientras que el 19,2% manifiesta que a veces, y en menor medida, con un porcentaje del 16,1% están quienes piensan que casi siempre. Parece, como indica el Gráfico No. 22, muy pareja la división de opiniones; sin embargo, la cantidad de respuestas que resulta al sumar las categorías“siempre”, “casi siempre” y “a veces” nos da pie para entender que en la percepción de los y las jóvenes encuestados(as) la vía militar tiende a predominar como mecanismo de solución del conflicto. Sobre este aspecto no hay mucho qué explicar, pues las opiniones coinciden con la tendencia nacional que algunos medios de comunicación -carentes de imparcialidad frente al actual gobierno- han ayudado a configurar, según la cual la confrontación militar sería la única forma de resolver el conflicto en Colombia. 74


Gráfico No. 22: Frecuencia en la que el conflicto armado colombiano debe tratarse únicamente por la vía militar, de acuerdo con la opinión de jóvenes encuestados(as)

Otra de las variables consideradas en la encuesta apunta hacia la tenencia de voz y voto de la población joven en la sociedad o, en otras palabras, a la toma de decisiones ciudadanas en el marco de la institucionalidad del Estado. Las tendencias encontradas permiten establecer que la percepción de los y las jóvenes es que no tienen un protagonismo importante en la ciudad y que sus opiniones no son tenidas en cuenta. El 33% sostiene que a veces esto es así, seguido por un 26% que dice no ocurrir nunca de ese modo, en tanto el 16% considera que así es siempre, y un 10% que casi siempre. Lo anterior sugiere que la juventud encuestada no se reconoce como sujeto o actor social de la ciudad e incluso podría decirse que los y las jóvenes no se identifican como ciudadanos(as), lo cual explica, entre otras cosas, que no haya suficiente reconocimiento de las instituciones por parte de este grupo poblacional, como antes ha sido señalado. Seguramente, un análisis más exhaustivo con la participación de jóvenes podría ahondar en los motivos por los cuales no se identifican como actores de ciudad; asunto por demás importante porque durante los últimos años la Administración Municipal de Santiago de Cali se ha esforzado por crear espacios de participación juvenil a través de diversas estrategias, como la de los Concejos Municipales de Juventud, en las que convendría revisar el nivel de inclusión logrado.

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Gr谩fico No. 23: Percepci贸n de la frecuencia en que la juventud participa en la sociedad, seg煤n j贸venes encuestados(as)

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“Ser modernos es encontrarnos en un entorno que nos promete aventuras, poder, alegría, crecimiento, transformación de nosotros y del mundo y que, al mismo tiempo, amenaza con destruir todo lo que tenemos, todo lo que sabemos, todo lo que somos”

Marshall Berman (1991, p. 1)


LA DIVERSIDAD CULTURAL DE LA JUVENTUD EN CALI Una cultura juvenil está representada por una serie de símbolos con significaciones para quienes los crean y los usan. Los individuos jóvenes resignifican constantemente esos códigos, por tanto, su cultura es dinámica y heterogénea, permitiéndoles apropiarse de estilos, espacios y narrativas, en directa relación con sus ámbitos sociales, sean estos rurales o urbanos y con las diferencias de género. La cultura juvenil crea una diferenciación social que no está dada solo en función del mundo adulto, sino también al interior de su propio mundo; pues no existe una sola cultura juvenil…Ellas son abundantes, diversas y se experimentan desde distintos ángulos de la vida social: La juventud se erige en vanguardia portadora de transformaciones, notorias e imperceptibles, en los códigos de las culturas, e incorpora con naturalidad los cambios en las costumbres y en las significaciones que fueron objeto de pugnas y controversias en la generación anterior. (Margulis, 2003, p.38) Las manifestaciones culturales, más que los factores económicos y políticos, son la fortaleza de la juventud, pues permiten la construcción de nuevas formas de ser y de actuar a través de los símbolos, lo que implica nuevas prácticas sociales. Los y las jóvenes tienen la capacidad de orientarse dentro de un espacio social y de reaccionar adaptándose a los eventos y situaciones que enfrentan, previa adquisición de los saberes indispensables para su inserción social; es decir, al trabajo educativo basado en la inculcación y el aprendizaje que se convierte en capital. En la familia, inicialmente, se aprenden las tradiciones que son decisivas para la constitución de la personalidad, y en otros lugares como la escuela, el grupo y el barrio es donde existen las disposiciones para adquirir dicho capital, por ejemplo el capital social. Podemos definir las prácticas sociales de las culturas juveniles como las estructuras dinámicas, soportadas social e individualmente, que construyen en la cotidianidad los individuos, a través de las formas organizativas, los símbolos de distinción y sus usos, los lazos sociales dentro del grupo y su relación con la sociedad mayoritaria. Las prácticas tienen lugar en distintos espacios de socialización (la familia, la escuela, el barrio, la ciudad) y encuentran relación con otros elementos: los consumos, el uso del tiempo fuera de los escenarios formales, la cotidianidad del grupo, el apropiamiento de espacios, la política y la vinculación a la vida cotidiana de la ciudad. Las prácticas sociales son hechos simbólicos que se ejecutan mediante acciones concretas. Al ser hechos concretos, son realizadas por individuos concretos: en nuestro caso, los y las jóvenes y su vinculación a una cultura juvenil a través de espacios, símbolos, intereses, expresiones, territorialidades y objetivos comunes, que permiten el fortalecimiento de su identidad y la distinción entre ellos(as) mismos(as) y frente al mundo adulto. El reconocimiento del factor grupalidad en la construcción de la identidad juvenil implica la afirmación de que en la sociedad actual no existe sólo la anomia sino que en 79


todo caso ésta alterna con la existencia de micro-solidaridades construidas al calor de los encuentros grupales, tanto físicos como virtuales. (Kornblit, 2007, p.12) Esta capacidad de conformar agrupaciones, construir códigos y dinamizar la cultura genera una identidad colectiva que permite compartir sus sentidos de vida con otros(as), incluso enfrentando las dificultades que tiene el sistema cultural general para socializarlos. En este capítulo se presentan algunas de las prácticas sociales de ciertas culturas juveniles de Cali, relacionadas con la conformación e identidad grupal, los consumos culturales y el conflicto urbano. Cuando se recorre Cali o cualquier ciudad colombiana siempre se evidencian distintas expresiones de sus agrupaciones juveniles. El juicio generalizado –por el sentido común- caracteriza a esos(as) jóvenes como grupos de muchachos(as) desocupados(as) o vagos(as). Esta forma de interpretar la realidad no es nueva…todos sufrimos alguna vez en nuestra vida el “estigma de la juventud”. Sin embargo, cada vez es más complejo entender las formas de organización o agrupación de los y las jóvenes, que construyen vínculos sociales entre sí y generan hacia adentro una relación igualitaria y hacia afuera un proceso de identidad. El 97,5% de jóvenes encuestados(as) por este estudio dice no pertenecer a algún grupo juvenil de tipo religioso, deportivo o artístico, ni tener alguna relación con estos, lo que nos llevaría a pensar que muchos(as) jóvenes no se identifican con las organizaciones juveniles formales. Sin embargo, se ha constatado que existen en sus contextos instituciones de carácter religioso y político que hacen uso de medios muy convincentes para lograr la vinculación de jóvenes, por ejemplo a través de los colegios y de actividades sociales o asistenciales. Puede concluirse que hay preferencia en recurrir a la organización espontánea, organizada por y para ellos(as), en la que la homogeneidad interna propicia interacciones más interesantes. Al respecto se tiene que el 42% de los(as) encuestados(as) dice preferir pasar la mayor parte de su tiempo con amigos(as), lo que sugiere conformación de grupos; por lo tanto no son solo individuos, sino que también hacen parte de un colectivo por semejanzas de edad y/o afinidad de gustos. Esta información, cotejada con la del 72% de jóvenes acordes con que la solución a sus conflictos o dificultades personales es más fácil de encontrar cuando se busca en colectivo, insinúa que existe una necesidad social de agruparse y de ser colectivo en los y las jóvenes de Cali. La agrupación no es un objetivo en sí, es más bien una práctica social que puede facilitar la renovación de enfoques para la transformación de las adversidades en cuestiones de mínima seguridad psicoafectiva y sociocultural por parte de los ciudadanos y las ciudadanas. Las culturas juveniles generan prácticas sociales que reafirman la distinción social y cultural de los individuos que las integran; también permiten la reproducción social o -al menos- la reevaluación de los valores sociales. No son meras escuelas para 80


aprender, se vivencian en el aquí y ahora, pues las prácticas son capaces de generar en los y las jóvenes un capital social, cultural y simbólico que fortalece sus identidades, y en la base de su comprensión está el éxito de la vinculación de las nuevas generaciones a la sociedad. Para contribuir a ello, se presenta a continuación una descripción de cinco culturas juveniles urbanas, con el fin de establecer algunas lógicas organizativas y construcciones culturales realizadas al interior de cada grupo, como parte de sus propias prácticas sociales

Defensoría Juvenil En el año 2007 un grupo de jóvenes se organizó para la defensa de los derechos de los y las jóvenes del Distrito de Aguablanca en Cali, haciéndose llamar Defensoría Juvenil. Habían hecho parte de la labor formativa en derechos humanos que la Corporación Juan Bosco, en el marco de su misión institucional, estimuló mediante el acompañamiento educativo a organizaciones juveniles de base en sectores populares, concentrándose en el trabajo psicosocial y en la reflexión-acción sociopolítica y sociocultural. El concepto de defensoría es incorporado apelando a la posibilidad que dan las leyes colombianas (especialmente la Constitución de 1991) a la sociedad civil de organizarse con el fin de exigir al Estado actuar en defensa y protección de los derechos de los ciudadanos y las ciudadanas. Desde su conformación este grupo se ha consolidado como una herramienta de formación, promoción y exigencia de garantía y cumplimiento de la responsabilidad del Estado en materia de derechos humanos, en las Comunas 13, 14, y 15, parte del Distrito de Aguablanca. En el 2008 algunas organizaciones juveniles del norte del Cauca (Santander de Quilichao, Puerto Tejada y Guachené) se vincularon a la Defensoría Juvenil. Los miembros de esta organización son jóvenes con edades entre los 14 y 26 años, integrantes de agrupaciones artísticas, sociales y de promoción de los derechos humanos en sectores populares de Cali y del norte del Cauca (zona urbana y rural). Su labor es realizada a través de la Red de Defensorías, forma organizativa en la que cada zona es autónoma, pero prevalece la acción colectiva en relación con la defensa y promoción de los derechos humanos. El 70% de sus miembros es afrodecendiente y el 30% corresponde a personas mestizas y campesinas. El origen social de estos(as) jóvenes está caracterizado por la marginalidad, la pobreza y la falta de oportunidades, lo cual ha estimulado el contacto con ONG, colegios, parroquias y demás organizaciones sociales de sus barrios y veredas, permitiéndoles adquirir habilidades para el análisis crítico, la reflexión y la proposición en torno a la situación de los derechos humanos en sus comunidades. Sus contenidos discursivos dan cuenta de dichas habilidades:

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Este proceso me ha enseñado lo que soy, me ha enseñado a ver desde otra forma la vida. En eso me diferencio de mi familia, de mis amigas, de mis padres, porque no son sensibles; no les importa tirar un papel al piso. Este proceso me ha servido para que me duela que un niño esté en la calle, que maten a un niño de 15 años. Hay diferencias sociales. Uno mismo, con los paradigmas que uno tiene, por lo que le han dicho y a veces por lo que uno ha sentido, los descubre. Hay un espacio para unos y uno para otros. Vos podés hablar con unos, no con otros, donde uno puede acercarse. Así que nuestro deber es ser solidarios con los marginados y con los que no tienen esa posibilidad de reflexionar o de poder acceder a derechos. Para mí, ser negra es una historia de luchas también, el reconocimiento también como afro, mi identidad; además, no solo pertenezco a una etnia, también tengo unos roles por mi género: negra y mujer, eso he aprendido. (Diana, 18 años) Estos discursos van acompañados de prácticas cotidianas en sus grupos de pares y de sus estilos de vida, y los vinculan potencialmente o de facto a escenarios sociales como la Universidad, los medios de comunicación y las redes sociales de la ciudad: Ha habido un avance en el reconocimiento de nosotros como jóvenes, a no callarnos. La Defensoría ha aparecido en el ADN2, apareció una cosa del Despanfleto, que fue un evento en contra de los panfletos de limpieza social que aparecieron en el año 2009. Hicimos un trabajo y logramos que el carro de la basura pasara por los asentamientos de la Comuna 15, pero previo a eso hicimos formación puerta a puerta, unos murales e hicimos conversatorios con el Dagma y con Emsirva3. Hemos construido rutas de exigibilidad, lo que nos da mayores argumentos para la interlocución con el Estado. (Diana, 18 años) La Organización ha permitido cierto nivel de interacción con la sociedad y con el Estado en su instancia local. Sus miembros se plantean retos para el futuro como la participación nacional a través de las redes de jóvenes que existen en el país. Vale la pena reconocer el papel preponderante que están asumiendo las clases populares y sus luchas, pues algunas de las acciones colectivas pueden proyectarse como movimientos populares trascendentales para el país -o semejarse a ellos-4, siempre que busquen transformaciones sociales de fondo, estructurales, y no solo reivindicaciones para unas minorías. 2 Periódico local de publicación diaria en el que se presentan noticias cortas. Es entregado de forma gratuita en universidades, colegios, centros comerciales, semáforos y demás lugares públicos.

3 El Dagma es el Departamento Administrativo de Gestión del Medio Ambiente, y Emsirva es la Empresa de Servicios

Públicos de Aseo de Cali. A la fecha de publicación de este libro la última ha sido liquidada, pero ambas entidades en el tiempo discursivo pertenecen al sector público.

4 Según Muñera Ruiz, profesor de la Universidad Nacional de Colombia, los movimientos populares son un tipo particular de movimiento social que consiste en la articulación de las acciones colectivas e individuales de las clases populares dirigidas a buscar el control o la orientación de campos sociales, en conflicto con las clases y los sectores dominantes.

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En general, las personas que hacen parte de este tipo de organización buscan compartir sus pensamientos y acciones con jóvenes vinculados(as) al sector académico o universitario; incluso, en su proyecto de vida está contemplado el ingreso a la universidad pública: Espero una formación profesional. Yo tengo alguna experiencia, pero hay algunos conceptos que no los manejo y a veces me quedo perdida cómo hablan y algunas técnicas que tendría que usar; a veces me quedo perdida, porque, sí, claro, yo sí tengo la experiencia; a mí me queda muy fácil acercarme a los muchachos y a sus familias, pero frente a técnicas para mejorar esa relación o producir un proceso yo aún estoy perdida….La Universidad del Valle me gusta; es como la forma de la gente, de expresarse, como ese reconocimiento, que es una universidad que no solo tiene estudiantes para pagar, sino que tienen un sentido social. Yo no me veo en otra universidad. (Jenny, 14 años) La Universidad es concebida como un escenario fundamental en su formación académica. La consideran un centro de aprendizaje primordial para su accionar como defensores(as) de los derechos humanos. Visitan la biblioteca y hacen presencia en actividades y eventos culturales propios del ámbito universitario, con lo cual se integran a sus dinámicas y participan en el intercambio de experiencias con otros(as) jóvenes. Su acceso a otras alternativas de deporte y recreación, como el cine no-comercial, se constituye en una herramienta educativa que potencia los niveles de reflexión. También en este sentido, la Corporación Juan Bosco ha acompañado a la Defensoría Juvenil, llevando a un plano más formativo la experiencia de consumir cine, especialmente el latinoamericano, que resulta de particular interés gracias a los temas que aborda y a la identificación que suscitan las vivencias y sentidos relativamente familiares, propiciando reflexiones acerca de la inclusión social y cultural, y del ejercicio pleno de la ciudadanía. Para la Organización es esencial el contacto físico que sus miembros realizan de manera cotidiana en cada grupo de origen (artístico, deportivo, etc.), consolidado a través de encuentros periódicos semanales o bisemanales en cada comuna, y mensuales con la Red de Defensorías. Los encuentros se denominan reuniones o llegadas al espacio, entendidos como formas de participación horizontal, consensuada, pero nutrida con argumentos. Sus acciones colectivas son de fácil detección, pues implican también el uso de métodos y expresiones lúdico-artísticas como las marchas, los conciertos y las integraciones. En cuanto a sus estéticas, los y las jóvenes de la Defensoría se muestran sin mucho afán de protagonismo: atuendos sencillos en los que predominan las camisetas, los jeans, los tenis de tela y las sandalias en las mujeres, así como sobriedad en los accesorios, algunos de los cuales son creados por ellos(as) mismos(as) artesanalmente. Aparecen influencias de varias tendencias en sincretismo, como la propuesta urbana configurada por el rap y la cultura pop, en combinación con elementos provenientes de tradiciones afro e indígena. Cada estilo se hace diferente de acuerdo a los gustos y, por supuesto, 83


a su relación con las imposiciones de los mercados de consumo. Entre los y las jóvenes afrodescendientes se perciben estéticas aún muy cercanas a sus raíces étnicas, como el uso del pelo trenzado, en el que los hombres también exhiben dibujos o marcas de productos comerciales. Esta forma de organización, eventualmente, tiende a ser utilizada por personas o grupos que ven allí un caldo de cultivo para sus intereses políticos o proselitistas. No obstante, su formación y la necesidad de construirse como sujetos sociales demanda en los miembros de la Defensoría Juvenil una crítica constante a los mecanismos de presión y a utilitarismos de su acción, con lo que logran evadir las propuestas que sí llegan, pero son descartadas de plano por la Organización. Aun así, una agrupación con individuos empobrecidos, sin oportunidades sociales y con distintas necesidades insatisfechas es proclive a perder su horizonte, siguiendo a ciegas el camino que le muestran ciertas promesas. Estas organizaciones, que no se proyectan como instituciones jurídicas, generan en sus individuos un conjunto de discursos, acciones e interacciones atravesadas por la conciencia social; es decir, son prácticas sociales de inclusión, desde la perspectiva política y cultural, pues sus actividades no están direccionadas solamente hacia el beneficio de los integrantes, sino que tienen una clara visión de la trascendencia social en el barrio, la comuna, la ciudad...lo cual logra que sus participantes tengan la posibilidad de construir un capital social, cultural y simbólico que los(as) convierte en actores sociales, con autonomía para la gestión de proyectos y para la búsqueda de la transformación social. Existe en Cali un número bastante significativo de estas organizaciones acompañadas por ONG locales e internacionales, e iniciativas propias que permiten la proyección de las juventudes en el ámbito social, político y cultural de la ciudad; ejemplo de ello podría ser la Defensoría Juvenil. Así, las organizaciones juveniles no solo giran en torno a las transformaciones estructurales de la sociedad, sino que tienden a germinar cambios profundos en la cultura y en los sentidos que las personas le dan a la vida, donde se encuentran, por supuesto, las orientaciones sexuales. A continuación se presenta una descripción de algunas organizaciones determinadas por este aspecto. Su selección y el orden en que aparecen las reflexiones obedecen solo a cuestiones de acceso a la información de insumo.

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Sector LGBT Las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo o la ruptura de los cánones socioculturales con la que se trastocan los roles asignados a los hombres y a las mujeres ha sido una práctica cultural ampliamente extendida en muchas sociedades. Son tan antiguas como los mismos seres humanos. A pesar de eso, la construcción social, cultural y política del concepto que las engloba ha pasado por muchas fases que lo han convertido en lo que hoy llamaríamos un movimiento social, uno de los más influyentes, quizás, en la transformación de los paradigmas socioculturales de la humanidad. En algunas sociedades antiguas, las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo, los vestuarios o accesorios usados por personas de sexo contrario al de su asignación social, y toda una serie de formas de expresión de la sexualidad no prescritas por la heterosexualidad han sido objeto de rituales religiosos o de iniciación social. En otras culturas, por el contrario, cualquier síntoma de ello ha sido rechazado totalmente o tolerado sólo de manera parcial. El tema siempre ha sido controversial, y alrededor de estas prácticas se crearon tabúes que terminaron por estigmatizar a sus practicantes, perseguidos en ciertos momentos históricos, por ejemplo en la Edad Media y, en la Modernidad, durante los gobiernos totalitaristas y fascistas de Europa en la Segunda Guerra Mundial. Hasta bien entrados los años 90, en muchos países de Occidente las prácticas consideradas no heterosexuales seguían siendo penalizadas y rechazadas, especialmente por la religión, que en la actualidad continúa siendo su mayor detractora. Las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo o el uso de símbolos contrarios a la heterosexualidad trastocan el “deber ser” de la especie humana; en ello se han basado las sociedades para sustentar su “antinaturalidad”. Durante mucho tiempo la Medicina buscó explicaciones, logrando generar más estigmas que respuestas, al igual que la Psiquiatría, introduciendo la homosexualidad como enfermedad mental en la lista de enfermedades de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y politizando la cuestión, lo que originó mayor estigmatización y el sometimiento de miles de personas a procesos psiquiátricos dolorosos, en búsqueda de una cura. Solo en 1.990 la OMS excluye la homosexualidad del listado de enfermedades mentales, y apenas en el año 2.004 lo hacen algunos países. El movimiento social que busca el reconocimiento de los derechos civiles de personas con orientación sexual distinta a la heterosexual tiene sus inicios en la Modernidad temprana. Ejemplo de estas luchas es la emprendida en 1.870 por un grupo de intelectuales en Alemania, que pretendía la despenalización de estas prácticas replanteando el Artículo 175 del Código Penal. Los uranistas alemanes promovieron también la esencialización de la homosexualidad y el amparo en la vida griega, de ahí las ideas del amor platónico y la tendencia a defender la superioridad homosexual. Esta lucha se vio fracturada con la emergencia del Nazismo Alemán, que robusteció las leyes antihomosexuales con penas como la pérdida de los derechos civiles y la reclusión en campos de concentración, llevando a muchas personas a la muerte, sistemáticamente.

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Después de la Guerra se buscó la restitución de muchos derechos civiles a todas las poblaciones afectadas en Alemania; sin embargo, el movimiento homófilo5 surgido después de la Segunda Guerra Mundial no logró la reforma del Código Penal, por lo que no fue posible restituir los derechos sociales y económicos a las personas homosexuales. Solo después del año 2.000 se abolió el Artículo 175 del Código Penal Alemán, contribuyendo a la despenalización de prácticas asociadas a la homosexualidad. La lucha ha continuado en todas partes del mundo, pero es en Estados Unidos, en 1968, donde se fortalece el movimiento, a través de los disturbios de homosexuales acosados(as) por agentes de la Policía en la ciudad de Nueva York, en el bar Stonewall. Estos disturbios fueron el detonante para la conformación del movimiento de liberación gay y para la organización de la primera Marcha del Orgullo Gay, un año después, utilizándose este término (que significa “alegre”) por primera vez, como contrapropuesta a la forma peyorativa en que lo usaban algunos grupos conservadores y universalizando su uso, en contraste con conceptos médicos como homosexualidad y legales como sodomía. Así, los disturbios posibilitaron la conformación de movimientos por todo el mundo, exigiendo el cumplimiento de los derechos civiles de los(as) homosexuales. A ese primer movimiento que despertó el interés de muchas personas gays se unieron otras causas, como las de las lesbianas, bisexuales y personas trans, contribuyendo en la consolidación del movimiento LGBT. El LGBT es uno de los movimientos sociales más importantes, por lo menos en Occidente, pues allí ha logrado no solo cambios legales, sino transformaciones socioculturales. Touraine (1996) opina que el movimiento social más importante del mundo es el de las mujeres, debido a las transformaciones socioculturales que ha logrado; es decir que más allá del reconocimiento de sus derechos y su función como actores sociales, han logrado hacer reconocer sus diferencias y particularidades como sujetos sociales, así como un cambio estructural de miles de años de dominación masculina. El movimiento social de las mujeres es fundamental, pues no existe algún otro que no tenga una relación con sus luchas y sus logros. El LGBT no es ajeno a ello, ya que desde el principio ha tenido que determinar el papel que cumplen los hombres y las mujeres en su conformación, lo cual ha implicado discusiones internas, incluso respecto a la sigla y a sus significaciones. Finalmente, el acrónimo que identifica al movimiento Lésbico, Gay, Bisexual y Transexual - LGBT - es aceptado casi universalmente, y por su condición de inclusión es punto de partida para el surgimiento de otras acepciones, como TTTT, con la que se nombra al Transformismo (transformación de la apariencia, ya sea masculina o femenina, durante algunos momentos; íntimamente relacionado con las artes histriónicas, es considerado también una práctica heterosexual), al Travestismo (cambio de indumentaria femenina o masculina, de forma constante o cotidiana, con la cual se vive), al Transgénero (tránsito por las distintas expresiones de género, pero necesariamente reconocidas[os] en el sexo opuesto), y al Transexualismo (transgéneros que han logrado, mediante intervención quirúrgica el cambio de sexo). Toda esta diversidad de expresiones se simboliza con una bandera que tiene los colores del arcoíris, donde todos están incluidos, se diferencian y se relacionan entre sí. 5 Palabra formada con las raíces griegas Homo (igual) y Filia (amor), entendiendo Filia como amor desapasionado o filial.

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La lucha de este movimiento sigue gestándose, ya no sólo por el reconocimiento de sus derechos civiles y de sus diferencias, sino que ha trascendido a la búsqueda de una vida integral, que se evidencia, por ejemplo, en la exigencia del derecho a conformar familias homoparentales por medio de la adopción legal o la concepción de hijos en un matrimonio gay. Sin embargo, siguen encontrando detractores, y en algunos países este tipo de relaciones continúa penalizándose. Colombia no ha estado al margen de todos estos cambios y, aunque no hay una expresión muy extendida del movimiento LGBT, sí existen comunidades que están logrando reflexiones y acciones concretas para propiciar transformaciones culturales y legales. No obstante, su trayectoria no es muy larga, sobre todo en lo referente a la convergencia de las distintas identidades, que se ha consolidado sobre todo a partir del año 2.001 (aunque desde la década de los 80 se desarrollaron trabajos liderados por León Zuleta, uno de los pioneros del movimiento de liberación homosexual colombiano). La lucha por el reconocimiento y la despenalización de la homosexualidad dio su fruto en 1.981, cuando se generaron las primeras acciones colectivas que visibilizaron al naciente movimiento, mediante la marcha con que se mostró la existencia de unas minorías sexuales, encabezada por Manuel Velandia, cofundador del Movimiento de Liberación Homosexual de Colombia. El reconocimiento de estas minorías sexuales ha caminado de la mano de sucesos como la aparición del VIH-SIDA, que generó redes de apoyo importantes y la concreción de la articulación de acciones en todo el país, junto a proyectos como Planeta Paz (Corredor y Ramírez, 2001), con el cual se logra reunir a todas las identidades en un proyecto común y a largo plazo. Si bien este sector no es propio de personas jóvenes, en la actualidad son ellos(as) quienes están liderando acciones de movilización y visibilidad de sus problemáticas. Además, durante las visitas realizadas en el marco de este estudio a las organizaciones LGBT se observó que el 70% de sus integrantes son menores de 26 años. Tratándose de un movimiento que propende por la inclusión social, en él han convergido distintos actores, entre los cuales los y las jóvenes han logrado mostrar su liderazgo, no sólo en términos de sustento académico y político de las acciones, sino también en el aporte de sus vivencias como jóvenes. Como se ve, el sector LGBT en Cali involucra a hombres y mujeres jóvenes, e incluso algunas agrupaciones han nacido de la propuesta de jóvenes que, además de organizarse en razón de sus luchas por el respeto y la dignidad de sus orientaciones sexuales, también defienden sus identidades juveniles. Aquí confluyen, entonces, las expresiones sexuales con las formas de ser, pensar y actuar de los y las jóvenes de Cali. Pese a lo anterior, persiste un bajo nivel de reconocimiento o por lo menos algunos estigmas continúan vigentes. En torno al tema de las preferencias sexuales, los resultados de la encuesta muestran sólo a un 4% de la población que expresa haber tenido parejas del mismo sexo, frente a un 88% que declara haber estado con parejas del sexo opuesto. Se debe tener en cuenta que indagar sobre este aspecto es algo 87


complejo, en la medida en que reconocerse como no-heterosexual aún representa motivos de estigmatización social. Sumada a esto, la gran cantidad de tabúes alrededor de la homosexualidad puede ocasionar un subregistro en la información. Lo anterior puede explicarse cuando, al querer indagar acerca de la liberalidad o conservadurismo respecto a los derechos de los(as) homosexuales en la encuesta base de esta investigación, aparece un exiguo 44% dé jóvenes que manifiestan que siempre este tipo de parejas debe tener los mismos derechos y la misma inclusión social que las heterosexuales, seguido por un significativo 27,3% que declara todo lo contrario, y por un 16% que considera que sólo a veces deberían tener los mismos derechos e inclusión social. Aún entre los y las jóvenes se devela la estigmatización social de quienes tienen otras orientaciones distintas a la heterosexualidad, traducida en altos niveles de intolerancia y en reproducción de esquemas socioculturales de dominación masculina, según los cuales la heterosexualidad perdura como único modelo socialmente aceptado. Para la descripción de este grupo ha sido difícil definir parámetros, pues, como vimos, se trata de un sector complejamente diverso. Quizá por esta razón las descripciones etnográficas debieron realizarse distinguiendo cada identidad y sus matices, pero, a modo de muestra representativa de lo que están viviendo algunos(as) jóvenes en Cali, se presenta esta descripción con base en las observaciones y conversaciones sostenidas con hombres jóvenes integrantes de los colectivos que reflexionan alrededor del tema de los derechos y la inclusión del sector LGBT en Cali; no sin antes declarar este documento lejos de la pretensión de reflejar la totalidad de la situación de la población LGBT de la ciudad. Por el contrario, la elección de esta modesta muestra ratifica la importancia de entender que la identidad de cada grupo en el movimiento LGBT es construida gracias a la coexistencia de su diversidad de estéticas, expresiones y símbolos. El inicio de la vida social de un joven gay en Cali está relacionado con las formas de camuflar su orientación mientras se desenvuelve en actividades cotidianas de la ciudad: estudio, deporte, rumba, etc. Y al desarrollar su identidad y conciencia sobre su orientación, algunas de sus expresiones se enmarcan en encuentros sexuales esporádicos o en relaciones afectivo/amistosas ocultas para el resto de los grupos. Aquellos que dicen haber “salido del closet” y hacen conocer su orientación a las familias o a los amigos cercanos, en ocasiones lo hacen forzados ante la flagrancia con que son sorprendidos en compañía de sus parejas o de amigos gays con los que comentan situaciones y prácticas: Mi hermana, inicialmente, fue la que me pilló y allí empezó a regarse en la familia de primer grado de consanguinidad, pero ella ahora ha cambiado; me pidió disculpas por la actitud, dice que fue una crisis y tomó esa actitud. Ahora ella es más tolerante. (Carlos, 22 años) Cuando algunas familias se enteran de la homosexualidad de sus hijos los someten a interrogatorios y los convencen de acudir a consultas psicológicas o de aplicarse tests de 88


orientación sexual. En ocasiones, las lógicas de rechazo involucran acciones violentas y exclusión simbólica de la familia, e incluso la expulsión del hogar. Estas situaciones hacen que reconocerse como gay en la familia sea realmente difícil. El miedo de enfrentarse a la soledad y de que sea suspendida su manutención, junto al rechazo, hacen que las personas opten por llevar una doble vida –en la medida de lo posible- o que algunas repriman la orientación que, por lo general, termina siendo liberada en escenarios clandestinos, conllevando riesgos sociales mayores como enfrentarse a la homofobia, las drogas, las enfermedades, etc. Por estas razones, los jóvenes gays reconocen que en el núcleo familiar tiene lugar su primera lucha. Allí inicia el proceso de conciencia sobre su orientación: Es un proceso. Era el primer paso de iniciar un proceso. Listo, el tratamiento psicológico…que toca que ir con la familia, ayudar a la psicóloga a que ella entienda lo que yo quiero y pues para bajar un poco la temperatura, porque la psicóloga les va a decir es que eso ya no es considerado una enfermedad. De pronto no es del conocimiento de ellos, pero para que yo ponga de mi parte, pues que aprendan de mi parte, que aprendan el respeto, me hicieron el test, porque ellos dicen ‘¿Será que podemos eliminar los genes, o no?’. Con el test, mijo: salió positivo…nada se puede hacer. Ese es el primer proceso: que se metan en la cabeza que nada se puede hacer para cambiar las cosas, que hay que aceptarlas. (Alfredo, 20 años) La aceptación es gradual. No se entiende la situación. Se trata de todo un cuadro psicológico de aceptación, en el que se formulan preguntas como ¿Qué hice? ¿Qué no hice? o ¿Si mejor hubiera hecho? Obviamente, surge también la culpabilidad entre familiares o esposos. Esta situación se vive a diario en muchos hogares. En algunos logra ser asimilada con mayor rapidez o por lo menos con tolerancia; en otros, toma un largo tiempo aceptarlo, y en unos cuantos nunca se vuelve a hablar del tema. Pero hay casos, como antes se dijo, en los cuales se decide que el hijo homosexual no permanezca más con la familia en la casa. Algunos jóvenes consideran que es muy probable que sus padres sepan de su homosexualidad con anterioridad, solo que el evento que confirma sus sospechas los cuestiona más intensamente: Yo creo que mi mamá ya sabía, pues ella siempre me trató distinto, en comparación con mi hermano. Decía que me podía enfermar, me protegía más. Uno sabe esas cosas; cuando uno tiene más hermanos uno siempre es el diferente, así que ellas siempre saben, solo que no lo admiten. (Alfredo, 20 años) Otros jóvenes reconocen que el colegio es el lugar donde libran sus primeras luchas contra la discriminación, pues allí son juzgados por no interesarse en algunos deportes o por la solidaridad que expresan para con las chicas, en contravía con las pautas de socialización de los roles masculino y femenino que determinan la posición del sujeto frente a los demás y en el grupo de pares. Por obra de la discriminación, un joven que reconoce su homosexualidad en el colegio termina siendo catalogado como raro, 89


como el gay del grupo, a quien se puede humillar y hacer quedar en ridículo. Estas vicisitudes también las enfrentan en sus barrios o en cualquier espacio de socialización al que pertenezcan, incluso, perduran en ámbitos como el universitario y el laboral: El problema con la discriminación gay es que pasa cotidianamente y por toda la experiencia de vida, eso nos hace a veces inmunes; uno termina viendo eso como normal, como que así debe ser. Ése es un problema grave para la organización, pues no hacemos conciencia que la discriminación no está bien, que tenemos derechos, que pensamos. (Mario, 21 años) Surge, entonces, la búsqueda de la inclusión, hallada a veces en grupos espontáneos de amigos(as) que afrontan la misma situación; también se encuentra a través de un vecino o de alguien del colegio, generando una serie de relaciones que, eventualmente, trascienden hacia el plano afectivo (como pareja) o se convierten en amistades con las cuales se acude a los bares y se comparten varias prácticas; es decir, que se forma un círculo de amigos(as). Es probable que dichos(as) amigos(as) inicialmente se oculten a la familia o en el lugar de estudio, pero también que posteriormente empiecen a formar parte de la cotidianidad y terminen siendo aceptados(as) en algunos espacios privados. Estos primeros pasos en el proceso hacen que los jóvenes inicien sus prácticas de socialización alrededor de lugares como discotecas, bares y algunos centros de intercambio sexual con distintas personas. Mediante esa experiencia conocen a otros(as) que frecuentan o integran las organizaciones y, con el pretexto de interesarse en lo que éstas son, llegan a los encuentros; lo que significa que no hay mecanismos formales para el ingreso a las organizaciones, sino métodos más sencillos, como el activado por la amistad y la interacción voz a voz. Con la introducción de la Internet a la vida cotidiana de las personas, estas formas de vinculación a las organizaciones se han transformado, y en la actualidad el ciberespacio es la vía que algunos jóvenes toman para hacerse partícipes en las organizaciones. Ah, uno se conoce. Nosotros tenemos una frase que nos da mucha risa: ‘ojo de loca no se equivoca’. A través de los ojos hablamos, así uno conoce gente…que me habló y me contó de un grupo, que chévere, que reflexiona, que me va servir, un poquito de terapia, porque fue cuando recién salí del closet y todo eso, para que conociera un poquito. (Alfredo, 20 años) Las distintas organizaciones LGBT en Cali están integradas por jóvenes, adultos, profesionales, hombres, mujeres, comerciantes, etc., y sus actividades se centran en la reflexión en torno a las identidades, las problemáticas en la salud, la familia y la concreción de acciones colectivas para la inclusión social, como por ejemplo los besotones, que se definen como maratones de besos en lugares públicos (especialmente donde se ha evidenciado discriminación de género), los conversatorios que se realizan con entidades del Estado, las jornadas de capacitación y un sinnúmero de actividades que les permiten encontrarse, intercambiar ideas y generar movimiento. Aunque reconocen que todavía hay problemáticas endógenas, los jóvenes miembros de 90


organizaciones LGBT se proponen lograr con mayor fuerza la articulación de todos los trabajos que se realizan en Cali y en el resto del país. Por ahora, reconocen que conservan el respeto por la identidad de cada organización y que se prestan apoyo dependiendo de las experiencias que cada una tiene. Cada organización posee su propio espacio de encuentro en la ciudad, pero, al parecer, son los lugares lúdicos los que hacen posible encuentros más informales, donde también tienen lugar sus expresiones artísticas o performances. La ciudad alberga a una variedad de discotecas y bares gays, ubicados mayoritariamente en el centro y en el norte. Aunque sus clientes son de diverso tipo (incluyendo a personas heterosexuales), son espacios propios del mundo gay. Algunos de estos sitios tienen altos costos de acceso, lo que los hace exclusivos de personas con ingresos considerables. También hay otros, clandestinos, que solo son conocidos por personas gays. Los jóvenes que ingresan a las organizaciones inician su proceso de formación tomando como punto de partida la visibilización histórica de la comunidad gay, conociendo algunos de los sucesos que generaron logros en la lucha por los derechos de los homosexuales, y además aprenden las normas o leyes nacionales que protegen esos derechos. Junto a ello, fortalecen su identidad mediante el acompañamiento de adultos, la formación en desarrollo humano y la reflexión sobre sus propias vidas. Es un grupo muy fraternal, es de carácter de fraternidad. Todos nos ayudamos, cada persona habla de un tema de manera voluntaria, proponen un tema, una película. (Alfredo, 20 años) La pertenencia al grupo y la experiencia adquirida a través de los procesos de formación y orientación en los encuentros van generando una identidad grupal que convierte a estos sujetos en mediadores entre el sector LGBT y las instituciones, tanto estatales como privadas. Su objetivo es trabajar para conseguir la comprensión real de sus conflictos, sus realidades e intereses y, sobre todo, derribar los esquemas mentales o los prejuicios que hay a su alrededor. Como ellos mismos reconocen, esta posición los hace activistas de la diversidad de géneros: Soy un activista. Un activista es luchar por la inclusión, así como la lucha de las negritudes, de los indígenas, la lucha feminista. Es una lucha igual, buscamos la aceptación, el reconocimiento de nosotros dentro de esta sociedad. (Mario, 21 años) A pesar de que la sociedad caleña ha tenido avances en el reconocimiento de estas identidades sexuales, sigue siendo excluyente y estigmatizadora. No existen aún políticas públicas claras para hacer frente a las problemáticas que atraviesan estos(as) jóvenes, y el trabajo de originar rutas de exigibilidad de los derechos continúa siendo realizado más que por la vía estatal, por acciones colectivas civiles. También es necesario tener en cuenta que, pese a cierto nivel de organización logrado, todavía falta mucho recorrido en la búsqueda de generar una conciencia colectiva LGBT para construir un verdadero movimiento. Reconocer esto ha generado en las organizaciones 91


una preocupación por articular el trabajo, las demandas y visibilidad de sus acciones; es decir, que hay mucho trabajo por hacer para construirse como sujetos políticos más contundentes. “Salir del closet” no es una frase que estos jóvenes traducen simplemente como publicación de sus vidas privadas, ni como una forma de mostrarse ante la sociedad; es un acto profundo de reconocimiento como sujetos y como seres humanos, asumiendo su papel político frente a la sociedad. Lo expresan como la posibilidad de mirar de frente al resto de la sociedad y la manera de decir ‘soy gay, soy diverso, pero tengo los mismo derechos que todos ustedes’. Igual que muchos(as) jóvenes, también éstos reciben fuerte influencia de las tendencias globalizantes, de las nuevas tecnologías, los consumos culturales y psicoactivos, y todas las situaciones que enfrentan las personas jóvenes en esta sociedad llamada por algunos “posmoderna”. Los consumos culturales se encuentran muy relacionados con las modas y el estilo fashion, que implica el uso de prendas “de marca”, preferiblemente de firmas o casas de moda reconocidas mundialmente, así como perfumes, zapatos y accesorios en cantidades que motivan a catalogar a veces a este grupo social como una de las poblaciones con mayor consumo de ese tipo de productos. Aunque ello depende del poder adquisitivo que las personas tengan, es bastante frecuente encontrar jóvenes gays muy actualizados(as) en lo que a modas respecta. En Cali, particularmente, algunas marcas de ropa deportiva reciben especial interés de su parte, como Levis, Diesel, Dolce and Gabbanna, entre otras. También los y las jóvenes gays que hacen parte de las organizaciones LGBT buscan diferenciarse de estos estereotipos, incorporando en sus indumentarias tendencias relacionadas con la cultura pop (uso de jeans y camisetas), que les resultan prácticas, gracias a su informalidad y a la adaptación al clima de Cali. El uso de la manilla con los colores del arcoíris (bandera gay), como signo de diferenciación, es común en la mayoría de jóvenes que se involucraron con este estudio. Productos culturales como la música también encuentran aquí consumos diversos, pero aun así pueden identificarse como géneros preferidos la música electrónica, el pop, la salsa y el reguetón. Reconocer francamente esta diversidad es algo que la sociedad caleña todavía no logra, pero lo peor es que no consigue entender que tal diversidad no se basa únicamente en el uso o desuso de ciertas estéticas, ni en el consumo o abstinencia de algunos productos, sino que traspasa los modelos sociales y culturales hegemónicos o tradicionales, y esto es lo fundamental…inaugurar y permitir espacios de expresión para construir la inclusión real que no conlleve a situaciones extremas de violencia e intolerancia. En el sector LGBT los hombres y mujeres jóvenes se ven abocados y abocadas a construir solidaridades o a formar parte de ellas para enfrentar los esquemas sociales que determinan el debe ser y el comportamiento adecuado para unos y otras, tanto 92


en la vida pública como en la intimidad. Sin embargo, en el camino donde salvan los obstáculos interpuestos por la estigmatización, posicionan propuestas reflexivas de inclusión, participación y desarrollo social, reconfirmando que la meta es el reconocimiento de la diversidad con todos sus matices y no su exclusión, pues, como se verá más adelante, la marginación de la juventud y de sus expresiones (LGBT, Ponches, Barras, etc.) es un factor decisivo en la irrealización de una sociedad más democrática.

Los Ponches Unos de los temas más estudiados durante las últimas décadas son la juventud y la violencia y la juventud ligada al conflicto urbano. Estudios prolíficos acerca de estos temas aparecieron en la década de los 90, incluyendo trabajos realizados en sectores populares como No nacimos pa’ semilla (Salazar, 1990). En Cali fue renombrada la labor de la Corporación Juan Bosco y el programa Parces, financiado por la Alcaldía a través de Decepaz, durante las administraciones de Rodrigo Guerrero y Mauricio Guzmán. Estos esfuerzos y los de instituciones para la defensa de los derechos humanos en Colombia, que originaron el documento A lo bien parce, son ejemplos de estudios cualitativos que mostraron una realidad tan cruda como la de los y las jóvenes vinculados(as) a dinámicas de conflicto en agrupaciones denominadas pandillas. Ha sido sorprendente saber de jóvenes que se reúnen en sus cuadras y generan dinámicas de conflicto al interior de su comunidad, mientras que al mismo tiempo se dice que ya no hay pandillas, pero se lee, se escucha y se ve en los medios de comunicación que las pandillas roban, matan y, en general, delinquen a diario. Entonces, si no hay pandillas, ¿qué es lo que hay?...Agrupaciones que no se reconocen como tales, aunque sus acciones reproduzcan modelos tradicionales de jóvenes pandilleros(as): la apropiación de espacios en los barrios, un nombre con el que se hacen reconocer, el consumo de sustancias psicoactivas, robos a pequeña escala y variedad de símbolos que identifican a sus miembros como parte de una organización juvenil. Estos grupos tienden a generar dinámicas colectivas de consumo, encuentro y uso común de símbolos, así como a identificarse en función de los espacios que utilizan como territorio y/o lugar de habitación. Sin embargo, algunas acciones, como las que tienen que ver con actos delictivos, suelen llevarse a cabo de manera individual o en pequeños grupos. La verdad es que las pandillas juveniles son una realidad cotidiana en varios sectores de la ciudad. No es que ya no existan ni que todas eviten reconocerse como tales; de hecho muchas se autodefinen como organizaciones, cuentan con mecanismos de liderazgo y generan acciones colectivas dentro y fuera de sus lugares de origen. De acuerdo al propósito de este estudio, se han privilegiado aquéllas organizaciones, que no es fácil definir y que se están gestando en sectores populares, donde participan activamente a traves de distintas formas del conflicto urbano.

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Estas nuevas dinámicas, en las que el individuo se identifica con el grupo, pero también procede con sus propias acciones no colectivas, es lo que se ha denominado ponche, considerando que también los y las jóvenes reconocen este término como el más apropiado para denominar sus agrupaciones. Los ponches son lugares de encuentro, donde se dinamizan una serie de símbolos y un conjunto de prácticas que propician procesos de identificación, especialmente en los sectores populares. Algunos de los(as) jóvenes que los integran son hijos(as) de antiguos pandilleros, que reproducen algunas de sus prácticas. La palabra ponche no siempre hace referencia a la agrupación, pues en muchos casos no alude al grupo en sí, sino únicamente al lugar de encuentro; puede no haber concordancia entre las actividades individuales y las colectivas e, incluso, es posible encontrar allí a personas adultas, mujeres, niños y niñas, obedeciendo quizás a formas más complejas de organizarse. No obstante, con el respeto que merecen quienes estén en desacuerdo, se utiliza aquí el término ponche por ser frecuente y mayoritariamente usado durante las entrevistas, cuando los y las jóvenes participantes se refirieron al grupo, sin negar que sea también el lugar que proporciona oportunidades de encuentro, seguridad, igualdad y solidaridad. El ponche se conforma por jóvenes con edades entre los 13 y 26 años, todos(as) de sectores populares, que en ocasiones se conocen entre sí desde la infancia. El proceso de agrupamiento es espontáneo y cotidiano, en razón a la paridad generacional (aunque en ocasiones hay adultos integrantes) e involucrando tanto a hombres como a mujeres, expandilleros(as) o consumidores(as) de psicoactivos. Los miembros de los grupos tienden a encontrarse diariamente para compartir el consumo de drogas como la marihuana, una de las actividades colectivas más frecuentes, aunque ser consumidor(a) no es una condición como sí lo es pertenecer al barrio o a la cuadra. Estos(as) jóvenes, en su mayoría, han desertado del sistema escolar, algunos desde el nivel primario: Yo me salí hace como unos cinco años. No, no me gustaba; y si no quería ir a estudiar, mi papá decía ‘si no quiere ir, no vaya’. Él no me apoyaba, pero me decía eso…a veces me mandaba. (Juan, 14 años) Jóvenes como estos(as), con edades tan tempranas, pero que expresan no estudiar desde hace cinco años, hacen pensar que su reintegro o ingreso al sistema escolar sería muy complicado. Por otro lado, aunque reconocen pertenecer a familias nomaltratadoras, sí suelen provenir de familias monoparentales (especialmente con madres cabeza de familia) en las que aparece con frecuencia la figura del padrastro o la madrastra. La presencia de los padres o madres no es constante en sus hogares, por razones laborales. En sus relaciones se evidencia como base la falta de claridad en la construcción e inculcación de normas, ambiente que en las actitudes de los y las jóvenes provoca tolerancia a la agresión, a la falta de respeto por las normas y a permanecer durante mucho tiempo sin acompañamiento de adultos responsables:

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Somos tres hermanos: uno que está en la cárcel, otro que está en la casa y yo. Están mi mamá y mi papá, claro que él no es el papá de mis otros dos hermanos. Los tres metemos marihuana. Mi papá a mí me decía cosas. Ayer y mi mamá me vio, ella sabía, pero no me había visto…me dio pena. Como mi papá no es papá de los otros dos, él no les dice nada a ellos. (Juan, 14 años) Estas familias, en su mayoría, están conformadas por migrantes de otros departamentos o descendientes suyos; también hay hogares que han sido reubicados desde otros sectores de la ciudad, cuyos miembros se dedican a labores informales (obreros o trabajadores con mano de obra no calificada)…personas empobrecidas y marginadas históricamente, con largas trayectorias como víctimas en relación con el conflicto. A pesar de que los ponches son, como se dijo, escenarios de encuentro, conformados por jóvenes que desde la niñez han compartido muchas etapas, y que propician la construcción de relaciones basadas en la amistad y la solidaridad (convirtiéndolos casi en familias), también se presentan rupturas, motivadas por los altos niveles de conflicto en el barrio, sus circunstancias cotidianas, las diferencias en las personalidades o las mismas búsquedas de cada individuo. En muchas ocasiones hay reservas para usar la palabra ‘amigo’. El grado de desconfianza que prima hace más común la utilización del término ‘parce’, ya no interpretado como el entrañable, sino como el igual. Ahí hay pelaos de 17, 18 y 19. Somos parceros desde pequeños, pero yo sé que no hay amigos; ellos se parecen a todos, o sea, somos iguales. Yo nunca le he fallado a un amigo, espero que no me pase a mí, pero sabe que a la parte seria no hay amigos. Puede pasar cualquier cosa, una vuelta, y pailas…puede que deje de ser mi amigo, así que esperemos que eso no pase, por eso hay que tener desconfianza. (Pedro, 16 años) Mucho parce que se crió con uno, pero amigos…yo creo que yo no tengo amigos, eso es raro por allá. Pues sí, el parce es el de la vuelta, el de la rumba, si me entiende, pero no, uno debe estar es preparado pa’ las que sea. (Juan, 14 años) Para estas agrupaciones el uso de los espacios es realmente importante. El ponche -o la esquina- es considerado su lugar, y por eso lo hacen respetar. Se trata, quizá, de uno de los signos de identidad más fuertes en esta forma de expresión juvenil. Junto con las cuadras aledañas conforma el lugar de la unidad, de la diferenciación y del sentido de pertenencia. Sin el ponche no existiría grupo. Ahí se comparten demasiadas experiencias: el inicio del consumo de drogas, los partidos de fútbol, la rumba, etc. Allí los hombres “se conocen con las niñas”, establecen relaciones y ellas terminan integrándose. También se ha señalado que el ponche es el lugar de protección: no hay otro donde se sientan más seguros, tanto así, que es posible encontrar jóvenes que no conocen nada más que su ponche, para quienes el barrio es casi desconocido y mucho más la ciudad. Algunos(as) logran conocer otros sectores cuando se vinculan a determinada actividad laboral que los(as) obliga a salir del barrio, guiados, eventualmente, por vecinos o padres de familia.

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El ponche también significa la posibilidad de encontrar la compañía que falta en casa, pues muchos de los miembros de las familias de los y las jóvenes pasan gran parte del tiempo trabajando o, en todo caso, por fuera de la vivienda y del barrio. Quizás, a muchos(as) de ellos(as) no les interesa recibir el afecto que proviene del interior de sus familias, sino el que está por fuera, en el ponche, segundo lugar de socialización para quienes han vivido en la soledad desde muy chicos(as). Yo me levanto y me voy para mi ponche. Ahí me fumo mi baretica, la de mañana; ahí están mis socios en la misma, desayunando. Nos ponemos a hablar, que sisas y que tales, y después, como a la una, uno se va almorzar o a buscar que hay, y vuelve en la tarde, a trabarse, y después el partidito…esas son las cosas que más se hacen. El sábado es diferente: que tales, que la rumba, que las niñas, bueno, todo eso…el sábado es diferente. (Juan, 14 años) Tal vez esa apropiación de los espacios es lo que más genera rencillas entre las agrupaciones. El barrio está dividido en ponches, cuyas fronteras no pueden ser transgredidas, pues esto se convierte en desencadenante de acciones violentas. Jóvenes que se han atrevido a traspasar los límites se ven involucrados(as) en situaciones tan violentas que algunos(as) han muerto en medio de ellas y muchos(as) han sido lastimados(as). Las transgresiones a los límites en el territorio suelen tener lugar individualmente, por parejas o tríos de jóvenes; a pesar de ello, la defensa del ponche sí es un asunto colectivo, a través del cual también se evidencian y refuerzan los estereotipos de masculinidad (dominante, heterosexual) como modelo a seguir. Por otro lado, y como consecuencia de distintos factores, muchos(as) de estos(as) jóvenes llevan a cabo actividades delincuenciales en sus cuadras u otros lugares públicos, como avenidas o parques; actividades que también suelen realizarse en solitario o a dúo. El robo de dinero, bicicletas o celulares es una práctica común, en ocasiones motivada por la insatisfacción de necesidades económicas, y en otras por el propósito de generar liderazgos y demostrar poder en el grupo. Algunos(as) jóvenes presentan un alto consumo de sustancias y compuestos psicoactivos, que junto a sus propias historias de violencia y maltrato los(as) hacen propensos(as) a convertirse en generadores(as) de agresión contra sus vecinos. El miedo que provocan genera rápidamente un mito alrededor de sus actividades y el supuesto poder que ostentan, lo que otorga prestigio al grupo. Estos(as) jóvenes, por lo general, encuentran la muerte por causas y actores que no siempre se clarifican, de allí que se ignore si es a manos de otros(as) jóvenes o de grupos de control que coexisten en los barrios. Las personas jóvenes del ponche también son sujetos de consumo cultural como la música, especialmente la salsa, el reguetón y el raga, aunque también de trovas urbanas como el rap. En sus estéticas es privilegiado el uso de camisetas de marcas reconocidas (casi siempre imitaciones), de jeans bota-tubo (ceñido en los talones) y zapatillas de marca. Escucho reguetón, raga, reggae, que es más brutal. La rumba es maquial. La rumba con un grupito, Son de Acá, es todo bien. ¿Que cómo me gusta vestir?...Soy 96


gomelo. Sí, me gusta vestir así, gomelo. Aquí lo único que no ha cambiado son las zapatillas, todo el tiempo Nike. (Pedro, 16 años) Generalmente, los y las jóvenes de estas agrupaciones se reúnen en pos del consumo de psicoactivos, alternado con algunas actividades ligadas al conflicto y con otras de tipo lúdico-recreativo. Sin embargo, durante esas largas jornadas de ponche viven su barrio y adquieren conciencia de sus problemáticas y de la importancia de estudiar. Permanecen anhelando la forma de salir del consumo de drogas. El respeto por la familia, especialmente por la madre, encabeza su sistema moral, en el cual también tiene un lugar importante la individualidad de los(as) otros(as); por eso, hay un límite incluso para la transgresión de las normas, sobre todo tratándose de la vida misma. Cuando un miembro del ponche comete un asesinato tiende a ser rechazado por el grupo y aislado a través de expresiones como ‘váyase parce, que nos calienta el ponche’. Con el paso del tiempo, estos(as) jóvenes tienden a dejar sus hogares, algunos con sus propias familias. Las dinámicas grupales juveniles, finalmente, suelen terminarse y los miembros de los grupos establecen contacto con agrupaciones delincuenciales más organizadas, mayoritariamente conformadas por personas adultas, y se involucran en una serie de actividades a escalas mayores como hurtos, asesinatos, tráfico de armas y sustancias psicoactivas. Así es como, entonces, se integran a las denominadas “oficinas” o a la delincuencia común organizada, quedando el ponche sólo como parte de sus experiencias. Los y las jóvenes que hacen parte de los ponches son tendentes a vivir en soledad y a repeler cualquier acercamiento a la institucionalidad o formalidad. Frases como ‘no me gusta la escuela’ y ‘yo estaba en Don Bosco aprendiendo metalistería, pero me aburrí’ dejan entrever que allí no encuentran alternativas para ellos(as) o que su oferta no conjuga con los intereses que tienen. Por eso es importante que las instituciones vayan más allá de esperar el acercamiento de la población joven. Se trata de acercar las instituciones a los y las jóvenes, ir a los lugares donde están, conversar con ellos(as), oírles, orientarles, y con su participación construir otras opciones de vida. Este ejercicio lo están realizando instituciones como iglesias cristianas, lo cual ha contribuido en gran medida a propiciar la reflexión de muchos(as) jóvenes acerca de sus consumos y de la violencia. No obstante, dado que el acompañamiento se concentra en la práctica del culto o los rituales, sólo logra responder durante algunos momentos a sus búsquedas, pero no profundizar en ellas. La apuesta de la institucionalidad para con la juventud debe ser la generación de ambientes socializadores, amables, afectivos y solidarios, que les permitan conocer y experimentar nuevas alternativas frente al consumo, la violencia, la ciudadanía y la articulación con las instituciones. Los ponches, agrupaciones juveniles con estructuras organizativas difíciles de definir, construyen identidad grupal a través de la solidaridad fundada desde la niñez, pero también poniendo en común el consumo de sustancias psicoactivas, la delincuencia juvenil y el apropiamiento de territorios. En la búsqueda de esa identidad entraman 97


relaciones sociales con la comunidad basadas en el conflicto violento y simbólico, que no son más que un llamado a que los adultos tomen actitudes más reflexivas, vinculadas a las dinámicas de la comunidad, para fomentar el desarrollo de la personalidad y la inserción positiva de los y las jóvenes a la sociedad. Su proceder conflictivo no ocurre porque así lo quieran, sino porque consideran que lo requieren para hacerse notar o para participar de alguna forma. La apertura de espacios para escuchar e incluir a estos(as) jóvenes, al igual que a los(as) de la siguiente categoría de análisis - aunque su característica no sea solamente la marginación económica, sino la marginación de la sociedad- puede ser el inicio de la construcción de otra realidad social mediada por la cultura de diálogo entre los adultos y las nuevas generaciones.

Los Parches Hasta hace algunos años, hacer parte de un parche o estar parchado(a) era un comentario muy común entre los y las jóvenes. Connotaba reunirse para hablar y compartir. En algunas ocasiones, los parches se convertían finalmente en pandillas, lo que hacía que se interpretaran como espacios inadecuados para las personas jóvenes, dependiendo, por supuesto, del contexto sociocultural. Durante los años 80, con la irrupción del narcotráfico en la escena caleña y vallecaucana, algunos parches se vincularon a estas dinámicas, inaugurando su historia de violencia. Sin embargo, en el argot cotidiano de hoy, ser de un parche no tiene connotaciones negativas. Frases como ‘me uní al parche’ o ‘ábrase del parche’ son expresiones muy cotidianas en varios sectores sociales de Cali. A pesar de ello, desde el año 2004 se inició el fenómeno de formación de parches de jóvenes no mayores de 13 años, para organizar fiestas y, posteriormente, enfrentamientos con otros grupos, que en muchas ocasiones dejaron víctimas fatales. El periódico local El País mostró de este modo cómo algunos grupos o parches de jóvenes se vinculan a actividades violentas en la ciudad, ofreciendo un listado de datos cronológicos para denotar que no se trata de acciones recientes: Combos de estratos altos se calientan. Abril del 2004: Cerca de cien adolescentes se enfrentaron con palos y piedras en un parque del sur de Cali. Diciembre del 2004: Estudiantes de colegios bilingües arman una gresca en un club social de la ciudad. Febrero del 2005: Los grupos ‘La Realeza’ y ‘Chiquipandilla’ protagonizaron una riña en el parque del barrio El Limonar. El hecho ocurrió a la 1:30 p.m. 59 jóvenes fueron conducidos por las autoridades. Febrero del 2005: Estudiantes de dos instituciones planeaban una excursión a San Andrés Islas, donde se enfrentarían. El viaje fue suspendido. Ellos se citaron por vía Internet. Septiembre del 2005: Jóvenes de cuatro planteles se pelearon en el parque Santander, contiguo al Hotel Inter. Un menor resultó herido. Seis fueron detenidos. Diciembre del 2006: En plena Feria de Cali, cuatro adolescentes agredieron a otro, en el sector de Chipichape. (Diario El País-Cali, abril 16 de 2010) 98


Noticias como aquélla despertaron el interés por un fenómeno totalmente nuevo, en relación con el conflicto urbano, donde la población joven era protagonista, aportando tanto victimarios(as) como víctimas. De estos grupos no se sabe mucho; se afirma que se conforman en estratos socioeconómicos medios y altos. El fenómeno ha comenzado a evolucionar y a recrear nuevos contenidos. Hoy día se habla de las Alianzas y las Contra-alianzas, en las que pelaos de parches se enfrentan a la Policía. Es decir que en el conflicto se están involucrando actores que lo convierten cada vez más en una dinámica cuyo tratamiento demanda mayor nivel de rigurosidad. General e históricamente, la violencia urbana en la que están involucradas personas jóvenes ha tenido como protagonistas a los hombres, en calidad de víctimas y victimarios. En estas agrupaciones el papel de la mujer ha sido menos visible, sin llegar a ser pasivo, como a veces se ha interpretado; más bien se puede decir que ellas procedían de acuerdo a otras lógicas en las agrupaciones. Actualmente, en los parches el rol de la mujer es más notorio, incluso, existen parches de mujeres cuyas lideresas y formas de actuar han sido objeto de mitificación. Así que -una vez más- el fenómeno se hace mucho más complejo en el momento específico de abordarlo. Las siguientes descripciones del fenómeno buscan comprender, de manera exploratoria, las distintas lógicas que movilizan a los y las jóvenes de parches, así mismo como contribuir a un análisis que propone el uso de otras categorías para superar la dicotomía joven-violencia: los contextos socioculturales, la capacidad para organizarse y los capitales simbólicos y culturales. “Yo estoy en bachillerato”, declara uno de los jóvenes que participa en una entrevista en profundidad. “Yo estudio Obras Civiles en una universidad”, dice otro. De acuerdo con este estudio, la mayoría de jóvenes de los parches están vinculados(as) al sistema escolar (colegios privados y públicos). No estamos, entonces, ante jóvenes sin acompañamiento institucional o que no construyan capital social. Muchos(as) de ellos(as), incluso, estudian en instituciones de educación media o superior, de carácter privado y gran reconocimiento académico en la región. Con relación a las dinámicas familiares, los y las jóvenes de los parches manifiestan que en sus hogares siempre hay presencia de alguno de sus padres, sobre todo de las madres. Buena parte de las familias no responde al modelo nuclear propiamente, sino a familias reconstruidas (con presencia de padrastro o madrastra). En otros casos los padres de los y las jóvenes continúan siendo pareja, pero al encontrarse residiendo en otros países, los referentes de autoridad recaen sobre algún familiar como abuelas o tías. Algunos de estos(as) jóvenes, incluso, han vivido durante determinado tiempo en el exterior, pero tras enfrentar diferencias con sus padres han regresado a Colombia. Aunque continúan encontrándose familias que corresponden a los modelos nuclear y extenso, la tendencia general apunta hacia su transformación, motivada por diversos conflictos: separaciones, divorcios o muerte de alguno de los padres. A pesar de que

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lo anterior dificulta la clasificación de acuerdo a los tipos de familia, permite ratificar esta institución como recurrente y primer espacio de conflicto. Yo vivo con mi abuelo y mi mamá. Soy hijo único. Mi papá vive en Bogotá, pero no tengo casi contacto con él. (Camilo, 18 años) Yo viví con mis papás en Barcelona, pero no me amañé; me hacía falta mi abuela, y ahora vivo con ella. No me amañé…allá lo miran a uno mal. Estuve ocho meses, además mi papá me sobreprotegía, y eso no me gustó. Yo vivo con mi abuela, mi mamá y dos hermanos más. (Andrés, 17 años) Los padres de estos(as) jóvenes cuentan con un nivel alto o medio de escolaridad; algunos son profesionales universitarios y otros son bachilleres. Trabajan en el sector público y en el privado, o de manera independiente. Son originarios(as) de barrios tradicionales o populares de Cali, aunque los abuelos y las abuelas suelen ser de zonas rurales de otros municipios, especialmente del norte del Valle del Cauca. Gracias a Dios, mi mamá es graduada de la Santiago, de Contabilidad. (Andrés, 17 años) Mi abuela es de Roldanillo-Valle. Mi mamá sí es de aquí de Cali, yo también. (Camilo, 18 años) La familia es un referente afectivo. Los testimonios reflejan cierto nivel de integración y cohesión familiar, lo que hace suponer que en sus relaciones pueda estar incluido -aunque medianamente- el diálogo. Sin embargo, los y las jóvenes de los parches expresan dos asuntos importantes a este respecto. El primero es que sus padres o acudientes, por lo general, laboran pasando mucho tiempo fuera de la casa, dejándoles en compañía de adultos (como la empleada del servicio o la abuela) que se limitan a alimentarles. El segundo asunto apunta a la orientación en torno a las normas que establecen los padres, cuyo cumplimiento ocurre solo durante la escasa cantidad de tiempo que ellos permanecen en el hogar. Esa falta de presencia de los padres conlleva una comunicación casi nula con los y las jóvenes, restringida a actividades como revisión de los cuadernos para verificar la asistencia a clases, o a confirmar el bienestar físico de sus hijos(as). Ocasionalmente, cuando se trata de familias con nivel económico alto, los encuentros se conciertan para hacer las compras o estrenar regalos. En resumen, las relaciones entre los y las jóvenes de los parches y sus padres están demasiado mediadas por circunstancias laborales, escasez de tiempo e intereses creados que generan, finalmente, grandes distancias. Yo a mi cucha casi no la veo. Ella trabaja y, pues, a veces salimos al centro comercial o por ahí, y comemos o compramos algo. Ella lo que sí hace es que todos los días me pregunta si comí, si fui al colegio…es que llega cansada. (Camilo, 18 años) Los y las jóvenes manifiestan sentir aprecio por sus familiares, especialmente por los padres; sin embargo, el tema de la comunicación no deja de ser fundamental, tanto en la labor educativa como en la construcción de relaciones armoniosas. En las familias 100


se descubre demasiada distancia, nostalgia y frecuentemente mucha soledad en los y las jóvenes. La incomunicación hace que los miembros de las familias no se enteren de lo que pasa con ellos(as) los y las jóvenes en la calle; incluso, hay quienes solo logran saber que su hijo es líder de un parche cuando el joven es detenido por las autoridades y, como parte del proceso policial, se solicita la presencia de un acudiente. Mi mamá no sabe que yo ando en esto. Si se entera le da un yeyo. Es que yo salgo, que sí, que la rumba. Yo, por ejemplo, en la semana tengo permiso para salir hasta las diez; estudio y trabajo, entonces, desde que cumpla con eso no pasa nada. (Camilo, 18 años) César Augusto Sarmiento, representante de la Unidad de Menores de la Fiscalía General de la Nación, describe ese tipo de situaciones de esta forma, al ser consultado por un periódico local: Son hechos que involucran lesiones menores. Los papás llegan denunciando a otra niña que le pegó a la suya y acá se enteran de que la pelea fue porque una pertenece a un grupo y la otra a otro grupo, pero nunca se habla de pandillas. (Periódico El País-Cali, 29 de abril de 2010) Tal como antes se anotó, la ausencia de figuras de autoridad y de acompañamiento, así como la carencia de tiempo óptimo dedicado a los y las jóvenes, junto a la inconsistencia en la consolidación de normas y acuerdos, generan relaciones de doble moral entre los padres y sus hijos(as), o cuando menos, relaciones donde la situación real de los(as) últimos(as) se ignora totalmente. La autoridad o sus figuras son tan necesarias como la libertad. Los niños las piden a gritos, y los adolescentes las buscan en cualquier espacio. Sennett opina al respecto: La necesidad de autoridad es básica. Los niños necesitan autoridades que los guíen y les den seguridad. Los adultos realizan una parte esencial de sí mismos al ser autoridades. Es una forma de expresar su atención a los otros. Existe un temor persistente a que se nos prive de esta experiencia. (1982, p.23) La inseguridad que genera la falta de autoridad no es sublimizada; por el contrario, propicia una serie de expresiones y búsquedas a través, por ejemplo, de la violencia, con el fin de llamar la atención. Otro escenario que vale la pena analizar es el colegio, pues la mayoría de las veces se menciona como lugar para encuentros, o por lo menos de referencia para algunos(as). El sitio de estudio se convierte en un segundo hogar donde los y las jóvenes permanecen durante más de ocho horas diarias en procura de su formación académica. Especialmente los(as) que estudian en instituciones privadas consideran que, al igual que sus profesores, éstas son de muy buena calidad, y que no es fácil acceder a ellas. Algunos(as) jóvenes dicen que el colegio los(as) despertó, que es donde fueron capaces de entablar amistades y pasarla bien, pero además, que fue el lugar de los primeros encuentros del parche, durante las prácticas deportivas o a la salida. 101


El colegio te da prestigio, claro, uno también gana de eso Uno depende del colegio en el que estudie, eso hace que los demás sepan que sos un pelao de respeto. (Andrés, 17 años) Los y las estudiantes se reconocen como parte del colegio en que estudian, asumen sus reglas y llegan a identificarse con él, con su uniforme, con su estilo pedagógico y su nombre. Cuando salen a encontrarse con otras instituciones educativas esa identidad llega a desbordarse en formas específicas como el insulto, la mirada ofensiva y las agresiones físicas, en ocasiones. Sin embargo, este tipo de violencia también se presenta al interior del mismo colegio, pues allí existen distinciones entre cursos y jornadas, que se convierten, en muchos casos, en el motor de brotes de indisciplina. Algunos(as) jóvenes de los parches han sido expulsados(as) de los colegios por sus conductas agresivas, su bajo rendimiento escolar y problemas de indisciplina. Muchos(as) de ellos(as) terminan posteriormente el bachillerato en institutos de educación semestralizada, donde el acompañamiento educativo es mínimo. El colegio, entonces, es otro espacio donde se presentan dificultades por la autoridad, pues aunque ésta se legitime con la existencia de un manual de convivencia, un Proyecto Educativo Institucional (PEI) y un proceso formal de matrícula, no se logra entender que en ocasiones la necesidad de afirmar la autoridad de los adultos es expresada por los y las jóvenes contradiciéndola o rechazándola, en palabras de Sennett (1982, p.35): “En las sociedades modernas hemos aprendido muy bien a establecer vínculos de rechazo con las autoridades. Esos vínculos nos permiten depender de aquellos a los que tememos, o utilizar lo real para imaginar lo ideal”. Los manuales de convivencia de los colegios no están planteados teniendo en cuenta las demandas concientes e inconcientes del estudiantado, sino con base en lo que los adultos entienden por orden y autoridad, así que lo único que contemplan estas normas son el castigo y la expulsión. Los dos escenarios -familia y colegio- merecen ser analizados con mucho detenimiento y rigurosidad, pues en ellos se detectan enormes dificultades para vincular a las personas jóvenes profundamente a través de la formulación y realización de proyectos comunes con los adultos, más allá del compromiso afectivo y de pertenencia. La caracterización de los parches también resulta un tanto difícil porque, al ser tan jóvenes sus miembros, el ingreso inicia a edades muy tempranas, alrededor de los 14 ó 15 años de edad, aunque en algunos grupos actualmente se presenta la incorporación de menores de 12 y hasta 10 años. A lo largo de su corta historia los parches han evolucionado. Al principio fueron espontáneas organizaciones conformadas por jóvenes que posiblemente se criaron juntos(as), que se reunían en ciertos lugares del barrio y organizaban jornadas recreativas o salidas a determinados sitios de la ciudad. Lo que pasa es que, cuando nosotros iniciamos los parches aquí en Cali, nosotros éramos el parchecito del barrio, con los amigos que uno se crío, pero ya comenzamos a salir y a conocer más gente, pero en ese tiempo apenas estaban creciendo los 102


parches y nosotros nos unimos con un parche de La Flora y de otro que queda detrás del Carrefour de La 70, y ya éramos como 200…allí fue donde le pusimos Wayrecords Norte. (Camilo, 18 años) Estas formas de agrupamiento son visibilizadas -y denunciadas- por los medios de comunicación desde mediados del año 2004. Por su condición de espontaneidad no se puede establecer quiénes las originan. Los(as) jóvenes dicen que los parches se iniciaron con ellos(as), por lo cual, desde su perspectiva, no parecen tener claros antecedentes; asunto importante porque aun siendo razón de mucho prestigio en el grupo fundar un parche, la forma en que se crean y funcionan da cuenta del grado de complejidad en su organización. Si bien es cierto que existen parches con una cantidad considerable de miembros -hasta mil jóvenes-, éstos son integrados por subgrupos y conforman a la vez una organización que tiene la función de coordinarlos, una suerte de parche coordinador. Nosotros, cuando empezamos Wayrecords ya habían otros parches. Todos esos parches se conocían; unos eran de 200, unos de 250 y 300, entonces todos nos reunimos e hicimos un nombre de Alianza. En ese tiempo que nosotros estábamos lo manejaba un parche, éramos como 15 agrupaciones, pero una agrupación mandaba a todos: la Gold Star. Existe la Alianza Wayrecords Norte, que somos nosotros, y existe la Wayrecords Sur. (Camilo, 18 años) No hay diferencias, solo el nombre, pero ellos son Sur, y nosotros Norte. En alguna cosa, por ejemplo, nosotros manejamos mucho lo que son peleas, por ejemplo que estamos aquí, rumbeando, en esta discoteca; no falta que llegue, por decir algo, el de la Contra y, por qué me mirás mal…y ¡pum!..Pues, por decir, aquí están los del Sur, están acá en el norte, y en alguna pelea vamos todos. (Andrés, 17 años) Las acciones iniciales de estos parches eran compartir la rumba y el consumo de psicoactivos, lo que llamó la atención de los vecinos de algunos barrios del norte de la ciudad, como La Flora, Vipasa, Menga y Ciudad Jardín, en la zona sur. Ante ello, la Policía comenzó a intervenir, generando ciertas resistencias y convirtiendo estos parches en itinerantes; es decir, se transformaron en agrupaciones transeúntes y se hicieron reconocidos en distintos lugares de la ciudad. Si bien los primeros encuentros no tuvieron como objetivo realizar actos de violencia, éstos empezaron a incorporarse en sus prácticas, debido a los excesos en el consumo de sustancias psicoactivas, especialmente sacol, éxtasis y perico. La agresión física y simbólica perpetrada por estos(as) jóvenes posee una variedad de aristas que no pueden ser ignoradas; pero sí podrían agruparse en dos temas de análisis: la autoridad y la búsqueda del alter (contrario). Como ha sido mencionado antes, la autoridad ha de comprenderse también como una necesidad, pero instituciones socializadoras como la familia y la escuela no han logrado esclarecerla o al menos legitimarla, entendiendo, a modo de Sennett (1982), que todo proceso de autoridad exige una interpretación no racional. La autoridad 103


debe ser legitimada, y aunque la violencia no es legitimación de la autoridad, es la salida más instrumental para conseguirla. La violencia entre grados de escolaridad distintos y entre colegios es la reafirmación de ausencia de autoridad legitimada o entendida como tal, por parte de los y las jóvenes. La violencia es, más que todo, hacerse sentir… por decir, un día yo les dije a los de la Way: ‘Vamos a tomarnos Sameco, hijueputas, somos 500, vamos a tomarnos Sameco, como para hacerle la vuelta al comandante’. Si el man a mí me tira, yo le tiro, yo le tiro más fuerte, lo pongo a trabajar. Nos tomamos Sameco, tiramos piedra, quemamos llantas, como para uno hacerse sentir, para decir ‘Aquí estamos, y aquí no nos dejamos de nadie’. Peleamos por parques, manejamos parques, los parques son todo. (Andrés, 17 años) La ausencia de autoridad o sus formas poco efectivas determinan su búsqueda a través de modelos sociales que la reflejen, así no sea legitimada, pero sí por lo menos aceptada. En el caso de los parches el modelo social más influyente ha sido el de los traquetos (pequeños narcotraficantes que, en la búsqueda y consolidación del mercado de psicoactivos, generaron terror en los años 80 y 90 en ciudades como Cali, Bogotá y Medellín, entre otras). Los símbolos del narcotráfico en la Cali de las pasadas décadas han dejado una huella muy marcada en los imaginarios y en las prácticas de los y las jóvenes. Los signos del poder, el uso de armas de fuego, de carros grandes con cuatro puertas, ropa y accesorios de marcas reconocidas, sumados al consumo de psicoactivos y a la práctica de la rumba en discotecas suntuosas, sintetizan lo que se denomina cultura del traqueto. Este modelo ha idealizado entre los y las jóvenes el ejercicio de la autoridad clandestina y de la dominación de distintos actores, a través del terror. De tal manera, se supera la búsqueda de la autoridad cuando se logra tenerla mediante el terror suscitado por las armas. Otros modelos que siguen los y las jóvenes de los parches son los influenciados por la cultura popular urbana que ha germinado en barrios latinos de ciudades norteamericanas y puertorriqueñas, específicamente el paradigma que se ha construido alrededor del reguetón. Ya no se trata de un fenómeno aislado en la conformación de identidad de las juventudes caleñas. Durante la última década, la ciudad se llenó de una gran diversidad de expresiones artísticas, entre las que el reguetón y la música electrónica se destacaron por propiciar cambios radicales en los gustos de los y las adolescentes, un grupo poblacional que tradicionalmente, en las sociedades occidentales, ha sido clave en la imposición de ritmos y expresiones ligadas a la música. El reguetón no es sólo un ritmo musical; articula un sinnúmero de elementos simbólicos que subvierten esquemas culturales relacionados con la sexualidad, el erotismo, las relaciones de género, el poder y la autoridad. Sus símbolos representan para la juventud la lucha por reafirmarse socialmente y tener la oportunidad de construir nuevas formas de actuar, hablar, vestirse y organizarse; es decir, nuevas formas de identificarse. El nacimiento de estas expresiones artísticas en contextos socioculturales marginados y clandestinos posibilita a los y las jóvenes la expresión de sus inconformidades a través, por ejemplo, de bailes extremadamente eróticos y beligerantes, música repetitiva, 104


modas y lenguaje sincrético (como las oraciones en que se combina el español con el inglés) donde se incluyen jergas callejeras del Bronx y de la barriada puertorriqueña, todo ello en relación directa con la música. De este modo, el ritmo, fruto de la fusión de otras expresiones urbanas latinas, se ha vinculado a las dinámicas juveniles en forma de toda una expresión cultural. A su alrededor también se han vendido imágenes de violencia, pero el reguetón no es el problema, sino la manera en que se comercializa para impactar a jóvenes ávidos(as) de figuras que los(as) representen. Prueba de ello son las tiraderas (trovas urbanas a través de las cuales se escenifica la rivalidad de los y las intérpretes, poniendo en cuestión su desempeño musical mutuamente), una forma creativa para expresar las diferencias, que, sin embargo, se entienden a veces como formas de violencia llevadas a la práctica mediante el bautizo de los parches con los nombres de los grupos reguetoneros en contienda. Estas formas simbólicas, menos dañinas, con las que se expresa el descontento y la identidad, son sintetizadas en mensajes poco creativos tras la manipulación del mercado y la sociedad de consumo, cuyas lógicas demuestran la falta de escrúpulos que prima a la hora de comercializar los productos en sociedades tan alienadas como las nuestras. Lo mismo sucede con la música electrónica. Ésta invita al movimiento constante durante largos lapsos de tiempo, pues las canciones llegan a durar hasta 15 ó 20 minutos y además se fusionan, lo cual provoca que en las rumbas la música nunca se detenga y que su disfrute demande grandes cantidades de energía corporal (que seguramente poseen con suficiencia las personas jóvenes) recargable mediante la ingesta de líquidos y alimentos. Sin embargo, los y las jóvenes optan por ingerir alcohol y otras sustancias psicoactivas, aumentando el desgaste físico y mental, y también el daño a sus cuerpos. El consumo de altas dosis de dichas sustancias genera adicción temprana y, en muchos casos, por la vía de la sobredosis, conduce a la muerte. La búsqueda del alter, el otro tema de análisis para acercarse a las aristas de la agresión física y simbólica que imparten jóvenes de los parches, se comporta como una generalidad en varios tipos de agrupación juvenil (ponches, parches, barras y grupos de consumo cultural). Hallar a un contrario o a un diferente es fundamental para potenciar la propia identidad. En el caso de los parches sus contrarios son las personas adultas y las juventudes de sectores populares, los denominados contra-alianza, que surgen, precisamente, como contrapropuesta a las alianzas o a los parches de jóvenes de clases media y media-alta. ¿Qué nos diferencia de ellos, de los contra-alianza?...Todo: la forma en que uno se viste, la forma en la que habla, los estratos, todo con los contra. Los de la contra son de estratos muy bajos, bajo cero, viven en barrios marginados y son muy pandilleros. (Andrés, 17 años) La existencia de la contra-alianza ha suscitado la generalización de actos violentos en la ciudad, al punto de provocar la muerte de tal cantidad de jóvenes que alarmó a las autoridades de Cali. Los y las jóvenes manifiestan que muchos de los pleitos o peleas 105


con otros(as) jóvenes suceden por ‘bobadas’, palabra usada para referirse a situaciones insignificantes. Sin embargo, el detonante no es lo más importante, sino lo que precede al hecho, que, también en estos casos, es la búsqueda de un contrario para poder reafirmar la propia identidad, lo cual llega a desencadenar odios y violencias a mayor escala cuando se intenta justificar tal odio en razón, por ejemplo, de las clases sociales o del racismo. La identificación del alter como un enemigo o un indeseable conlleva variedad de acciones para desaparecerlo o al menos dominarlo. Los y las jóvenes han iniciado con símbolos de distinción como el vestido, el uso de accesorios, la apropiación de territorios, el consumo de drogas específicas y -sobre todo- la identificación de los “otros” a través de formas de lenguaje excluyente y peyorativo: Yo te digo una de las cosas: yo no soy un pelao racista, porque yo soy un pelao que ando con todo el mundo: blancos, negros…yo no soy racista, pero los contra, todos son negros, y cuando ellos lo ven a uno tiran a robarlo. La contra se distingue de los pelaos de corte largo que hay (cabello liso) y se mantienen bien vestidos; los contra no, ellos visten el bajo nivel. (Andrés, 17 años) Todo ser humano construye su alter para diferenciarse; sin embargo, el problema surge cuando desea desaparecer a esa persona distinta y usa el poder de forma totalitaria, provocando una violencia sin límites. Los y las jóvenes que participaron en este estudio opinan que es positivo hablar con los contra y por eso, con la mediación de algunas instituciones, se han gestado oportunidades de interlocución. No obstante, este ejercicio debe tener continuidad, porque con el paso del tiempo la violencia se ha ido radicalizando, mientras se reproducen, a través de la tradición oral, justificaciones para las agresiones con argumentos como el deseo de venganza o la defensa de los territorios, y se crean repertorios de acciones que contribuyen a complejizar más el conflicto. Lo que en todo caso debe comprenderse es que sin alter no es posible la identidad. Un alter que resulta de gran importancia, responsable de desatar frecuentes olas de violencia, es la institucionalidad, especialmente representada en la Policía. Ésta reclama a los y las jóvenes legitimar su autoridad como parte del ejercicio de su ciudadanía. Ellos(as) han encontrado en la agresión que le infligen la forma más específica de subvertir la autoridad…Nuevamente, se trata de una manera distinta de ponerla en evidencia. Lo que esto demuestra es que, mediante un sistema que concibe la autoridad como imposición es imposible construir legitimidad; tal vez por eso obtiene mayor éxito la delincuencia organizada, pues sus formas de ejercer la autoridad convence a los(as) jóvenes. Pareciera que la autoridad de la Policía solo lograra desatar rechazo y deseos de destrucción. Aunque, como se dijo, es necesaria la existencia de un alter como éste, se ha convertido en el contrario al que más demandas hace la juventud de los parches. Lo que pasa es que, si la Policía lo tratará a uno bien, uno los trataba bien. Por cierta parte, para poder uno, como se dice, pelear con la Policía, hay que esperar que lo traten mal a uno. Pero hay veces, por decir, yo tuve una agresión con un comandante de una estación, porque nosotros estábamos en un parque; a 106


nosotros nunca nos molestaban, y un día llego él con un poco de policías, que sí, que ‘Se me largan de aquí, marihuaneros, gamines, hijueputas’…Pero comenzó a tratarnos horrible, y todo el mundo callado, y yo no me le quedo callado a ningún policía; puede tener un uniforme, puede tener lo que sea, pero es una persona, y le dije: ‘Tráteme bien’. Nosotros hace mucho tiempo tenemos ese convenio con la Policía Comunitaria; entonces yo les dije ‘Llamen a la Policía Comunitaria, que ellos siempre nos han ayudado con eso’. Entonces, que para qué iban. Yo también los traté mal. Entonces, yo me les metí con el jefe de ellos…con Uribe. Por eso estamos aquí, cual Seguridad Democrática. Ese man se ha enojado, y me envió tres motorizadas; entonces yo iba caminando, cuando ‘Vea, Homero -a mí me dicen así, que lo van a coger’…Y arranco yo a correr…tres policías motorizados detrás de mí. Me pasé el carril, me atravesé la avenida, llegué por allá a otro barrio, y no me pudieron coger. Ese man, desde allí, me la tiene montada. No somos el tipo de parche que cada que pase alguien vamos a robarle, ni vamos a quebrar vidrios. Nosotros nos parchamos los sábados, sino que los contra lo buscan a uno, o viceversa. Mirá, no todas las veces que nos encontremos es para pelear; eso es para estar, para fumarse el bareto o tomar trago. Las otras cosas resultan del consumo, resultan de eso de la agresión de la Policía; eso también llena de adrenalina. Claro, para mí se llena más la adrenalina peleando con un policía que con una persona civil, porque usted sabe, estamos en Colombia. Un policía no puede dispararle a uno si uno no lo ha agredido a él, o no ha pasado nada grave; pero uno no sabe con otra persona, puede tener arma y ¡pah!. En cambio, a la Policía uno le tira piedras y arranca a correr. (Camilo, 18 años) Estos dos relatos son reflejo de la crisis de la autoridad adulta, concebida por los actores del conflicto con lógicas violentas en vez de concertación. Una hace referencia a la autoridad policial agresiva e intolerante; otra a la Policía como una entidad a la que se puede agredir. Un problema adicional que se detecta es la construcción de la ciudadanía en sentido meramente instrumental; es decir, se conocen y exigen los derechos, aun sin comprender los deberes y responsabilidades que implican, pero además se utiliza la acción colectiva solo para lograr visibilidad. Finalmente, otra cuestión que se debe analizar es el tema de la comunicación, ya no en cuanto al mecanismo o a la actividad humana, sino como medio o, más específicamente, en torno al uso de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, como la Internet. Es bien sabido que muchas de las rumbas, peleas y tomas en las que participan jóvenes de los parches han sido convocadas por esta vía. Con el advenimiento de su popularización, la Internet es el medio de comunicación más utilizado por los y las jóvenes. Es muy frecuente que se adscriban a redes sociales virtuales como Hi5, Facebook u otras. Allí se encuentran, conversan, se relacionan y se convocan. El alcance de convocatoria a través de estos medios es alto; por la red se convoca a más de mil jóvenes y es muy probable que acudan. La motivación parece siempre ser la misma, tanto para asistir a una pelea como a una rumba. Cuando hay encuentro del parche ya sus miembros saben con claridad qué van a hacer; no se 107


reúnen a discutir, la convocatoria ya está hecha y el encuentro es para la acción. Estas formas impersonales de comunicación revisten de mayor efectividad las convocatorias y de claridad los objetivos; sin embargo, no posibilitan la discusión ni el encuentro cara a cara a través del cual la comunicación humana propicia el intercambio. Este aspecto fue poco abordado en este estudio, por lo que se adeuda un próximo trabajo con mayor énfasis, aun cuando existen numerosas investigaciones sobre la materia. Concluyendo, es imperante discutir y reconstruir las formas tradicionales de ejercer la autoridad y el poder frente a las nuevas generaciones que reclaman maneras distintas, actuales y consecuentes con la realidad de los individuos que habitan la ciudad. Los parches son formas identitarias; su existencia es reflejo de las dinámicas de una sociedad diversa; la violencia alrededor suyo y de los(as) jóvenes (que se ha vuelto tradicional en Colombia y legítima en Cali, gracias a los esfuerzos de ciertos sectores sociales), la expresión más contundente de búsqueda del reconocimiento. Por lo tanto, encontrar nuevas formas de legitimización de la autoridad permitiría el sustento de la diversidad y de las maneras civilizadas de relacionarse que ella demanda. Los parches son agrupaciones diversas, donde confluyen diversos individuos para diversas actividades; no solo violentas o conflictivas, sino también encaminadas a la apropiación de la ciudad y a la búsqueda de una sociedad más equitativa y solidaria con sus jóvenes. Son una muestra de la importancia que tiene la juventud -en número de personas e intereses-. No son una minoría; son un grupo preponderante de la sociedad, que necesita que ella recree espacios para el desarrollo de la personalidad y que acompañe, de manera extracurricular y extramural, procesos sociales educativos conducentes a orientar la construcción de su ciudadanía de acuerdo con sus intereses, pero respetando y acatando el interés común. Necesidad ésta que comparten otras agrupaciones como las que se analizan a continuación…las barras, que han encontrado en el fútbol una manera distinta de construir su ciudadanía y de objetivar su participación en los procesos urbanos.

Las Barras En el ambiente se percibe que de las barras ya se sabe –o se ha dicho- mucho, sobre todo porque estos grupos han logrado posicionarse en la dinámica social y cuentan con un recorrido histórico importante. Tienen fechas conmemorativas, personajes sobresalientes y todo un repertorio de acciones que han conformado la identidad de los y las barristas. Sin embargo, los(as) ciudadanos(as) comunes conocen esa historia y también las noticias relacionadas con los brotes de violencia que han tomado las titulares principales de la prensa en el país. Entre bloques y legiones, el fenómeno social de las barras lleva una década de desarrollo, por lo menos en Cali. Sus balances no solo pueden estar configurados por la violencia, sino por la organización juvenil con que han logrado mayor cantidad de adeptos que cualquier otra, y por la estructura organizativa más compleja y de mayor visibilidad, no 108


únicamente dentro el país, sino en Suramérica, Europa y demás lugares en los que el fútbol despierta pasiones. También ha de tenerse en cuenta la gran complejidad en la comprensión de sus dinámicas, pues, además de estar ligadas al juego del fútbol, se relacionan con las características socioculturales de la ciudad. Por eso, hablar de la historia de las barras no es el objetivo aquí, sino entender las lógicas organizativas y los entramados sociales que subyacen en ellas para describir cómo, a través de su conformación como cultura juvenil, construyen ciudadanía. Desde 1990, las barras en Cali iniciaron un proceso de consolidación, influenciadas por las organizaciones de barras en Europa (especialmente las de Inglaterra) y Suramérica (Argentina). Los miembros de barras en Cali opinan que son aquéllas las que orientan, de alguna manera, la construcción de las barras locales que siguen sus modelos aún en la actualidad, sobre todo en lo que respecta a los símbolos y a las dinámicas internas. Para mediados de la década de los 90, las barras en Cali se consolidaron, logrando una gran incidencia en las lógicas que se tenían dentro y fuera del estadio. Estalla la alegría, el colorido, la fiesta...Los campeonatos nacionales ganados hacen historia en las mentalidades de los(as) barristas que se la juegan para demostrar quiénes son más fieles y quiénes más creativos. Se podría decir que ya en el estadio no se juega un solo partido, sino dos: el de los equipos y el de las barras. La trascendencia de las barras de equipo a las barras como organizaciones juveniles las configuró en lo que sus miembros denominan barras bravas, tal como se conocen en América del Sur. La barra brava se diferencia de los demás fanáticos(as) por el uso de símbolos contundentes como las luces, el colorido, el sentido de carnaval que les acompaña y, en muchas ocasiones, por el uso de la violencia simbólica y física, tanto dentro como fuera de los estadios. En Colombia las barras bravas siguen los estilos de barras argentinas en lo que se refiere a cánticos, a utilización de algunos símbolos como el trapo (tela que en ocasiones mide más de 20 m. de largo y 6 u 8 m. de ancho, en la cual los hinchas, a través del estampado de símbolos propios, figuras, escudos y frases, hacen visible la barra, legión o frente al que pertenecen) y a la ubicación dentro de los estadios en los lugares considerados populares, especialmente aquellos donde no hay asientos, pues su objetivo es motivar al equipo durante los 90 minutos de juego. Ser barrista significa participar en distintos espacios y apoyar incondicionalmente a su equipo. Un barrista se hace…El amor por el equipo se infunda en el seno familiar, no es espontáneo. Se trata de un largo proceso de socialización del gusto e identificación con el equipo: Lo que pasa es que mi papá y mi mamá son muy americanos de nacimiento, igual que nosotros, y desde que nosotros nacimos ellos nos fueron inculcando el amor por el América. Recuerdo que en el año 92 yo iba al estadio con mi papá, siempre íbamos a Oriental, y en esa tribuna se formó un grupo que se llamó Furia Roja. Esos fueron los pioneros aquí en Cali en iniciar las barras; ellos no eran una barra brava, eran una barra que alentaba al equipo de pie. Ya se comenzó a ver un 109


grupo de pie, con cantos distintos a los de aquí de Colombia, con inclinaciones de las barras de Argentina, con bases de esas barras, y desde allí yo me acuerdo que yo, más o menos en este tiempo, tenía como 12 años, y desde allí me gustó, y me fui acercando por los laditos a la Furia Roja Oriental. Era un grupo como de 300 muchachos, y en el año 97 un grupo de esa barra se trasladó a la Tribuna Norte, donde formaron otro grupo al principio: la barra que se llamaba La Torcida, que era más popular y más inclinada a las barras argentinas, uruguayas y del sur del continente. Entonces allá se comenzaron a ver lo que llamamos los trapos, se empezaron a ver los bombos, los redoblantes, los tatuajes, las cosas alusivas al equipo, por medio de lo que es una barra. Y también me trasladé a la Tribuna Norte siendo muy jovencito; allí conocí a todos los fundadores de lo que es hoy en día Barón Rojo. Barón Rojo se fundó, exactamente, en diciembre de 1997. Recuerdo tanto que quedamos campeones ese año, y luego de la celebración del título decidimos llamarnos Barón Rojo. (Enrique, 26 años) Los(as) barristas han construido todo un imaginario alrededor de su equipo, lo que conlleva a que construyan un capital simbólico al respecto, acerca de los colores insignia, los jugadores, la historia del equipo...Trascienden de esos espacios donde se concreta solo el gusto por la conexión que se recrea en el estadio y en otros lugares donde participa el equipo del cual son hinchas. Los escenarios que están más allá de eso, como la agrupación, la legión, el bloque y la barra en su conjunto les permiten desarrollar otros intereses: el liderazgo y el reconocimiento. En ese tiempo había un grupo de jóvenes que eran los que fundaron la barra, ¿si me entiende? Eran como 5 muchachos, ellos fueron los que formaron la barra y nosotros, que ahora somos dirigentes, comenzamos con ellos, detrás de ellos, desde muy pelaos. Ellos eran los que iban asignando las tareas. ¿Y cómo me gané yo, entre comillas, el puesto de dirigente de bloque?...Con base a trabajo [sic], a perseverancia y, pues yo a todos los partidos iba, y cuando hacían reuniones, yo era uno de los que siempre opinaba, por más nuevo o más joven, yo siempre opinaba; yo daba ideas, y así le pasó a todos los dirigentes de bloques de aquella época. Vuelvo y te digo, en ese entonces era un grupo de 5 muchachos. Ellos dijeron quiénes eran por méritos propios: ‘vos para tal bloque, vos para tal bloque, tú para el otro’. Y con el pasar de los años, los que fueron dirigentes, por cuestiones personales, se fueron retirando; unos porque tuvieron hijos y no les quedó más tiempo de ir a la barra, otros se fueron del país, otros murieron, entonces. Hoy, como cabeza de barra somos 5 personas, y como dirigentes de bloque son 12 aquí en Cali. Entonces, los días lunes, aquí en la sede de nosotros, nos reunimos nosotros 5 y los 12 dirigentes de grupo. Nosotros les repartimos las ideas y los proyectos de grupo que hay, para que ellos, los martes y los jueves, les digan a los pelaos qué es lo que hay que hacer. (Enrique, 26 años) El ingreso a la barra permite a sus integrantes relacionarse con una organización que proporciona actividades, roles, autoridades y liderazgos que los han hecho fortalecer, no solo para apoyar el equipo, sino para visibilizar acciones juveniles. Las barras ya no 110


se dirigen únicamente al apoyo de sus equipos, a pesar de que ésa es su actividad más frecuente y su motivo de existencia. Ahora encuentran diversas opciones vinculadas a distintas dinámicas de la ciudad. La barra se ha convertido en el lugar de protección, de filiación social y de construcción de las identidades individuales y grupales. El uso de símbolos de diferenciación genera en los(as) fanáticos(as) una identificación con entidades físicas como las canciones, la banda musical, el trapo y los rituales en los cuales, en medio de saltos, se exhiben dichas entidades junto a elementos de la parafernalia (tatuajes)…todo ello como parte de la simbología en función de la cual permanecen sus expresiones culturales. Particularmente, el trapo se constituye en un signo de distinción tan fuerte que podría semejarse al tótem sagrado de algunas sociedades tradicionales. Se identifican dentro y fuera de la barra con éste, su tótem sagrado que representa todo el sentido de su existencia como organización. El trapo es la representación física de la espiritualidad que une al grupo, y por él se puede llegar a dar la vida. El trapo es la insignia de…A ver, vamos a explicarlo bien: los trapos de las barras son lo que comúnmente, el nombre original, son pancartas, pero nosotros -las barras- le llamamos trapos, porque así se llamó desde el inicio. La primera barra en el mundo, ‘los trapos’. Hay otras que le llaman ‘los chiros’; los de Bogotá y los de Ibagué le dicen ‘los chiros’. Para nosotros, los trapos son las insignias más importantes de una barra; los trapos son…cómo definiríamos nosotros un trapo… Para nosotros es como un hijo que tenemos que cuidar, que tenemos que mantener limpio, que tenemos que mantener planchadito, disponible para cada partido. Sí, claro, los lavamos, los planchamos; los trapos son las insignias que colgamos en todas las canchas de local o visitante, en la cual nos damos a conocer como Barón Rojo. Cada barra tiene sus trapos, y cada barra sabe qué trapo tiene cada una, porque si hay un partido de América y Cúcuta allá en Cúcuta, y están colgados los trapos, todo el mundo sabe que está Barón Rojo. Los primeros trapos que colgamos en un partido son los de los bloques: Bloque Norte, Bloque Oriente, Bloque Sur, Distrito Mariano, Mojica, etc. Esos son los primeros que se cuelgan porque son los bloques de nosotros, y el principal es el que dice Barón Rojo Sur. Ese es el trapo principal, y un trapo es como un hijo. De hecho, todas las barras en el mundo tienen trofeos. ¿Qué son trofeos? Son los trapos que se le han robado a las barra rivales. Tenemos como 60 y pico…más de 60 trofeos de todas las barras, pero la gente dirá ‘Cómo así, ¡ladrones! ¡Por qué les quitan los trapos a otros! Lo que pasa es que las barras también tiene códigos, y uno de los códigos es que si a vos te dan la papaya de traerte un trapo de otro rival, eso es un trofeo para vos; vos lo mostras en otro partido y la barra rival va a estar ofendida...Te ganaste una batalla. (Enrique, 26 años) Estas dinámicas grupales de las barras suelen pasar por conflictos internos relacionados con el liderazgo, denotando dificultades en sus miembros, que se traducen en preocupaciones para sus líderes. A lo largo de su historia, las barras han afrontado crisis organizativas que han conducido a la división y a la diferenciación; por eso, la 111


organización, mediante pequeños grupos como legiones o bloques, ha permitido la autonomía y la congregación de lo que definen como la barra. Un bloque o una legión hacen parte de la barra, pero no son ella si no se unen con otros grupos; razón por la cual adelante de la identidad de cada legión con un trapo se encuentra la identidad de la barra con la banda musical. Los trapos son insignias, pero una insignia que une son los instrumentos musicales, porque detrás de los instrumentos musicales es que salen los cantos para alentar al equipo, eso es importante…se cuidan mucho. Están las banderas con asta, tiras y cosas así…nosotros les llamamos ‘elementos carnavalescos’, que es lo que se lleva para adornar la tribuna, pero lo más importante son sus integrantes y sus trapos, eso es lo vital. (Enrique, 26 años) Lo singular de las barras bravas es la forma en que se hacen visibles en la ciudad. Los factores por los que son conocidas mayoritariamente son el uso de símbolos violentos, el enfrentamiento con otras barras bravas, tanto de Cali como del resto del país, y las distintas expresiones urbanas de su existencia; factores que, además, permiten la cohesión grupal, la distribución de responsabilidades logísticas -en ocasiones llevadas al extremo- y la protección de los(as) barristas: No lo voy a negar -tampoco me voy a dar de ser los más- también nos han robado. Somos la barra que más hemos robado, pero también nos han robado dos o tres trapos; lastimosamente, fueron eventos donde no hubo ningún responsable. La barra rival aprovechó un instante donde pudo jalar la bandera y llevársela, ¿sí me entiende? Claro, si por ejemplo, yo llevo un trapo en mi espalda, en mi maleta, y yo irresponsablemente me voy a hacer una vuelta con el trapo, y a mí me lo roban, queda ya sentenciado: primero, lo mínimo que te pasa es que te sacan a patadas de la barra; eso es lo mínimo. De ahí, ya dependiendo de la importancia del trapo, se puede llegar hasta la muerte…es así. Entonces, por eso la organización de nosotros, en cuestión de logística y de trapos y todas esas cosas, es muy seria. (Enrique, 26 años) Todas estas conductas y actividades componen los patrones culturales que se reproducen en el mundo, de acuerdo a la historia de las barras. La más conocida es la de los Hooligans, en Inglaterra, que desde inicios del siglo pasado tuvo gran influencia en la conformación de las barras en Argentina y Uruguay; éstas, a su vez, fueron decisivas en la formación de las denominadas barras bravas en Chile, Ecuador, Brasil, Perú y, por supuesto, Colombia. Las barras en Cali están constituidas generalmente por jóvenes con edades entre los 13 y 26 años, y por adultos dirigentes, con más de 30 años. El origen social de estas personas, en su mayoría –pero no siempre- son sectores populares, donde residen hijos(as) de obreros y asalariados o, en otros casos, desempleados. Suelen provenir de zonas marginadas física y socialmente de la ciudad, con pocas posibilidades de acceso a derechos como la educación, la salud y la recreación. En estas agrupaciones encuentran un lugar para su expresión y reafirmación como actores sociales, pero a 112


su vez, acceden a espacios físicos de los cuales habían sido excluidos, como estadios, canchas deportivas, parques, entre otros. Sin embargo, la violencia es utilizada allí como forma de reafirmación de la existencia, particularmente de la existencia de lo juvenil, pues la base y el liderazgo de las barras, por lo menos en Colombia, se componen de jóvenes. Dicha reafirmación de la existencia no responde a su necesidad de hacerse visible, sino a la lucha con su contrario, con su alter. Una barra no podría existir sin la presencia de otras; no habría razón de ser si ésta no se construye frente a un alter. Otras características sociales y culturales de los(as) barristas se resumen en aspectos como su definitiva ascendencia de migrantes, cuyas familias actuales se encuentran en conflicto; han sido sujetos con insuficiente acompañamiento durante sus procesos de socialización, que presentan bajo nivel de escolaridad y carecen de apoyo de las redes institucionales, influenciados(as) fuertemente por el conflicto social e histórico de la ciudad y del país, consumidores(as) de sustancias psicoactivas e infractores de la Ley. Esta sucinta descripción devela cierta vulnerabilidad en los individuos, que los grupos llegan a suplir generando protección, identidad y apoyo psicológico, permitiendo una filiación más profunda con la barra que, incluso, con sus familias. La exclusión social les obliga a buscar nichos de refugio, y la barra, con sus formas de organización, sus oportunidades de ejercer liderazgo y sus reconocimientos sociales, se convierte en el lugar perfecto. Lo que pasa es que mi punto de vista es el siguiente: en las barras se llegó a la agresión primero, porque los muchachos que integran las barras, en una gran mayoría, han crecido con unas bases sociales y educativas no ideales. La mayoría de los barristas de todos los equipos grandes -y no solo del América- sobre todo en Colombia, crecieron huérfanos, crecieron con un papá drogadicto, o con una mamá que todo el día se fue a trabajar y ellos crecieron en la calle, con unos padres que no pudieron darles estudio o en sitios donde los amigos les inculcaron el robo, el vicio…Son fenómenos sociales, ¿ya? Entonces, los pelaos envueltos en eso, en ese fenómeno social, encontraron el método de esparcir sus ideas en las barras. Vieron en las barras el escudo perfecto para desatar todas esas frustraciones de jóvenes y de niños; frustración en el sentido educativo y social, y alegrías en lo deportivo, pues ¡por la barra! Entonces, cuando ya se vieron en un grupo de 2.000, 3.000, 4.000, 5.000 personas, y vieron al rival en frente, como que explotaron, ¿ya? Debido a esas malas bases educativas que tuvieron encontraron ese medio para convertirlo en violencia. Nosotros -la dirigencia del Barón Rojo- hemos trabajado estos últimos 5 años en bajar los índices de violencia de la tribuna. Yo soy dirigente de la barra en este momento, desde el 97 oficialmente, pero nunca he estado de acuerdo con la agresión ni con la violencia. Yo no soy capaz de agredir a un man de la barra del Nacional ni del Cali, a menos que me agredan, pues tampoco me voy a dejar pegar, ni me voy a dejar agredir; pero controlar un grupo tan grande de jóvenes es difícil, es un trabajo de largo plazo; de hecho, aquí en Cali los índices de violencia en las barras han bajado, y la idea es que no vuelven a ocurrir 113


estos hechos, pero vuelvo y te repito: se mezclan otras cosas del ámbito social y educacional. (Enrique, 26 años) El(la) barrista se transforma en alguien que no sólo gusta del fútbol, sino que ve en el equipo sus ideales de gloria, poder y justicia. Se apasiona. El fútbol no es únicamente visto, también lo vive, lo siente, como si fuera quien estuviera jugando; por eso busca decidir sobre el equipo, lo acompaña en estadios nacionales e internacionales, interlocuta con él, lo cuestiona y, a la vez, le entrega su fuerza. El miembro de una barra lleva un tatuaje en su cuerpo que lo identifica con el equipo, pero también lo lleva en el alma. Ríe con el equipo, también llora con él...son como uno solo. En un partido, los(as) barristas generan una especie de simbiosis con el equipo, que les hace saltar durante los 90 minutos e incluso en el tiempo intermedio. Son, a la vez, barristas de su propia barra, que se apasionan por ella, generando una relación estrecha con sus símbolos: el tatuaje, el trapo, la música y los colores…Un modo de relacionarse que hace sentir al individuo en el grupo como si se desenvolviera en su propio hábitat, como si sólo allí pudiera respirar, y afuera se asfixiara. Por eso la barra se defiende como se defiende el cuerpo y la vida. El mayor anhelo es el gol. Es ese momento donde la barra es una, y ya no son individuos los que la componen, sino una interconexión de almas que vibran al unísono y hasta lloran por la misma razón: el gol, clímax de la experiencia colectiva que se manifiesta en los rostros, en el grito, en el salto, en el abrazo… Le voy a dar un ejemplo de lo mío y un ejemplo de lo que yo noto. Un gol es como un orgasmo, ¿sí me entiende? Eso es para mí un gol: una sensación que vos no podrías describir; vos te abrazas con tu compañero, así lo conozcás o no lo conozcás, con tu hermano, con tu amigo, con el que sea, y más si el gol es en un clásico, un partido entre los grandes, y mucho más si es un gol de una final. Eso es un desborde, un éxtasis que no se puede describir; es una emoción, mejor dicho, incontrolable. El barrista es el que más siente, es el que más celebra un gol y es al que más le duele un gol en contra, por el fanatismo con el que lo vive. La sensación de gol es éxtasis, felicidad, alegría…Y el gol en contra o el partido perdido son frustración. A veces hasta no podés dormir…de ese tamaño: se llega a momentos donde no podés dormir, pensando ¿por qué perdimos contra estos manes? Imaginate que hay partidos en que estamos desde 6 horas antes en el estadio, y llegamos 4 horas después del partido; uno cae privado, muerto de cansancio. (Enrique, 26 años) Esta relación simbiótica entre barristas y equipo, y entre barristas y barra, proporciona seguridad y posibilita la expresión y la identificación de cara a las demás barras y organizaciones juveniles. Sin embargo, desde hace más de 2 años, al interior de las barras se ha venido presentado un fenómeno particular: la llegada de jóvenes que se involucran persiguiendo otros objetivos que sí circundan temas como la identidad y la protección, pero en los que se percibe muy poco gusto y/o afición por el fútbol. Se hacen partícipes en los distintos grupos de barras, pero esta participación se sostiene en función del consumo de psicoactivos y de la intervención en actividades de 114


violencia generalizada. Las barras los(as) han detectado y han establecido modos de diferenciarse, pero la problemática persiste internamente porque no existen reservas de admisión en las barras. Allí pueden llegar todos(as), sin importar sus problemas; si quieren hacer parte del grupo, solo tienen que vincularse. Dicha vinculación de jóvenes con distintos intereses puede convertir a las barras en focos de exclusión, violencia y fanatismo masificado, revirtiendo su acción y haciéndolas visibles solo en su dimensión violenta. Por esta razón, las barras necesitan reconocer la importancia de proveerse de elementos formativos que propicien el fortalecimiento de las organizaciones y el mejoramiento de las condiciones sociales de sus integrantes. Pese a la aparente inclusión que prima como forma de vinculación, los mecanismos de exclusión más fuertes en las barras se ponen en juego al tratarse de la participación de las mujeres, pues en las organizaciones los hombres no solamente son la mayoría, sino que de forma exclusiva asumen los roles de dirección. Las mujeres se vinculan, en ocasiones, incluso de manera más activa que los hombres en actividades relacionadas con el arte, la música y lo carnavalesco, pero a la mujer barrista no le han dado la oportunidad de dirigir. En muchas barras las mujeres solo ayudan a proporcionar ánimo, mientras el poder continúa centralizado en la dirección masculina. A pesar de lo significativa que resulta esta cuestión, la dificultad para acceder a mujeres barristas como fuente de información impidió obtener más detalles acerca de su participación en las barras, que se presume importante, mas no suficientemente reconocida como para otorgar las mismas posibilidades de ejercer el liderazgo que tienen los hombres, quienes suelen manifestarse bastante celosos con el tema del poder. La ciudad es el espacio de las barras…los parques, el estadio y el sector circundante…no hay un lugar en la ciudad donde no sean visibles. En Cali, las más importantes, que son Barón Rojo (que apoya al equipo recientemente renombrado Corporación Deportiva América de Cali) y Frente Radical (seguidores del equipo Deportivo Cali) se reparten sus lugares por todo el territorio urbano, delimitándolos y apropiándose de ellos. En el estadio y sus alrededores se ubican en el espacio dando prioridad -y casi derecho de apropiación- a las barras del equipo que juegue como local. Ambas barras, muy reconocidas en Cali, han estado generando interlocución con los dirigentes de los equipos, así como obras sociales que, junto a la prensa local y nacional, constituyen distintas maneras de visibilizarse. Esto marca la diferencia y la ventaja respecto a otras organizaciones, pues evidencia que utilizan diversos recursos para interactuar con las instituciones, tanto del orden privado como público. Las barras en Cali logran incidir en asuntos como el manejo de la boletería y el estadio, acceden con cierta preferencia a determinados lugares donde entrenan sus equipos, e incluso han emprendido procesos de concertación con la Policía y demás autoridades. En las barras confluyen distintas expresiones juveniles. Los(as) barristas también hacen parte de otras organizaciones de jóvenes, pertenecen a distintas clases sociales y a 115


varios barrios de la ciudad; son un conjunto diverso de expresiones que se unen para seguir a un equipo. Cada vez es más comprensible que una organización juvenil diversa internamente se desarrolle en una sociedad que estigmatiza a los y las jóvenes, y les identifica con expresiones meramente delincuenciales. Los(as) barristas son personas en busca de identidad social, que logran vincularse a una expresión colectiva para poder manifestarse y diferenciarse de otros. Esta expresión de su ciudadanía se funda sobre la base del reconocimiento de sus organizaciones, su participación en los asuntos de ciudad, sus derechos sociales, económicos y culturales, y sus símbolos de distinción. La cultura juvenil y sus distintas manifestaciones en Cali se recrean en escenarios propios, buscados, luchados e, incluso, legitimados por sus propias acciones; con lo cual reflejan la sociedad que los(as) estigmatiza, creando estereotipos y desvinculando a las poblaciones que construyen sus propios recursos de ciudadanía para participar en la sociedad. La ciudadanía juvenil no se ejerce solo desde la perspectiva institucional; también en la cotidianidad y en las propias realidades emerge; no prescrita por una ley, permanece en construcción, de acuerdo a las dinámicas y contextos socioculturales de quienes la representan y llevan a la vida práctica. Las Defensorías, el sector LGBT, los ponches, parches y barras, son formas de expresión de la ciudadanía juvenil que demandan comprensión real, sin sesgos ni prejuicios. Atendiendo las dinámicas que están renovando a nuestras sociedades, las agrupaciones juveniles pueden instruir más que en formas de violencia y consumo, en materia de solidaridad, tolerancia y afecto. Están en disponibilidad de construir una sociedad más equitativa, siempre y cuando encuentren también disposición para ser escuchadas y participantes.

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“Un sueño que contiene pasión perdurará, entonces revélalo”. JAMIE SAMS La medicina de la tierra (1994, p.89)


A continuacón se presentan algunas ideas sintéticas y recomendaciones con las que se concluye este documento, esperando que los(as) lectores(as) encuentren en ellas practicidad y provecho: • Los estudios sobre juventud son copiosos; sin embargo, se podría decir que coinciden en concluir últimamente que la juventud no es solo una etapa vital de los seres humanos, sino una forma social de expresión. Los analistas la asumen como una categoría social. Por eso, la clasificación fundamentada en edades no puede dar pistas suficientes sobre sus realidades. Los datos que arroja la caracterización etárea han de ser contrastados y comparados con otras variables como las de sexo, origen social, expresiones culturales, formas de agrupación, contextos generacionales y construcciones de sentido propias de los(as) protagonistas. La juventud es, entonces, una categoría social que entraña varias dimensiones. Su comprensión amerita el análisis de todas ellas. • Las culturas juveniles son concepciones que responden a los desarrollos de la sociedad moderna; por lo tanto, no solo se construyen en relación con un momento biológico, sino también desde una perspectiva histórica y cultural. Además se muestran diversas, no como meros momentos de transición, contribuyendo en gran medida, como prácticas socioculturales que son, a las dinámicas de la acción social. • Las prácticas sociales son elementos que permiten a los seres humanos darle sentido a la acción social. Se llevan a cabo tomando como punto de partida la construcción de redes simbólicas entre el individuo y la sociedad. Entre los y las jóvenes tienen lugar siguiendo las lógicas de horizontalidad que caracterizan su vida cotidiana, en contraste con la verticalidad de la sociedad institucionalizada; por lo que las agrupaciones juveniles se constituyen como espacios complejos donde los individuos pueden recrear sus prácticas sociales con mayor efectividad, y ser capaces de entablar relaciones solidarias mientras también crean resistencias e interlocución con la sociedad mayoritaria. Tales prácticas se arraigan con el transcurrir del día a día, mediante actitudes y relaciones que tradicionalmente fueron directas o físicas -cara a cara-, pero que actualmente asisten a un desarrollo “virtual”, gracias a tecnologías como la Internet. • Las prácticas sociales de los y las jóvenes se sostienen mediante esquemas de significación que se proyectan y renuevan de acuerdo al momento y a las personas que las llevan a cabo. Con sus herencias socioculturales sometidas a resignificación, ellos y ellas construyen una cultura propia, sostenida con lazos solidarios y puesta de manifiesto en las agrupaciones donde se expresa a través de lenguajes propios, símbolos de distinción y, en algunos casos, mediante la ocupación de espacios convertidos posteriormente en territorios. La cultura juvenil construye, así, una ética que permite a los y las jóvenes relacionarse entre sí, generar distinción frente a otros grupos sociales y crear diversas formas 119


de ver el mundo en claves que los integrantes de los grupos saben interpretar, creando mecanismos (legítimos o no) para relacionarse con y en la sociedad. • La ciudadanía es un constructo histórico, político y social traducido a una serie de prácticas. La exigencia de los derechos es un elemento inicial para su ejercicio, pero los y las jóvenes van más allá de las garantías legales. Asumen la ciudadanía en función de sus propios sentidos, vivencias, producciones socioculturales, identidades y formas de organizar -menos verticalmente- la vida y las relaciones. • Comprender la ciudadanía en los y las jóvenes demanda analizar sus contextos sociofamiliares, escolares y grupales, pues allí se construye y reconstruye dinámicamente, ofreciendo, junto a las concepciones de la vida y del mundo, una visión integral de sus aspectos sociales. No se ejerce, como en ocasiones se espera, respondiendo a las demandas de la institucionalidad, sino también, y sobre todo, en la cotidianidad de sus realidades, ancladas a cada contexto. Esta forma de ciudadanía juvenil surge sin que necesariamente esté mediando la Ley; de esa manera se crea y recrea permanentemente. • La construcción del mundo social en Occidente, representado por la institucionalidad de la familia y el Estado, ha llegado a profundas crisis. Por ello es imperativo que estas instituciones se refuercen y renueven, para cumplir con su papel socializador –ahora- de acuerdo a las dinámicas propias de los individuos contemporáneos. El cumplimiento de las normas y la socialización de las costumbres, el lenguaje y los valores pueden encontrar lugar en un marco más amplio que el que ofrecen la familia y la escuela. Su importancia sigue siendo capital, pero se requiere el uso de herramientas más formativas, creativas y articuladas con los medios de comunicación (especialmente la televisión y la Internet) y las industrias culturales, como acompañantes u orientadores del proceso socializador, para obtener de los sujetos su potencial activo. • Para comprender las dinámicas sociales de las juventudes es fundamental contar con elementos de análisis más justos y específicos que la estratificación, la clase y/o la condición social. Categorías como las prácticas sociales, el origen social y los sentidos de la acción pueden resultar un poco más reveladores que los meros datos cuantitativos. Se trata de acercarse a estas realidades con una mirada más hermenéutica y una perspectiva más cualitativa. • Las organizaciones juveniles, la apropiación de territorios, las manifestaciones violentas, el desinterés y los consumos se muestran como mecanismos o formas que los y las jóvenes eligen para expresar su existencia, su descontento o su anhelo de participación. La exclusión define así sus identidades y los(as) enfrenta a situaciones estructurales, como la pobreza, el desempleo, la inaccesibilidad e insuficiencia del sistema escolar, la violencia de género y la modificación de los modelos familiares. 120


• La ciudad tiene en los y las jóvenes distintas formas de reelaborar la cultura. En escenarios de rumba, deporte y recreación ellos y ellas hallan oportunidades para expresar sus propios intereses, encontrarse con sus pares y declararse partícipes de la ciudad. Sin embargo, la falta de acompañamiento y orientación de las instituciones estatales y de la familia propician un estado de soledad, frecuentemente referido por esta población. La suma de estos factores facilita el ingreso de muchos(as) jóvenes a la delincuencia, el narcotráfico y distintas formas de expresión del conflicto urbano que se insertan en las dinámicas de violencia cotidiana en la ciudad, no necesariamente originada por la población joven, sino, en la mayoría de los casos, por adultos que utilizan su energía, audacia, iniciativa y creatividad para conseguir sus propósitos particulares. • Las personas jóvenes se interesan más en la profunda transformación de la cultura y en los sentidos que se le da a la vida, que en los cambios estructurales de la sociedad. Sus discursos están dirigidos a la inclusión y a la diversidad de géneros, al papel fundamental de las mujeres, al derecho a tener una vida digna, y a promover la conservación del planeta. Sus organizaciones respaldan estos discursos y reflexionan en torno a las rutas de exigibilidad y acceso a los derechos (acompañadas, sobre todo en los sectores populares, por ONG que se proponen resaltar el rol protagónico y autónomo de las juventudes en sus comunidades). • La violencia, el consumo de psicoactivos y el porte ilegal de armas son hechos concretos y cotidianos que se vinculan a la población juvenil. Estas realidades están adscritas a contextos que excluyen a los y las jóvenes de las redes sociales de servicios y de la institucionalidad de la familia y la Escuela. Los mismos contextos logran, en cambio, acercar a estos(as) jóvenes al conflicto urbano (delincuencia organizada, tráfico de armas, narcotráfico, entre otras formas). • Frente a la crisis institucional, se presentan dos retos fundamentales en la socialización de las nuevas generaciones: la construcción ética de las normas y la fundamentación de una posición política en torno al consumo, especialmente de psicoactivos. Respecto a las normas, es evidente que ha fracasado la imposición a través de la violencia, el totalitarismo y la opresión, tanto interna como externa a la familia, para que los y las jóvenes construyan figuras de autoridad. Muestra de ello es la reacción ante la autoridad familiar, la Policía, los profesores y los adultos en general. Sin embargo, no se trata de un rechazo a la autoridad, sino de la evidencia de su búsqueda en la forma de figuras legítimas. La autoridad legítima y ética no se gana ni se impone; se construye en consenso, se dialoga y se acompaña durante su internalización. Luego, se convierte en práctica social. • La posición política de cara al consumo de sustancias psicoactivas entre los y las jóvenes existe como tal; lo demuestran ciertas reflexiones individuales y colectivas con que lo asumen. El problema, realmente, radica en que su pos121


tura y toma de decisiones responden a lógicas exacerbadas de consumo de bienes y servicios –en general- que no facilitan el cuestionamiento acerca de los daños psicosociales y biológicos que tal consumo acarrea. Por esta razón, el acompañamiento y la orientación que emprendan los adultos habrían de dirigirse a proponer métodos de reflexión profunda, no conductistas, que lleven a los y las jóvenes a tomar conciencia en torno a toda clase de consumos y a que los cuestionen, para hacerse responsables de sus decisiones; pero, además, las redes de apoyo deben asumir la tarea fundamental de presentarles y acercarles dichos métodos, con el fin de que se sientan apoyados(as) por otras alternativas durante sus búsquedas. • Las dinámicas que están llevando nuestras sociedades a la transformación sugieren que las agrupaciones juveniles son muestra y ejemplo de otros modos de construir relaciones sociales más solidarias, respetuosas y afectuosas, siempre y cuando se logre ver más allá de su vinculación con la violencia y el consumo de drogas. Las Defensorías Juveniles, el sector LGBT, los ponches, parches y barras dan cuenta de esto, no sin que a la vez exijan la comprensión real y desprejuiciada de sus situaciones, así como ser escuchados(as) y tenidos(as) en cuenta en la construcción de la sociedad que demanda el ejercicio de su ciudadanía.

Recomendaciones para el trabajo social con jóvenes • Este documento se propuso describir las prácticas sociales de los y las jóvenes en Cali asociadas a la construcción de ciudadanía. Al comprender que ésta es más que una elaboración teórica, un constructo empírico, nos hemos adentrado en la realidad cotidiana de personas cuyas dinámicas no son evidentes, si se miran tras el lente de la universalidad cultural colombiana; sí en cambio a través de la especificidad cultural de cada forma de expresión juvenil. Por eso es importante dejar planteadas algunas recomendaciones, para que la institucionalidad del Estado y de la sociedad en general tengan en cuenta a la hora de hacer lecturas de las juventudes caleñas, pero sobre todo cuando se propongan emprender con ellas procesos de intervención social relacionados con la educación, la cultura, las políticas públicas, etc. • Los y las jóvenes no son solo el futuro de una sociedad; su condición es la de un actor y sujeto social activo y presente, por ende, se requieren estrategias para inaugurar espacios amplios de participación, buscando construir formas novedosas que permitan el desarrollo de sus propias iniciativas, y éstas no sean acalladas por las mayorías. Ya no se trata únicamente de crear mecanismos institucionales (CMJ, JAL, etc.), sino reconocimiento de sus propias identidades grupales, sus organizaciones y sus propias expresiones.

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• Urge que las políticas públicas y toda clase de intervención social dirigida hacia los y las jóvenes inicien por el reconocimiento y comprensión de la diversidad en sus formas de expresión. No hay una sola forma de ser joven, lo cual implica que el trabajo institucional deba ampliar –o cualificar- la oferta y los métodos que permitan la autonomía, la verdadera participación y la inclusión. • Los y las jóvenes reconocen la existencia de propuestas diversas para el acompañamiento de sus procesos, e incluso las evalúan como muy significativas. Sin embargo, Cali carece hoy de una verdadera Política de Juventud; es decir que las acciones del Estado local y de las instituciones no estatales son aisladas, no están interconectadas, ni responden a intereses comunes. En algunos casos, se encuentran formas de trabajo contradictorias, desarrolladas, incluso, por una misma institución. Es trascendental el inicio de una labor más coordinada con las juventudes, y más consecuente con sus intereses que con los de los adultos que las dirigen. La institucionalidad descoordinada hace que los y las jóvenes incluyan como prácticas propias la politiquería y la corrupción, pues los líderes y las lideresas están siendo socializados(as) no en la autonomía, sino en la forma de relacionarse con clientelas políticas. Las política públicas son redes de conceptos, objetivos y metodologías de trabajo, que permiten llevar a cabo acciones para el bienestar de una comunidad. Coordinadas en cuanto a sus acciones y presupuestos, estas políticas permitirían incidir con mayor impacto en el fortalecimiento de las culturas juveniles caleñas. • La violencia y la represión han mostrado su ineficacia en la construcción de una sociedad más equitativa y justa. Su utilización con los y las jóvenes ha sido nefasta; por eso, en este contexto investigativo, sin pretender restarle méritos a la fuerza pública (que tiene como misión preservar el orden), se reitera que la labor socializadora es de carácter más preventivo que represivo. Apostarle a las acciones preventivas permitirá fortalecer los procesos de identidad de la población joven y su participación, así como modificar su relación con la institucionalidad en un clima de credibilidad, resignificación y dinamismo. El reconocimiento de las expresiones juveniles es también un mecanismo preventivo, pero no debe limitarse a lo que suele ser condensado en un conjunto de derechos y deberes, sino dar apertura a las manifestaciones emergentes que intentan abrirse paso en la sociedad. Reconocer implica generar espacios para la expresión (de la música, el teatro, el baile, etc.) para la educación, la participación y el fomento de empleo digno. • La Política Pública de Juventud, de manera coordinada, debe prestar atención a los intereses propios de los y las jóvenes, a través de procesos de escucha, observación y comprensión de sus demandas, en lo que respecta a educación formal, capacitación para el trabajo, recreación y salud. Esto requiere de programas que posibiliten el monitoreo de dos aspectos: cobertura y calidad. Los dos son fundamentales y uno sin el otro no tiene sentido. La cobertura como única meta podría desencadenar mayores problemáticas, pues pretender que 123


niños, niñas y jóvenes se eduquen en establecimientos no aptos, con base en contenidos confusos y desactualizados, y en pedagogías represivas y poco creativas genera desconfianza en el sistema. Finalmente, aparece la deserción justificada, que redunda en calidad educativa solo para ciertos grupos sociales, posibilitando la reproducción de la exclusión, la marginalidad y otras dificultades que ya hemos venido enfrentando como sociedad. La cobertura y la calidad actualmente son concebidas como servicios, pero en la Carta Constitucional de Colombia son planteadas como derechos. Es deber del Estado local y nacional llevar a la práctica el mandato constitucional. Su garantía es esencial para que los y las jóvenes cuenten con herramientas que les permitan desenvolverse en la sociedad. • La educación social y/o la educación popular deben proponer alternativas de acercamiento de los individuos a la institucionalidad, no solo para servirse de ésta, sino para presentarle propuestas, movilizarla y renovarla. La educación formal, por ejemplo, debe ser renovada para que los y las estudiantes, además de obtener datos científicos, tengan la posibilidad de ejercitarse en su ciudadanía, sus intereses y su cultura de manera más profunda y reflexiva. La Internet provee ya de cierta cantidad de contenidos científicos, y los distintos medios de comunicación refuerzan opiniones e informaciones, como para contribuir en la renovación de la Escuela; renovación que debe permitirse espacios de interacción y diálogo alrededor de los saberes que van adquiriéndose, con el fin de poder orientar y construir formas más democráticas del saber, a la vez que se construyen maneras participativas de poner en práctica la ciudadanía. Los y las jóvenes necesitan reflexionar sobre la información que reciben para lograr ser más autónomos(as) a la hora de decidir frente a la política, los mercados y la cultura. • La institucionalidad debe fortalecer su legitimidad, como condición básica para robustecer su capacidad de convocatoria y orientación. Sin embargo, ha de cambiar la manera en que se construye la relación institución-individuo, que debería tender hacia la horizontalidad y hacia el reconocimiento de los espacios donde está y se forma dicho individuo. También ha de salir esta relación de los edificios y fomentar la equidad, que funcione como elemento motivador en ambos actores, en oposición a la desigualdad en que las iniciativas y estímulos surgen de manera unilateral. Se trata de acercar las instituciones a los individuos, no al contrario, como tradicionalmente se ha hecho. Se requiere de una interacción simbólica que inicie en el reconocimiento de las prácticas sociales, muchas veces inconsecuentes con los intereses de la institucionalidad; mas ésta debe caracterizarse por su flexibilidad, reflexividad y gran capacidad de adaptación. • Las instituciones deben renovarse, también, atendiendo y comprendiendo las necesidades actuales –más allá de las que tradicionalmente han sido reconocidas como tal-; por ejemplo, ante las necesidades de expresión cultural, en 124


una ciudad como Cali, llena de matices, la institucionalidad no oferta espacios; antes bien, los actores deben crearlos y lucharlos, lo cual implica, incluso, que el conflicto motivado por la búsqueda de esos espacios se torne violento, insolidario y excluyente. La propuesta, entonces, es comprender la sociedad en que vivimos y el modo en que la hemos construido, reevaluando y resignificando la universalidad de los “valores modernos”, mediante formas propicias para el desarrollo y la expresión de la diversidad de esos valores y experiencias contemporáneas. • Con estos análisis invitamos a lectores y lectoras a la construcción de alternativas incluyentes y democráticas, que le den vida a las instituciones para que respondan a los retos de las juventudes actuales, siempre diversas y en proceso de transformación. Ya no se trata de ayudar a otro u otra, sino de solidarizarse entre todos y todas.

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